Close Rikers: una manera de abordar la violencia estructural discriminatoria en el sistema carcelario…Por ahora

Prisión de Rikers Island en Nueva York

Prisión de Rikers Island en Nueva York Crédito: Getty Images

El movimiento para cerrar las cárceles de la ciudad en la Isla de Rikers es un tema de importancia crítica para los latinos. En 2016, los latinos representaron más del 34% de los encarcelados, mientras que representaban tan sólo el 29% de la población de la ciudad. En contraste, el 14% de las personas arrestadas ese año fueron blancas, mientras que sólo representaban el 7% de la población encarcelada. Los latinxs representaron el 35% de todas las personas arrestadas y de esos, el 34% de las personas encarceladas eran la mayoría por delitos de bajo nivel.

Rikers, como todas las cárceles, es peligrosa, pero lo es aún más porque se alimenta de la violencia, es inaccesible para las familias y está oculta de la vista. Es parte de un sistema de prisión preventiva que está medio vacío pero que es fácil de olvidar. Cada día que alguien pasa en Rikers, lugar donde casi todos los detenidos son presumiblemente inocentes, es un día que produce el trauma, el dolor y la dislocación innecesaria de la familia y el trabajo. Por demasiado tiempo ya, la ciudad de Nueva York ha tomado el camino fácil y ha mirado hacia otro lado, ya que los negros y los latinos, que ya son considerados menos valiosos, sufren bajo horribles condiciones previas al juicio, y están expuestos a violencia y criminalidad aún mayores.

El movimiento para cerrar a la Isla de Rikers no es una creación del liderazgo de elección popular. El movimiento está dirigido por las personas más afectadas por la detención preventiva, por sus familiares, amigos y simpatizantes. Soy uno de esos partidarios que tuvo la oportunidad de estudiar el daño y uno de quienes, junto con los otros miembros de la Comisión Lippman, el cuerpo de defensores y líderes designados por la expresidenta del Concejo Melissa Mark Viverito, propusimos un plan para cerrar la crueldad existente en la cultura de la cárcel de Rikers. Ese plan confrontó a una población diaria promedio de 9,500 en Rikers. Hoy, tenemos unas 7,000 personas en las cárceles de la ciudad con estimaciones que proyectan, en unos pocos años, una reducción a 3,000 personas. En una ciudad de 8.2 millones de residentes y millones de visitantes cada año, esta es una hazaña notable en la transformación de los sistemas de justicia penal.

La Comisión condujo a un cambio de política por parte del alcalde Bill De Blasio, que ahora se materializa en un proceso de revisión del uso de la tierra que requiere que la Alcaldía apruebe el reemplazo de las camas en Rikers con cárceles más cercanas a las familias en cuatro distritos. Los fondos públicos son claramente necesarios, y la capacidad de reemplazo es necesaria porque la capacidad actual de las cárceles que no están en Rikers es inferior a las 2,300 camas; todas están en estado decrépito y son incapaces de proporcionar programación para otros servicios que harían más humana a la detención preventiva.

He aquí donde yace el corazón de muchas objeciones: ¿Seríamos capaces, y deberíamos, crear jaulas más humanas? Nuestro objetivo en el movimiento liderado por la comunidad no es solamente cerrar a Rikers, sino finalmente descartar la noción de que el encarcelamiento es una forma aceptable de control social. Si el objetivo es eliminar el peligro y no hacer más daño, ¿qué es lo que en realidad queremos decir si aceptamos la creación de nuevas cárceles que serían más humanas?

Esto significa que debemos trabajar dentro de una visión hacia la abolición a la vez que rechazamos la noción de que las cárceles son un lugar aceptable para que nuestra gente reciba servicios de salud mental, se eduque o aproveche los servicios sociales que se les deberían proporcionar en la comunidad. Las cárceles enjaulan a las personas pobres de color e inculcan violencia, infligen trauma y no contribuyen en nada a la seguridad pública. De hecho, éstas despojan de fondos públicos a los mismos programas que las volverían obsoletas: la educación, los cuidados de salud, la creación de empleos y la sostenibilidad.

Esto significa que, dado que la ciudad de Nueva York está reemplazando las cárceles dentro de una población enjaulada en disminución, no construyendo cárceles para aumentar la capacidad, esas nuevas instalaciones deberán ser diseñadas teniendo en cuenta la reutilización, no la permanencia.

Y significa que, mientras tanto, el movimiento deberá encontrar una estrategia responsable para abordar el cómo segregar a aquellos entre nosotros que cometen actos violentos, y que defienda las necesidades de sus víctimas sin depender de la policía, los fiscales ni los tribunales. Hasta que abordemos la violencia de frente, abarcando desde la sórdida y violenta historia de conquista y esclavitud de nuestra nación hasta la violencia interpersonal en nuestros vecindarios y la violencia estructural de la discriminación sistémica, nunca aboliremos por completo las jaulas que dominan nuestra respuesta social al crimen.

Puedo imaginar un día en que las cárceles de Rikers estén cerradas permanentemente; se requiere legislación para garantizar que cualquier alcalde no pueda retroceder sino que mantenga el cierre como fin bien presente. Ese sigue siendo nuestro objetivo inmediato. Hoy, si lo que se necesita es crear cárceles de reemplazo más pequeñas para cerrar a Rikers, entonces el Alcalde y el Ayuntamiento deben prestar atención. Luego, eventualmente, deberemos también cerrar las cárceles nuevas.

-Juan Cartagena es el presidente de LatinoJustice 

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