Los barrios pobres de LA están llenos de pozos de petróleo. ¿Cómo perjudican a sus residentes?

Los Ángeles está lleno de cine, palmeras y cielos soleados pero las áreas de perforación manchan el publicitado paisaje idílico

Los pozos están cerca de áreas residenciales y de escuelas.

Los pozos están cerca de áreas residenciales y de escuelas. Crédito: Frederic J. BROWN | AFP

Los Ángeles es sinónimo de cine, palmeras y cielos soleados. Pero esta metrópolis de casi 4 millones de habitantes es también el mayor campo petrolero urbano de Estados Unidos.

Cientos de pozos activos se ubican en vecindarios densamente poblados del condado y en su mayoría de bajos ingresos, cerca de casas, escuelas, parques, centros comerciales y cementerios.

Estas áreas de perforación no son nuevas y de hecho vienen por décadas formando parte del paisaje, pero residentes y activistas ambientales han comenzado a alzar su voz contra estas instalaciones que, aseguran, representan un riesgo para la salud pública y creen deben ser eliminadas gradualmente.

“Estos pozos petroleros no deberían estar en nuestras comunidades“, dijo a la AFP Martha Dina Arguello, directora del capítulo de Los Ángeles de la ONG Physicians for Social Responsibility y copresidenta de STAND-L.A., una coalición comunitaria que trabaja para erradicar la perforación petrolera urbana.

“Son fuente de contaminación del aire y parte de la crisis climática“, siguió, parada frente a un pozo ubicado en un barrio residencial en el noroeste de la ciudad, adyacente a tres escuelas y un parque. “¿Cuánto tiene que ser la ganancia para que se justifique exponer a toda la gente al riesgo de un accidente catastrófico?”.

Vecinos denuncian que nadie se preocupa de ellos porque son pobres.
Vecinos denuncian que nadie se preocupa de ellos porque son pobres. Foto: Frederic J. BROWN

“Nadie se preocupa”

El rechazo de la explotación en áreas urbanas llevó a varios legisladores locales y activistas a pedir la prohibición de nuevos permisos de perforación en California, y la creación de un área de protección de 760 metros alrededor de todos los pozos de un vecindario.

El asunto fue abordado en un cabildo abierto en la sede de la alcaldía y también por la activista climática sueca Greta Thunberg en una manifestación a principios de mes.

Amalia Sánchez, que habló en el encuentro en el ayuntamiento, dijo que muchos de sus vecinos en el barrio obrero de Wilmington, al sur, sufren de asma y dolores de cabeza.

“La gente se pregunta por qué sigo viviendo aquí, pero adónde más puedo ir, no tengo dinero para pagar más alquiler“, dijo a la AFP esta mujer de 62 años a quien recientemente le diagnosticaron un tumor pulmonar.

Nadie se preocupa por nosotros porque somos pobres“, añadió, asegurando que en toda la zona se respira un olor nauseabundo a petróleo.

Más al norte, en otro vecindario petrolero cerca de la Universidad del Sur de California (USC), Anna Parks alertó sobre casos de “niños sangrando por la nariz, con problemas respiratorios, dolores de cabeza relacionados a los humos que emanan de la operación”.

“Creía que Los Ángeles era una ciudad de cine, pero en realidad es una ciudad petrolera“, alertó esta consejera estudiantil que se mudó de Seattle hace 20 años y hoy integra un grupo comunitario que busca concienciar sobre el tema.

“El parque favorito de mis (tres) hijos cuando eran pequeños estaba localizado a 350 yardas (320 m) de un sitio de perforación, han respirado las toxinas de la perforación petrolera toda su vida”.

Prohibición “de facto”

Tal vez no exista otra zona en la que la industria petrolera esté más presente que en Signal Hill, a 35 km de Los Ángeles y algún momento llamado “Porcupine Hill” (Colina del puercoespín) por la cantidad de balancines en el área.

Hoy son docenas los que operan en este pequeño enclave, entre casas y edificios residenciales.

Y aunque muchos vecinos apuestan al fin de la producción, en consonancia además con el compromiso de California de bajar sus emisiones de carbono, otros temen el impacto que puede tener en la economía.

“Si cerramos todas estas instalaciones, ¿adónde irán todos los trabajadores?”, dijo un hombre sentado en un café que tiene una bomba operando en su estacionamiento. “Necesitamos mantener a la gente empleada y mantener los ingresos por impuestos”.

Miembros de la industria local -que produjo en 2018 unos 12 millones de barriles, la mitad que 10 años antes, según cifras oficiales- se muestran escépticos sobre las alertas de los ambientalistas.

“Un revés arbitrario equivale a una prohibición de producción de facto en Los Ángeles”, explicó Rock Zierman, director ejecutivo de la California Independent Petroleum Association, que destacó que Los Ángeles tiene “la más dura regulación del planeta”.

“Significaría que miles de trabajadores perderían trabajos bien remunerados, la ciudad perdería ingresos fiscales para resolver prioridades como la falta de vivienda, y significaría la necesidad de importar más petróleo de países que no respetan las protecciones ambientales ni los derechos humanos”.

Por Jocelyne Zablit


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