Repatriado vive un “infierno” porque no tiene acta de nacimiento y ¡no se la quieren dar!

Mexicano no es reconocido legalmente, ni en su propio país

MÉXICO – “No existo, no soy nadie”. Hace muchos años que Alexis Pérez supo que no tenía papeles. No sólo porque era indocumentado en Estados Unidos sino porque la mamá nunca lo llevó al registro civil. Recién nacido ella tomó unos pañales, unas chambritas y emigró, sin pensarlo. “Era ignorante de las consecuencias”, concluye hoy el hijo.

Alexis no tuvo ningún problema para cursar la primaria en Los Angeles ni la secundaria Orlando. Aprendió el inglés, a hablarlo y escribirlo, saltó de salón en salón sin complicaciones hasta que llegó a high school y le exigieron el temido documento: el Acta de Nacimiento.

“No pude graduarme”, recuerda ahora con nostalgia y dolor que no oculta de vuelta a México, el país que lo vio nacer y al que regresó sin pensar que su retorno voluntario se convertiría en un infierno.

En la flor de la juventud, con 25 años, Alexis Pérez es parte de un grupo de repatriados que no cuenta con papeles en su propio país. La cifra es indeterminada, pero se calculan que son miles: en 2016, la organización Be Foundation calculó que había en Estados Unidos alrededor de 200,000 mexicanos “doblemente invisibles”; esto es: sin registro de nacimiento.

“Ahora muchos de ellos han retornado,  el gobierno los ignora y ellos la pasan muy mal”, observó Israel Concha, fundador de la organización de deportados New Comienzos, donde constantemente llegan personas en busca de apoyo.

Ahí llegó Alexis en uno de los peores días de su vida. “Nadie me quería dar trabajo porque no tengo identificación, no tengo credencial del INE (Instituto Nacional Electoral), nada: no puedo abrir una cuenta en el banco ni tener seguro social”.

En la desesperación por llevar algo de comida a la boca, el joven repatriado se empleó en cualquier parte donde no le pedían identificación, en tianguis, en la Central de Abastos de la Ciudad de México mientras reunía algo de dinero para pagar cada uno de los papeles que le pedían en el registro civil, pero con el salario mínimo no le alcanzaba.

“Ahora estoy un poco mejor porque trabajo con la organización, pero sigo sin mi acta de nacimiento”.

El problema es que cada vez que acude a las oficinas centrales del registro civil —ubicada en Arcos de Belén —, los funcionarios le piden un nuevo papel, que si el certificado de no registro, que si el certificado de no matrimonio, como si no fuera obvio que, si no tiene acta de nacimiento, no puede aspirar a nada.

Es un cuento de nunca acabar. Ni siquiera porque su madre está aquí y fue a testificar que es su hijo y ella sí tiene acta. Este diario intentó hablar con las autoridades, pero no hubo respuesta. “Hay mucha insensibilidad en este país con los mexicanos que regresan forzados a su país”, advierte el activista Concha.

En pocas palabras, los deportados sin registro civil están peor que los indocumentados doblemente invisibles en Estados Unidos porque en 2016 el congreso mexicano aprobó una reforma para que los cónsules mexicanos puedan expedir actas de nacimiento extemporáneas allá. Pero los repatriados están aquí.

A Alexis no lo deportaron, él regresó por miedo a las políticas de Donald Trump y por un mal cálculo: pensó que aquí tendría pronto su acta de nacimiento y podría empezar de cero, buscar la forma de regularizarse allá, donde dejó a su hijo que recién cumplió dos años.

Aún así no es el peor de los casos, considera: él es joven y tiene fuerzas de luchar, otros, como un señor de cincuenta y tantos que Alexis conoció hace poco, ni siquiera hablan el español para pelear con la burocracia mexicana (la mayoría no entiende el inglés) ni tiene voluntad. “Es muy doloroso: la última vez que lo vi realmente temí por su salud mental  porque estaba muy deprimido y ahora no sé ahora dónde está”, advierte el muchacho. “Por favor: ¡que alguien nos ayude!”.

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