Perdón de las FARC: por qué es histórico el gesto de la guerrilla por los secuestros en Colombia
Un hecho histórico y una dosis de reconciliación en un momento de crispación social
De los delitos que comete la guerrilla en Colombia, el del secuestro es quizá el que genera las heridas más profundas.
“El secuestro es el peor de los crímenes”, dijo esta semana Íngrid Betancourt, política que estuvo seis años secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
“Porque incluye todos los crímenes (…) Es un asesinato (…) No tiene fecha de vencimiento”, añadió en una conversación con la Comisión de la Verdad que antecedió a un hecho histórico: el perdón de la guerrilla por el delito del secuestro este lunes.
Después de décadas negándolo, llamándolo con eufemismos o justificándolo como un arma de guerra, el partido político de los desmovilizados de las FARC, Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, se arrepintió de un delito que dejó un total de 39,000 víctimas entre 1970 y 2010.
“El secuestro fue una práctica de la que no podemos sino arrepentirnos, sabemos que no hay razón ni justificación para arrebatarle la libertad a ninguna persona”, declaró el movimiento en un comunicado divulgado el lunes.
Y continúa: “El secuestro solo dejó una profunda herida en el alma de los afectados e hirió de muerte nuestra legitimidad y credibilidad. Tomada esa decisión, en las circunstancias excepcionales de la guerra irregular y buscando equilibrar fuerzas, tuvimos que arrastrar este lastre que hasta hoy pesa en la conciencia y en el corazón de cada una y cada uno de nosotros”.
El perdón de la guerrilla llega en un momento en que la firma del acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, en 2016, parece un recuerdo lejano: líderes sociales y desmovilizados son asesinados a diario, hay masacres de jóvenes civiles en zonas donde antes ejercía control la guerrilla, las protestas ciudadanas generan abusos de la policía y el otro movimiento insurgente histórico del país, el Ejército de Liberación Nacional, mantiene a decenas de personas secuestradas.
Los números de una guerra que no termina
De los seis movimientos subversivos que emergieron en Colombia durante los años 60 y 70, las FARC fue el más grande y poderoso, en parte gracias a que el secuestro —así como el vínculo con el narcotráfico— se convirtió en los años 90 en una eficiente fuente de ingresos.
La guerra en Colombia, que para muchos está aún pendiente de cesar, dejó un total de 262,000 muertos, 80,000 desaparecidos, 8 millones de desplazados y 37,000 secuestros entre 1958 y 2016, según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica.
La mitad de las víctimas mortales son atribuidas a los paramilitares, grupos armados ilegales que luchaban contra las guerrillas.
Y un cuarto de los secuestros, 8,600, fueron cometidos por las FARC.
La guerrilla campesina utilizó el secuestro como arma de guerra desde sus inicios, pero con el tiempo la razón política fue remplazada por una forma de financiación y extorsión, además de ser un mecanismo de ordenamiento territorial dentro de su estructura militar.
Prácticamente todos los gobiernos de la segunda mitad del siglo XX intentaron negociar un acuerdo de paz con las FARC, pero la persistencia del secuestro siempre obligó a los civiles a retirarse de las pláticas de paz.
El fracaso de las negociaciones de paz con el gobierno en Belisario Betancourt en los años 80, que coincidió con la emergencia de los movimientos paramilitares, marcó el inició de la era más cruel de las FARC, que empezó a secuestrar campesinos, empresarios y políticos, además de soldados del ejército.
En esa década, cuando ya el narcotráfico había dejado de ser el principal factor de terror entre la gente, los colombianos siguieron muchos de los procesos de secuestro a través de los medios de comunicación y las pruebas de vida que enviaba la guerrilla.
Un perdón hacia la reconciliación
Uno de ellos fue el caso de Betancourt, cuya conversación el lunes con el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad de Colombia, parece haber dado el último empujón a los exguerrilleros para pedir el perdón que millones de colombianos les reclamaron durante años.
“A veces se alinean los planetas”, dijo el martes el excomandate guerrillero Rodrigo Londoño, conocido como “Timochenko”, a W Radio. “Esta vez estábamos todos los que hacíamos parte del Secretariado y casualmente vimos el testimonio de Ingrid Betancourt. Me da mucha pena lo que escuché”.
El hoy senador, además, reconoció por primera vez que la guerrilla cometió abusos sexuales, aborto forzado y reclutamiento de menores.
El gesto, a pesar de la profunda y quizá irrevocable desconfianza que la mayoría de los colombianos mantienen de los exguerrilleros, fue recibido con aplausos por prominentes actores de la política nacional.
Santos, que firmó el acuerdo con el mismo Londoño, declaró: “Reconocer el secuestro y pedir perdón por parte de las FARC es un muy buen paso en la dirección correcta. Verdad y reconocimiento son condiciones necesarias para la reconciliación”.
Y el negociador de paz del Estado, Humberto de la Calle, aseguró: “No debemos rendirnos en la búsqueda de la reconciliación”.
Son mensajes que manifiestan, tácitamente, las deudas que se mantienen en la sociedad y la política colombianas a cuatro años del acuerdo de paz, sobre todo en estos días que las grietas se revelan de manera explícita en ataques de la policía hacia manifestantes que, según el gobierno del presidente Iván Duque, son financiados y organizados por guerrillas y disidentes de las FARC.
La misma Betancourt entiende que hay mucho trabajo pendiente: “La guerra es un instrumento de impunidad que disfraza la corrupción (…) Con la paz entramos a ver la cortina real: el problema es que la corrupción creó la guerra“.
Y la corrupción, además de la desigualdad, sigue siendo parte de la realidad en Colombia.
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