Cuando íbamos a ser felices

Columna de opinión del dramaturgo Ramiro Antonio Sandoval, consejero de paz por la Nación en el exterior— Américas, ante el Consejo Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia de Colombia

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Crédito: Juan Barreto | AFP / Getty Images

A Leo Cano.
“Dolorido, fatigado de este viaje de la vida”

Como en una rueca milenaria, las fibras se fueron hilando hasta lo más fino, en el esfuerzo de encontrar la salida de una guerra interna cuyo enquistamiento había sobrepasado la cuenta de seis décadas. Trabajaron con el acompañamiento y la mediación de otros países, cuyos invaluables aportes fortalecieron el proceso. Sin embargo, se había demostrado fragilidad frente a ciertos intereses contrarios a la paz, porque en Colombia, debe decirse, hay quienes se oponen a la paz, quienes se lucran de la guerra y no conciben que el país transite por los caminos del entendimiento y la concordia. Bajo estricto y preventivo sigilo y en un tiempo récord de cerca de cinco años, finalmente se llegó, no sin algún que otro traspiés, a las refrendaciones. Estos años estuvieron colmados de aprendizajes, contactos, investigaciones, interlocuciones, resúmenes y negociaciones. Si bien no es perfecto, el acuerdo se erigió como una sólida alternativa a la guerra, que apunta sin dudar a las causas de esta, y que ofrece a la rueca nuevas fibras para hilar la materia del nuevo tejido social y político.

Es difícil enmarcar un proceso tan sensible, trascendental y a la vez espinoso, en un relato corto en formato de videoclip de minuto. Me interesa señalar, a la luz de hoy, algunas de las lecciones dejadas por esa parte de la historia reciente, e intentar alumbrar algunos de los eventos actuales en Colombia; lecciones aprendidas durante esos años, en los que íbamos a ser felices, pero no nos dejaron.

Muchas de las voces que promovieron en su momento, bajo el manto de la artimaña y el engaño, el rechazo al “acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, lamentan actualmente, el fatídico sendero que ha tomado el país en la realidad. Se escuchan sus golpes de pecho. Ojalá seamos capaces de recoger todas las lecciones sin más derramamientos de sangre.

No se puede culpar exclusivamente a los timadores, que desde luego han hecho todo lo posible para deslegitimar “el acuerdo” e imponer su agenda sanguinaria, sobre un país que llora con exiguas lágrimas, la llegada a las calles de la violencia fratricida. Esa violencia que por décadas se había extendido principalmente al campo y con escasos titulares de prensa, excepto cuando las grandes masacres estremecían al país entero, hoy han regresado a enlutarlo bajo el eufemismo de “homicidios colectivos”. Valga anotar que, en esas regiones azotadas por la guerra, las votaciones a favor de la paz fueron masivas, al igual que en el exterior, excluyendo el territorio estadounidense en donde predominó la oposición. También es importante señalar el oscurantismo informativo respecto al ambiente en “los territorios”, como se le llama al campo y a las regiones alejadas de los centros urbanos; debemos sumar los esfuerzos deliberados de los grandes oligopolios de la comunicación, que limitan su mirada a la propaganda y promoción de las políticas del gobierno de turno. Por último, debemos agregar ciertos legados de la conquista y colonización europeas que han esculpido actitudes y miedos xenófobos, patriarcales, misóginos y aporofóbicos, que a su vez han generado un dilatado rechazo hacia los campesinos, los indígenas y los pueblos afro, entre otros, relegados históricamente a dichas zonas.

Los aprendizajes destilados del acuerdo nos invitan a reflexionar sobre cómo la situación que se vive hoy en Colombia, puede estar fundamentada, así sea parcialmente, en el incumplimiento del acuerdo, de compromisos parciales posteriores y de las evidentes causas preliminares, anotadas abajo, que originaron el conflicto. La gran diferencia es que hoy vemos los enfrentamientos de clase entre la fuerza pública, grupos organizados, armados y clasistas, de carácter paramilitar, y el pueblo inerme, en las calles:

1. Se hizo evidente el problema de la concentración de la propiedad sobre la tierra, como causa constante en las confrontaciones armadas a lo largo de la historia. También los elevados niveles de pobreza, y desigualdad y la precaria efectividad de los derechos en el campo y la ciudad. Fue clara la necesidad de una transformación estructural del campo para mejorar las condiciones de vida por medio de una reforma rural integral, además de un programa de restitución de tierras vilmente despojadas durante la guerra. A la fecha de hoy, dichas restituciones se han dado en porcentajes muy bajos y en algunos casos, han costado las vidas de algunos que con justicia reclaman su derecho a la tierra.

2. Entre otras causas del conflicto, se comprobaron las limitaciones existentes en la participación política para la toma de decisiones sustantivas. No podemos olvidar que el país ha sido gobernado por las mismas familias que, organizadas en partidos, sean tradicionales o de formación más reciente, manejan y monopolizan el control político de manera excluyente hasta impedir, por todos los medios, la participación de una gran mayoría con nuevas voces, representando diferentes visiones e intereses de la sociedad. Había una necesidad inminente de ampliación democrática para la participación. Esto implicaba a su vez la dejación de armas, la prohibición de la violencia como forma de hacer política y la seguridad con garantías para que en un espacio democrático los más diversos actores ejerzan plenamente su ciudadanía. Recientemente, el gobierno retiró uno de los proyectos con los que se pretendía, una vez más, anular la posibilidad de asignar los asientos en el Congreso, acordados para representantes de las regiones más afectadas por la guerra, a pesar de las decisiones de las altas cortes, que así lo habían ordenado.

3. Para empezar la construcción real de la implementación, era necesario el cese definitivo al fuego y a las hostilidades bilaterales entre las partes negociadoras. En particular las incluyentes a los más afectados, a la población civil. Implicaba la dejación de armas y la reincorporación a la vida civil de los miembros de la insurgencia, para cerrar el capítulo del conflicto interno y pasar a la participación en la vida económica, social y política activa del país. Por parte del Estado, también habría compromiso de ejercer el control y monopolio de las armas y de generar garantías de seguridad a través de la lucha contra organizaciones criminales y paramilitares, que amenazaran la construcción de paz, además de desarrollar medidas de prevención en los territorios y lucha contra la corrupción. Observemos un par de cosas, desde el cese bilateral, al silenciarse los fusiles, se hizo evidente la profundidad del problema de la corrupción y el país pudo visualizar las aberrantes cifras del desfalco al erario público. Corrupción disimulada por la guerra que condena a cerca de la mitad de sus ciudadanos a vivir en la pobreza y a otro alto porcentaje, a vivir en la miseria absoluta. También hemos visto cómo, los líderes sociales y los firmantes del acuerdo, principalmente en los territorios, han sido objeto de asesinatos selectivos, cometidos por fuerzas “oscuras”, en números que llegan al millar, desde la firma del pacto de paz.

4. El tratamiento del problema conocido como las drogas de uso ilícito, generó importantes conclusiones en las que se plantearon avenidas que incluían una visión diferente a dicho problema; desde el consumo mismo, pasando por los cultivos de uso ilícito y la criminalidad organizada. Hubo un enfoque principal de salud pública más que de un problema militar o policial, donde, por lo general, se termina castigando al campesino cultivador y no a las estructuras narcotraficantes que según se ha demostrado, están enquistadas en el gobierno mismo. Por la implicación del uso y posesión de las tierras, estas ideas son difícilmente realizables sin conectar con el primer punto señalado arriba, a mi manera de ver.

5. La guerra es una fábrica de víctimas y la importancia de la centralidad de las víctimas fue fundamental. Hasta entonces los procesos de paz habían mantenido el foco en el delito y en los castigos. Era notorio que las víctimas no necesariamente encontraran cierre a sus heridas una vez un culpable era condenado, haciendo que la violencia continuara su camino a través de la venganza, convirtiéndose en un ciclo infinito de ojo por ojo, diente por diente. Otra lección de la centralidad y resarcimiento a las víctimas, es la lucha contra la impunidad arraigada en nuestro país. Para esto fue creado el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición que contribuiría en la lucha contra la impunidad, combinando mecanismos judiciales modernos (recogiendo experiencias de acuerdos de paz en otros países como Sur África, Irlanda, Guatemala, entre otros.) que permiten investigar y sancionar graves violaciones, que ayudan a esclarecer la verdad de lo ocurrido para hacer memoria, reparación de los daños causados y la promesa de la no repetición.

6. Por último y no por ser menor, se vio la necesidad de hacerle seguimiento a los componentes del acuerdo, verificar el cumplimiento y ayudar en la resolución de diferencias, además del seguimiento a la implementación legislativa. Se necesita el continuo apoyo de la comunidad internacional para ello, lo que ha mostrado ser de alto valor cuando el proceso de paz recibe embates y entrampamientos para llevarlo a su fin.

Cabe decir que este acuerdo de Paz, a pesar de haber sido refrendado por unanimidad en el Congreso de Colombia, de ser un paradigma de tratado de paz y de legislación transitiva-restaurativa, de figurar en los tribunales internacionales como el mejor y más completo modelo de tratado de paz hasta hoy, y de contar con el seguimiento técnico del Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz de la Universidad de Notre Dame de los Estados Unidos, no se puede concebir meramente un acuerdo entre el Estado Colombiano y las antiguas guerrillas de las Farc-EP; si bien es cierto que, para que haya una paz completa debería involucrar a todos los actores del conflicto, incluyendo al ELN. Este es un pacto que nos recoge a todos en la construcción de la paz estable y duradera.

Son muchas las voces que hoy se pronuncian sobre los levantamientos populares diciendo que son estricta causa de una reforma tributaria, intentan además señalar a los manifestantes como “vándalos”, castro-chavistas influenciados por extremistas de izquierda que pretenden desestabilizar al gobierno, al Estado y al continente. Un discurso cínico y rancio cuyo único objetivo es deslegitimar a la protesta popular, a unas multitudes hambrientas, enfermas e inermes que están cansadas de los atropellos, de las humillaciones y de los bloqueos impuestos. Bloqueo a una vida digna, a su derecho al empleo, bloqueo a su derecho a la salud, a la educación, a una renta básica que les permita comer modestamente, sin exponerse al mortal virus, contra el cual, no han sido vacunados por el bloqueo. Ese es el mismo bloqueo contra el que se manifiestan los ancianos a quienes les han robado sus pensiones, las mujeres que exigen su derecho de igualdad en una sociedad bloqueada por el patriarcado; las comunidades LGBTI que demandan su derecho de ser y decidir, los grupos étnicos que exigen sus derechos y sus territorios. Estos son algunos de los bloqueos que se intentan ocultar bajo la actitud arrogante y desconectada de la negación, que da prioridad al uso de la fuerza letal, para evitar a toda costa el diálogo.

Hoy día, la Comisión Internacional de Derechos Humanos hace una visita a Colombia en plan de verificación de las garantías para los jóvenes que mantienen por más de un mes, las acciones de protesta y resistencia en áreas urbanas, dentro del marco del Paro Nacional, citado el pasado 28 de abril por las centrales obreras, los movimientos estudiantiles, campesinos y asociaciones indígenas. Pero que, desde entonces se ha desbordado y ha incluido multitudes autoconvocadas y horizontales, claramente desligadas del control de partido o líder político alguno, aunque observadas muy de cerca por el oportunismo que no dudaría en vender semejantes esfuerzos al mejor postor. Hay que recordar que, en septiembre 2019, ya se había observado acciones de levantamientos populares, de protestas y de abuso de la fuerza policial contra los manifestantes, con el resonado caso de Dílan Cruz, asesinado por la fuerza pública en una calle de Bogotá. Ojalá la visita de la Comisión salve vidas. Muchas esperanzas se han puesto en esta visita casi protocolaria, originalmente obstaculizada por el gobierno.

En conclusión, el acuerdo de paz nunca fue presentado como una receta mágica para cambiar el país de la noche a la mañana, a pesar de que así lo hayan querido banalizar ciertos grupos que lo veían como un bien de consumo, de fácil adquisición por la internet, y que se escandalizaban al no verlo en los catálogos mensuales de lujo.

El pacto firmado es una oportunidad con hoja de ruta, para reconstruir, colectivamente, el nuevo país que tanto deseamos.

Es un compromiso que invita –e implica– a toda la ciudadanía colombiana a pasar la página, de la mano de la Verdad, del trámite emocional de las ausencias, de las reparaciones, donde sea necesario, y del compromiso de no repetir las acciones que nos han transportado desde cuando íbamos a ser felices, hasta este punto.

PD. En las elecciones próximas del 22 de junio en Nueva York, entre las candidaturas al concejo de la ciudad, figura como candidata en Queens, una de las personas que, no sólo ha hecho campaña política a candidatos de ultraderecha, sino que también, y lo peor, está patrocinada por esa misma corriente. Engañó a muchas personas para que rechazaran el acuerdo de paz en Colombia. Además va de la mano de otro politiquero que acaba de salir de la cárcel por delitos de corrupción y violencia contra las mujeres. No podemos dejar que esas personas se enquisten en nuestras comunidades para envenenar nuestra democracia de totalitarismos.

Lecturas recomendadas:

Centro Internacional de Investigaciones Otras Voces en Educación. Informe de Coyuntura Nacional: Colombia. Causas, preliminares y actualidad del conflicto social en Colombia. www.otrasvoceseneducacion.org

Sobre el autor

Ramiro Antonio Sandoval es dramaturgo y director teatral. También es consejero de paz por la Nación en el exterior— Américas, ante el Consejo Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia de Colombia.

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