Elizabeth II, los Dreamers y el diamante Kohinoor

La desaparición de la monarca nonagenaria y el ascenso al trono de un rey septuagenario son un triste recordatorio de la resistencia y supervivencia de las instituciones feudales

La Reina Isabel II murió el jueves 8 de septiembre a los 96 años de edad.

La Reina Isabel II murió el jueves 8 de septiembre a los 96 años de edad. Crédito: Mark Metcalfe | Getty Images

La muerte de Elizabeth II el pasado 8 de septiembre ha generado, entre otras cosas, un debate sobre el retorno del famoso diamante Kohinoor a la India. Además, los gobiernos de Pakistán, Irán, y Afganistán, han también reclamado la propiedad de la piedra de 105 quilates.

Piezas mucho más pequeñas han alcanzado precios exorbitantes; por ejemplo, el famoso diamante rosado Graff de 24.7 quilates se vendió en Ginebra, Suiza, en 2010 por cuarenta y seis millones de dólares. 

Según diversas fuentes, las llamadas joyas de la corona inglesa podrían alcanzar un valor total de hasta diez o doce mil millones de dólares. Salvo algunos usos prácticos en instrumentos de corte industrial y en instrumentos médicos, el valor de esas piedras es en su gran mayoría plenamente simbólico.

Las joyas representan un acuerdo de sentido alrededor de su precio. En ellas se encuentran fetichizados el poder y la riqueza de quienes las poseen. Quienes sin ser sus propietarios actuales aceptan que ese tipo de objetos deben representar más valor que una fruta, una pala, una manta o una flor, —quizá sin saberlo— refuerzan el mantenimiento de privilegios históricos basados en actos de fuerza, en despojos violentos cuyas atrocidades se han ‘lavado’ con la idealización de figuras como la monarca desaparecida. 

La distancia entre los más ricos y los más pobres del planeta se acentúa de una forma tan exponencial como injustificada. En un correlato de las monarquías, las dictaduras y los nuevos monopolios, las oligarquías emergentes —como la rusa— y las residuales —como las latinoamericanas—, han creado un nuevo tipo de feudalismo simbólico en el que los seres humanos somos siervos encadenados por voluntad propia al sistema que ahora es dominado por la llamada economía de la atención.

 La muerte de Elizabeth II eclipsa los dramas de hambre y muerte que obligan a las familias centroamericanas a abandonar sus tierras de origen para migrar hacia el norte del continente en busca de empleo. La farándula global se entrega a un ritual mortuorio con una producción similar a las galas de los premios Grammy o de los Oscar.

La noticia de la muerte de Elizabeth II eclipsa también los feminicidios recientes de Ciudad Juárez y en los Estados Unidos la lucha de los jóvenes migrantes, los Soñadores —también llamados Dreamers— deja de recibir atención pues las multinacionales del contenido audiovisual prefieren concentrarse en la telenovela familiar de la monarquía inglesa. 

Desde mi punto de vista, la desaparición de la monarca nonagenaria y el ascenso al trono de un rey septuagenario son un triste recordatorio de la resistencia y supervivencia de las instituciones feudales o feudalizantes. En el caso de Inglaterra, esa supervivencia mantiene sus instituciones y su economía como el centro de un imperio que ha cedido poder militar pero que se ha afianzado en su poder simbólico. 

Una de las grandes contradicciones de nuestra época radica en la emergencia de una economía globalizada en la que se perpetúa el colonialismo cultural y la metáfora del valor de las joyas, o el dinero, borra casi por completo la historia detrás de las manos que agarran una pala para sembrar la tierra, la historia de la flor y el fruto que crecen gracias al cuidado del migrante que viene a trabajar los campos y que sin diamantes ni coronas nos alimenta a todos sin recibir un funeral de estado cuando un día cualquiera le alcanza la muerte lejos de su hogar.    

Carlos Aguasaco es escritor, académico y profesor en The City College of New York. Twitter: @aguasaco_carlos 

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