¿A dónde se ha ido la educación?: una mirada postpandemia
Los países deben abocarse a evaluar y medir las pérdidas de aprendizaje e impulsar medidas que permitan mitigarlas, priorizando a los grupos más vulnerables, en aras de promover la equidad en los aprendizajes
La pandemia trajo retrasos significativos en los niveles de aprendizaje. De hecho, el indicador de pobreza de aprendizaje, es decir, la proporción de niños que no pueden leer ni comprender un texto sencillo a los 10 años, podría pasar de 56% a 70%. Crédito: John Moore | Getty Images
El COVID-19 cambió el mundo. Cambió la forma en que trabajamos, consumimos, e interactuamos. Sin embargo, cuando se evalúa el impacto de la pandemia, la atención suele concentrarse en el análisis de dos áreas, la sanitaria y la económica. Si bien es cierto que las repercusiones más inmediatas del virus se manifiestan en estas dos vertientes, también es cierto que el impacto del coronavirus en otras áreas no ha sido menor. Por esto, hoy me permito llamar la atención sobre un tema que ha sido puesto en segundo plano, la pandemia y su impacto en la educación.
Antes de entrar en materia, es preciso destacar por qué es vital analizar el tema educativo, y por qué en el contexto postpandemia. En primer lugar, la educación incrementa el capital humano, lo que se traduce en mayor productividad y, por ende, en mayor crecimiento económico. De hecho, el retorno de la inversión en educación ha demostrado ser positivo ampliamente. Un estudio publicado por Banco Mundial en 2018, en el que se analizan los beneficios de la educación en 139 países, plantea que la rentabilidad social de la educación se encuentra por encima del 10 % para los niveles de educación secundaria y superior, siendo el efecto sostenido en el largo plazo y los rendimientos más altos en países de bajos ingresos.
En segundo lugar, la educación contribuye a mejorar las perspectivas de ingreso de los trabajadores y su acceso y permanencia en el mercado laboral, lo cual se evidencia en menores tasas de desempleo. De acuerdo con estadísticas de la Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU, en 2020 el salario de un trabajador con universidad concluida era 65% veces mayor que la de un trabajador graduado de secundaria. Mientras que la tasa de desempleo era cerca de la mitad para los universitarios que para los que habían concluido secundaria (6.2% vs. 3.5%).
En tercer lugar, se encuentran los beneficios sociales de la educación. Datos de la OECD sugieren mejores resultados de salud, traducidos en mayor expectativa de vida, menor probabilidad de involucramiento en actividad ilícitas, mayor probabilidad de mejorar su estatus social y acceder a redes sociales, mayor participación política y cívica, entre las cuales se encuentran la propensión a ejercer el derecho al voto. Esto sin mencionar los beneficios que la educación tiene sobre la capacidad de innovar y transmitir el conocimiento, así como muchos otros que me privo de enumerar por razones de espacio.
Conocidos los beneficios de invertir en educación, veamos como la pandemia ha impactado el sector, y sus posibles implicaciones en el largo plazo. El COVID-19 ha supuesto pérdidas en materia educativa en dos ámbitos, en cuanto a cantidad y calidad.
En materia de cantidad, el COVID-19 resultó en el cierre de centros educativos en todo el mundo, privando a millones de estudiantes del derecho a educación. El Estado Global de la Educación: un camino hacia la recuperación, reporte publicado por UNICEF, UNESCO y Banco Mundial en 2021, señala que 1,600 millones de estudiantes no pudieron asistir a centros educativos por alrededor de 224 días durante la pandemia. De estos, los más afectados fueron aquellos de ingresos medio y bajo y los residentes en América Latina y el Sur de Asia. Solo en América Latina, el BID estimó que, para 2020 alrededor de 165 millones de estudiantes desde educación preescolar hasta universitario, no pudieron asistir a centros de enseñanza.
Estos cierres masivos de escuelas tendrán repercusiones importantes sobre el crecimiento económico de los individuos y las naciones. Estimaciones preliminares de Hanushek y Woessman en 2020, sugerían que los estudiantes en grados preuniversitarios (1-12) iban a ver reducidos sus ingresos reducidos a lo largo de la vida en 3%. Mientras que las naciones experimentarían una pérdida promedio del crecimiento del PIB de 1.5% por lo que queda del siglo. Sin embargo, estimaciones recientes son menos alentadoras. El estudio arriba citado estima que esta generación de estudiantes se ve amenazada de perder US$ 17 mil millones en ingresos de por vida a causa del cierre de centros educativos, que en valor presente se traduce como 14% del PIB mundial.
En lo que respecta a calidad, la pandemia trajo retrasos significativos en los niveles de aprendizaje. Un análisis de 35 estudios en 20 países realizado por el Banco Mundial estima que, entre marzo 2020 y 2022, se experimentó un retroceso de poco más de medio año de escolaridad por causa del cierre de las escuelas. De hecho, el indicador de pobreza de aprendizaje, es decir, la proporción de niños que no pueden leer ni comprender un texto sencillo a los 10 años, podría pasar de 56% a 70%.
Desafortunadamente, solo algunos países han sido prontos en atacar esta situación, implementando estrategias de recuperación de los aprendizajes. Una encuesta que UNICEF y UNESCO realizaron a ministerios de educación en 93 países indica que, solo 2 de cada 5 países aumentaron el tiempo de instrucción en los niveles preuniversitarios y solo 1 de cada 5 en el nivel de preprimaria. De hecho, menos de un tercio de los países de ingresos bajos implementaron estrategias de este tipo. Estos resultados sugieren que la brecha entre países con alto y bajo nivel educativo se ensanchará aún más.
Una política macroeconómica que apunte a paliar los efectos del COVID-19 no es más que un parche. Es cierto que para atravesar el crudo y frío invierno más vale un parche que ropa agujereada, pero a la larga, solo un buen abrigo y refugio puede prevenir la hipotermia. En tal sentido, los países deben abocarse a evaluar y medir las pérdidas de aprendizaje e impulsar medidas que permitan mitigarlas, priorizando a los grupos más vulnerables (niños de hogares pobres, con discapacidad, no-nativos en el idioma de instrucción, entre otros), en aras de promover la equidad en los aprendizajes.
Si bien los efectos nocivos sobre la educación se visibilizan más notoriamente en el largo plazo, solo acciones en el corto plazo lograrán evitar la agravación de estos malestares en el futuro. Y aunque Keynes decía que en largo plazo todos estaremos muertos, lo cierto es que algunos no lo estarán, y serán esos quienes sufrirán las consecuencias.
Katherine Javier es economista especializada en desarrollo económico y análisis y evaluación de políticas públicas. Es egresada del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, The University of Manchester y Columbia University. Para discusiones interesantes, síguela en Twitter @KatherineJavier
Fuentes:
https://www.oecd-ilibrary.org/education/what-are-the-social-benefits-of-education_5k4ddxnl39vk-en
https://documents1.worldbank.org/curated/en/442521523465644318/pdf/WPS8402.pdf
https://www.unicef.org/media/115711/file/Checklist%20of%20Key%20Considerations%20.pdf
