Desfile anual boricua calienta la Quinta Avenida
El tradicional evento, que bajo el lema "Música, alegría y cultura" se realiza en la icónica avenida, vuelve a atraer a miles para celebrar la herencia y las contribuciones puertorriqueñas
Baile, tambores, y gritos que hacían subir los decibeles y calentaban el ambiente. Silbatos, frenéticos movimientos de cadera y agradecimientos, pero también lamentos. Miles de espectadores y, sobre todo, un número similar de marchantes que, como cada segundo domingo de junio, se tomaron este domingo un tramo de la popular Quinta Avenida de Manhattan para celebrar el orgullo y las contribuciones de los puertorriqueños.
Todo sucede en la versión número 66 de la Marcha por el Día del Orgullo Puertorriqueño que como cada segundo domingo de junio, aparece como ese tradicional anuncio de que las épocas de calor, por fin, iniciarán en Nueva York. En algún momento del recorrido, la tarde de este domingo la temperatura alcanzó los 78 grados y se sabe que no será hasta septiembre que no baje de nueva cuenta los 70.
Son decenas las organizaciones las que toman las calles para participar del orgullo boricua, desde marcas comerciales de cerveza, hasta todos los políticos comenzando por la gobernadora Kathy Hochul, siguiendo con el alcalde Eric Adams, el senador Chuck Schumer y la Procuradora General del estado Letitia James, pasando por la Comisionada del Departamento de la Policía, Keechant Sewell, el activista y defensor público Jumaane D. Williams, la congresista Nydia Velazquez y hasta la senadora Kirsten Gillibrand.
Manifestar apoyo a los boricuas es parte del trabajo de los funcionarios públicos neoyorquinos y por eso acuden al multitudinario desfile para mostrar simpatías y preocupaciones sobre esta comunidad. Como pueden, lanzan arengas en un español cargado de acento.
“¡¿Dónde están los boricuaaas?!”, grita por un altavoz Schumer, vestido con una guayabera blanca al tiempo que muestra sus calcetas con la bandera de las barras y la estrella, del país isleño.
La marcha arrancó a las once de la mañana en punto con el contingente del Departamento de policía de la Ciudad de Nueva York cuyos elementos se dividen entre aquellos que les tocó marchar y los que cuidan que nada se salga de control detrás de las vallas de seguridad. Entre los primeros se hallan la Sociedad Hispánica del Departamento de Policía, que cuenta con un gran número de isleños que muestran orgullosos su origen y saludan a familiares y amigos.
Sin embargo, en esta tarde donde se festeja el espíritu isleño, los policías son simples espectadores que lamentan calladamente el equívoco del pronóstico del clima pues en lugar del día nublado que se anunció se está viviendo uno mayormente soleado y muy cálido.
Cada cinco minutos, las calles entre la 43 y la 47 impulsan una nueva organización, que inicia su marcha ya sea a pie, o a bordo de un camión con música que puede ser grabada o en vivo y, en unos pocos casos, los participantes viajan en lujosos autos deportivos descapotables. Las canciones y sus letras se suelen repetir pero a la gente poco le importa: “qué bonita bandera”, “voy a vivir, voy a gozar, vivir mi vida, ay ay ay ay”. Los ritmos sólo se detienen un momento mientras se atraviesa la Catedral de San Patricio pero una vez superado ese dique la fiesta se reanuda hasta llegar a Central Park.
“Los puertorriqueños hemos traído a esta nación alegría, sabor, trabajo duro y humildad” dice a El Diario de Nueva York Nadia Matorral quien acepta que en todos los casos aquí se les trata “de lujo”. También dice que trajeron el son, el tambor, el castellano, a veces en clave, y un tipo de baile que ahora es uno de los sellos de esta ciudad y que muchos presumen mientras desfilan y arengan los gritos de las multitudes detrás de las vallas.
Sombras sobre San Juan
Sin embargo, no todos los boricuas que salieron a marchar este domingo de junio lo hicieron para agradecer y celebrar. Otros aprovecharon la vitrina para soltar arengas más cargadas hacia el rechazo o la búsqueda de la emancipación.
“Nos dejan tener desfiles mientras nos quitan la patria entera para expulsaronos de Puerto Rico, o they let us have a parade but they our country away”, nos indica Héctor López, un isleño exiliado quien dice recién haber cumplido los 75 años.
Los de la marcha silenciosa de la Universidad de Puerto Rico parecen los más serios. “Nuestra escuela debe prevalecer”, “tenemos derecho a energía eléctrica y seguridad pública”, “tenemos derecho a servicios de salud accesibles”, “protejamos los derechos de los trabajadores” son parte de sus reclamos al que se une el de cancelar la deuda estudiantil.
Itzel Colón, representante de un grupo de retirados de la Ciudad de Nueva York, lamenta que en septiembre les van “a quitar el medicare y les impondrán uno inferior”. Culpa al alcalde Eric Adams de la medida que su organización busca impedir.
Los del centro de Centro de Estudios Puertorriqueños invitan que “aprender a luchar y luchar es aprender” y con ese tono, pareciera que muchos participantes peleando por algún derecho o por defender a alguien. De eso también se trata salir a manifestarse este día.
“¡Las playas no se venden, Puerto Rico no se vende”, reclaman los del Movimiento Independentista Boricua, El Frente, y el Partido Nacionalista de Puerto Rico, movimiento que se dice “libertador” y que ya cumple 100 años de lucha.
“No vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico”, dicen Las Lolitas de Nueva York que exigen un Puerto Rico libre e inclusivo y que, a diferencia de las demás organizaciones, marchan con el rostro duro, lejano de las sonrisas.
El color se impone
Sin embargo, una vez que se alejara ese grupo de isleños que salieron a manifestar sus preocupaciones, regresó lo que es la fiesta nacional con muchos viajeros llegados de provincias como Ponce, Mayagüez y Salinas, para participar en la más grande demostración de orgullo que alguna nación tenga en los Estados Unidos, pese a que otras diásporas ya superaron en número a la puertorriqueña.
Ramses Morales, quien viene de Vieques -una isla perteneciente a San Juan-, responde con un “nada” cuando le preguntó por el aporte de los puertorriqueños a los Estados Unidos. “Tan sólo la Ley de Cabotaje, que está en la Constitución y obliga a que todo lo que Puerto Rico produce venga primero a Estados Unidos y ya luego nos lo devuelvan”, dice mientras lamenta que eso es algo injusto, pues “no dejamos de ser una colonia”.
Al referirse a la música, y la cultura Morales cambia su rostro: “ah, en esa parte si aportamos y mucho”, dice antes de invitar a los turistas a esa isla que cuenta “con 100 playas y mucho pescado”.
Así como cerca de 80 habitantes de Vieques viajaron a Manhattan a desfilar como cada año, del mismo modo lo hicieron políticos de la Isla del Encanto como miembros de su Cámara de Representantes, y una organización que ayuda a niños a convertirse en peloteros.
Pero como siempre, también lo hicieron gente de los cinco condados neoyorquinos, como un sindicato de maestros, la Old Roman Catholic Church con el padre Louie enviando bendiciones desde su camioneta, y boricuas de condados cercanos como Nassau o New Haven en el estado de Connecticut. La mayor parte de quienes asisten lo hacen vistiendo su ropa de gala para la ocasión: poca ropa y mucha piel descubierta, además de harto orgullo que desborda las calles envuelto en rojo, blanco y azul.
Luego de 4 horas, las últimas organizaciones toman las calles para hacer este corto recorrido, si acaso de unas 30 cuadras, pero inmenso en participación comunitaria y rico en intensidad.
De los últimos en aparecer una camioneta perteneciente a un restaurante que leva a dos cocineros asando un lechón y esparciendo parte de su dulce humareda que va despertando la voracidad por este típico olor del caribe. La hora de la comida ya esta cerca.
“Que cante mi gente… que bonita bandera… preciosa te llaman…” despiden los últimos camiones como el del Nuyorican Poets Café, que eligió presentarse con bailes más regionales, aunque otros antes que ellos se decantaran por el moderno reguetón, y la mayoría por la salsa que con ese nombre nació en Nueva York en las comunidades latinas y no ha dejado de ser un fenómeno mundial.
Finalmente llegó a su fin, este esfuerzo anual por manifestarse y establecer sus límites como puertorriqueños, aclarar su aporte a este país pero también marcar diferencias.
“Yo soy boricua para que tú lo sepas”, va cantando la madrina del evento Judy Torres mientras se retira rumbo a Central Park. Detrás de ella, un camión se despide con la leyenda: “No nacimos en Puerto Rico, sino que Puerto Rico nació en nosotros”.