Desde las raíces de la brecha laboral
Robos de salarios, pagos cada vez más bajos, precariedad laboral y trato deshumanizado, una constante entre trabajadores de la ciudad
Hay una gran brecha que separa a la clase trabajadora y que deja a un lado a las personas que reciben un buen salario (unos mejor que otros) o rentabilidades y beneficios. Del otro lado hay personas como Silvia, Adriana, Allister, Pierre, Beatriz, Bárbara María, José Francisco, Nereida, Carolina, Antonio y una larga lista de nombres más que no caben de la forma pormenorizada que merecen ni en esta crónica ni en un libro.
Muchos de ellos o como ellos estarán en la manifestación pro imigrante y pro trabajadores de este 1 de Mayo.
Son personas que se dedican a la limpieza, al cuidado de mayores y de niños, trabajan en lavanderías, en lavaderos de carros, se ocupan de las sillas de ruedas en el aeropuerto, hacen pan, atienden las mesas en restaurantes o son modelos. Algunos son trabajadores por cuenta propia y hay quienes trabajan por horas. En este grupo hay personas que trabajan como creativos, guionistas y productores de la creciente industria del reality show (televisión de no ficción), algunos manejan un carro y otros se ganan la vida como jornaleros o en la industria del entretenimiento de la ciudad que nunca duerme.
La brecha que separa a estas personas de la (cada vez más arrinconada) clase media, de la acomodada o de la muy afortunada que existe en esta ciudad, fue puesta en evidencia hace unos días cuando la Oficina de Estándares Laborales (OLPS en inglés) citó a trabajadores de la ciudad en La Guardia Community College para que compartieran sus experiencias laborales y las del ejercicio de sus derechos.
La OLPS, que desde 2016 forma parte del Departamento de Asuntos de Consumidores (DCA), quiso oír estos testimonios para elaborar un informe que permita tener guías sobre políticas laborales en la ciudad, “particularmente ahora, a la vista de la falta de compromiso con los derechos de los trabajadores por parte de la administración presidencial”, según se explicaba en un comunicado.
Y lo que se oyeron las comisionadas Lorelei Salas de DCA, Carmelyn Malalis, de la comisión de Derechos Humanos y Kavita Pawria-Sánchez, comisionada asistente de la Oficina de la Oficina del Alcalde para Asuntos de Inmigraciónó en esos testimonios lleva a concluir que tienen ante sí mucho trabajo.
Las raíces de la brecha son tan profundas en Nueva York como en otros lugares del país pero se sienten mucho más porque crecen al lado de las que tienen mejor fortuna.
“Nos ajustan el salario mínimo con las propinas”. “El patrón no nos paga lo que nos debe”, se quejaba un nervioso carwashero ante una audiencia que llenaba una generosa sala en la Universidad. A su lado, uno de los trabajadores recién despedidos de Tom Cat Bakery, lamentaba que tras años de trabajo en esta panadería perdieran su trabajo por una auditoría sobre los permisos de trabajos bajo la nueva Administración de Donald Trump. “Nos vamos sin nada, apenas nos quieren dar una semana de paga por año trabajado. No lo vemos justo”.
Santiago, un jornalero de Staten Island, en su testimonio dijo que tras acabar un trabajo de construcción particular el patrón le acusó de robar el trabajo a los americanos para evitar pagarle y le advirtió que el presidente iba a por inmigrantes como él.
Con esa inseguridad, personal y laboral, viven cada vez más personas en una ciudad que recuerda casi cada día que les protegerá para mitigar el inevitable miedo que dejan traslucir los indocumentados.
Una inseguridad con la que también malviven quienes han obtenido un aumento de salario por ley, los trabajadores de fast food, pero que ahora como Pierre, ven cómo les han reducido las horas de trabajo. “Luché por los $15 la hora y eso fue una victoria pero no trabajo más de dos o tres días a la semana”, decía este joven antes de emocionarse y compartir con la audiencia que no podía sostener económicamente con ese trabajo y horarios erráticos a su novia y su hija de cuatro años. Todos tienen que vivir con la familia de ella.
“He pedido más horas pero no me las dan”, explicaba, así como tampoco le daban con el tiempo suficiente como para organizar otro trabajo o compartir el cuidado de la hija, sus horarios. Pierre lamentaba la desconexión de responsabilidades de las empresas y sus franquicias.
Adriana Hughes, trabajadora del comercio al por menor tampoco pudo evitar las lágrimas a la hora de contar cómo los bajos salarios, el subempleo, la falta de beneficios y de un horario regular además de la falta de empatía mínima de los gestores había “roto su espíritu”. Tras narrar un accidente laboral se quemó un brazo en un accidente concluyó “uno no se espera esto cuando es contratado”.
La emoción también fue parte del relato de niñeras como Silvia y Beatriz. Ambas fueron víctimas de abusos por las familias de los niños a los que cuidaban y en uno de los casos porque se aprovecharon de su condición de indocumentada. Beatriz está peleando por horas de trabajo que le deben con la Alinza Nacional de Trabajadores del Hogar y Silvia narró como la despidieron con un mensaje de texto. “Los empleadores sabe que necesitamos trabajar y no valoran nuestro tiempo ni nuestro trabajo”.
Otro que también ha sido recientemente despedido es Antonio que empezó su comentario suscribiendo experiencias de todos los que hablaron antes que él. Este emigrante, trabajador en una lavandería durante 12 años, vió como su sueldo iba aumentando y sus horas disminuyendo hasta que hace unos días los empleadores dijeron a 10 trabajadores que cerraban el negocio y que se lo transmitieran al resto. Así. Sin más.
Otras profesiones, que desde fuera se conocen poco, como la de los que hacen posible los shows de no ficción televisivos, tampoco tienen unas condiciones laborales dignas de ser emuladas a decir de Alastair Bates. Miembro del sindicato de escritores, lamentaba que mientras las productoras están ganando dinero y cuotas de pantalla la realidad de la “reality TV es que hay una carrera por la degradación de las condiciones de trabajo”.
Bates habló de las muchas horas de trabajo sin cobrar extra o entradas de horas manipuladas además de de peores sueldos y beneficio.
La luz en ese túnel, a decir de algunos de los trabajadores es la unión. En cooperativa, como María, que pasó de ofrecer, con más o menos éxito pero siempre con esfuerzo, sus servicios de limpieza en la esquina de Williamsburg a trabajar en una cooperativa con el Proyecto de Justicia Laboral.
O en un sindicato como Bárbara, que tras años cuidando de enfermos en su casa, ahora tiene contrato y respeto. O José Francisco también cubierto por el sindicato en la lavandería que se encarga de que se cumplan las normas, incluidas las de seguridad en el trabajo. “He visitado otras lavanderías donde trabajan también inmigrantes y sin Union y he visto cómo otras personas no tienen los beneficios y sufren un trato deningrante”.
En apenas tres minutos por persona, el tiempo que tenían para su testimonio, más de una veintena fue mostrando con sus experiencias esta brecha abierta en una ciudad que este 1 de Mayo volverá a ser escenario de una marcha con la que demandar algunas respuestas.