Cómo la erupción del volcán de Krakatoa en 1883 afectó los vuelos en avión
El volcán indonesio Krakatoa fue el protagonista de una erupción tan grande, que sus efectos se pudieron ver en muchas partes del mundo. Así fue como los expertos pudieron darse cuenta de que había algo en el aire que hacía que las cenizas viajaran muy rápido.
Antes de que el volcán indonesio Krakatoa entrara en erupción en 1883, nadie sabía que a miles de metros por encima de nuestras cabezas, existían corrientes de aire que años después harían posible que aprendiéramos a volar mejor.
¿Qué tuvo de especial esta erupción para llevar a un descubrimiento científico?
Para empezar, hubo dos factores que la hicieron especial, según explicó Jenni Barclay, profesora de Vulcanología de la Universidad de East Anglia, en Reino Unido, al programa de radio la BBC The Genius of Accidents.
“La erupción del Krakatoa soltó que una enorme cantidad de magma a la superficie en un periodo de tiempo muy corto de tiempo”, dijo la experta.
“Y la otra cosa que la hizo particularmente explosiva fue que el agua se metió en su sistema y una vez que esto pasa, se convierte en vapor y la inmensa cantidad de energía extra que esto crea provoca que todo el sistema estalle”.
El resultado fue que el volcán concentró tanta energía que expulsó su carga por todo lo alto.
“Parte del material, sobre todo las partículas más finas, subieron muy alto, a unos 80 kilómetros“, afirmó.
“En términos geológicos, esta fue una erupción muy grande. Probablemente la segunda o tercera más grande de los últimos 250 años”, añadió el profesor de Vulcanología de la Universidad de Oxford David Pyle.
“Cuando terminó, la isla de Krakatoa había desaparecido prácticamente… En esa época, fue la primera erupción volcánica que se convirtió en una noticia global“.
Un fenómeno global
El telégrafo hizo posible que gente de diferentes rincones del mundo se enterara de que un volcán había hecho desaparecer una isla en Indonesia y esto despertó mucho interés.
Quienes pudieron ver este fenómeno lo describieron de formas muy distintas según el lugar en el que se encontraban.
“En algunos sitios vieron una corona vívida. En otros, un ocaso muy colorido. Así que en diciembre de 1883, en cualquier parte del planeta podías esperar ver algo relacionado con las perturbaciones que creó esta erupción volcánica”, concluyó Pyle.
Para monitorear el fenómeno, la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural decidió por primera vez involucrar al público en su actividad y publicó anuncios pidiendo a los ciudadanos que enviaran sus descripciones de los cambios que habían visto en el cielo que pudieran estar relacionados con la erupción del Krakatoa.
Las cartas y dibujos llegaron desde lugares tan distantes que los expertos se dieron cuenta de que algo estaba llevando las cenizas del Krakatoa a lugares muy lejanos.
La erupción había sucedido el 27 de agosto y en cuestión de un día sus cenizas ya habían sido vistas a miles de kilómetros de distancia, lo que significaba que el viento se movía a gran velocidad.
La red de observadores que la Real Sociedad de Londres había improvisado le permitió rastrear lo que hoy se conoce como corrientes en chorro.
Influencia en el clima
El meteorólogo Chris Bell explicó que las corrientes en chorro son corrientes de aire muy rápidas que fluyen por el medio de la atmósfera.
“Para las islas británicas, por ejemplo, tienen mucho que ver con la razón por la que el clima se comporta de la forma en que lo hace. En invierno es responsable de las condiciones de humedad y frío y sobre todo de cambios de baja presión, que pueden causar a veces daños por el viento e inundaciones”, aseguró.
“Las corrientes en chorro recorren el hemisferio norte de oeste a este porque la forma en que la Tierra gira sobre su eje hace que los vientos se muevan en esa dirección. Pueden fluir muy rápidamente, su velocidad promedio va de los 160 a 240 kilómetros por hora, pero las más fuertes pueden registrar vientos a más de 320 kilómetros por hora”, afirmó Bell.
El conocimiento de las corrientes en chorro ayuda a predecir el tiempo. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con que hoy podamos volar?
Los aviones aprovechan estas corrientes en chorro para ahorrar combustible e ir a mayor velocidad, es por eso que el viaje de Nueva York a Londres suele durar de una a dos horas menos que el trayecto inverso. O menos: en 2015, por ejemplo, una aeronave de British Airways consiguió hacer este recorrido en cinco horas y 16 minutos, una hora y media antes de lo anunciado.
A la vez, los pilotos deben tener cuidado de no encontrarse con una corriente que vaya en dirección contraria, ya que esto puede provocar accidentes.
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