El año que acaba de empezar va a tener 366 días en vez de 365: como ocurre cada cuatro años (la última vez ocurrió en 2016), febrero esta vez durará un día más, correspondiente a la fecha del 29.
Curiosamente, esta circunstancia suele coincidir con las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Pero la razón de que haya años bisiestos (así se llaman los de 366 días) no se deben a los ciclos electorales de este país, sino a la astronomía y a los antiguos Romanos, una civilización que dominó en buena parte de Europa durante casi un milenio.
Un año, según el calendario gregoriano, que es el que se utiliza comúnmente en ámbito internacional, corresponde al tiempo que emplea la Tierra para dar un giro completo alrededor del Sol. O casi.
Eso es porque en realidad nuestro planeta necesita algo más de 365 días, precisamente 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,5 segundos. Esto hace que en el tiempo se acumule un pequeño margen de error, que necesita ser ajustado.
El primero en darse cuenta de que el cálculo de los años no correspondía exactamente al ciclo astronómico real, aunque no supiera que la Tierra giraba alrededor del Sol, fue Julio César, quien lideró a los romanos en el primer siglo antes del nacimiento de Cristo, apunta la cadena BBC.
En ese momento se utilizaba el calendario romano, que no era suficientemente preciso. Julio César pidió entonces al astrónomo de orígen griego Sosígenes que le ayudara a encontrar un sistema para contar los días más adecuado.
Este le propuso un calendario, extremadamente similar al de los egipcios, que tenía 365 días con un día adicional cada cuatro años para así alinearse con el año solar, agrega BBC.
El nuevo calendario, llamado juliano en honor de Julio César, se adoptó a partir del año 45 a.C., después de que el 46 a.C. contara con 445 días debido a todos los errores de cálculo acumulados en los siglos anteriores.
Sin embargo, en ese sistema el día introducido cada cuatro años no fue fijado en la fecha del 29 de febrero, sino del 24.
Cientos de años más tarde, el papa Gregorio XIII decidió, a través de una bula papal, “perfeccionar” el calendario, ya que el juliano seguía manteniendo imprecisiones.
Tras recibir las recomendaciones de una comisión, en 1582 aprobó las novedades, apunta la web de la NASA. Para que el calendario entrara en vigor correctamente, se determinó que después de la fecha del 4 de octubre de 1582 siguiera la del 15 de octubre de 1582. Así se pretendió corregir los errores que se habían vuelto a acumular en los años.
Una de las modificaciones introducidas en esa reforma, fue que el día adicional de los años bisiestos sería el 29 de febrero y no el 24. El nuevo sistema se conoce aún hoy día como el calendario gregoriano, en honor de ese papa.
Para que los desajuste anteriores no volvieran a producirse, se creó un sistema de excepciones a los años bisiestos. Por ello, no serán tales los que sean múltiplos de 100, excepto si también lo son de 400. Por esta razón no fueron bisiestos el año 1800 ni 1900, pero sí el año 2000. Por este mismo motivo ni el año 2100 ni el 2200 serán bisiestos.
El nombre bisiesto proviene de la expresión en el idioma que hablaban los romanos, el latín, ante diem bis sextum Kalendas Martias, (el sexto día antes de las calendas, es decir, el primer día, de marzo). En otras palabras, el 24 de febrero. Como la frase era un poco larga, se terminó resumiendo en bis sextus: bisiesto en nuestra lengua.
Editado por Francesco Rodella