Liderazgo y oportunidad
“Cuando hay paz bajo los cielos, reza un proverbio chino, los grandes problemas parecen pequeños”. Cuando las cosas funcionan bien, de manera normal, los defectos o deficiencias pasan a un segundo plano y a nadie le preocupan mayormente. Paradójicamente, el statu quo impide corregir problemas a la vez que hace casi imposible aprovechar oportunidades. México ha vivido muchos ejemplos de ambas situaciones.
Por lo que toca a los problemas, en muchas ocasiones, éstos se van resolviendo con el tiempo, haciendo irrelevantes las quejas o críticas de los Casandras que siempre existimos en todas las sociedades: aquellos a quienes nos preocupan problemas o situaciones que, de no atenderse, podrían conllevar enormes riesgos hacia adelante. La cosa cambia cuando se presenta una crisis.
Las crisis exigen respuesta y conducción. Son momentos en que las variables que previamente funcionaban de una manera conocida dejan de ser previsibles y la capacidad de resolver el problema depende en buena medida de la calidad del liderazgo con que cuenta una sociedad. Un líder tiene que tener claro el objetivo que se persigue para enfrentar la crisis, pero también una capacidad de comprender las causas profundas de la misma, así como la solidez para tomar las decisiones —muchas de ellas terriblemente costosas— que la derrota de una crisis requiere.
Si vemos hacia atrás, a los años setenta a noventa en que proliferaron las crisis financieras, aunque no todas se manejaron con la misma destreza, los ciudadanos tuvimos la ventaja de haber contado con la capacidad y competencia en el gobierno para salir de ellas. Por supuesto que no a todo mundo le gustaron los recortes en el gasto público o decisiones respecto a la deuda, los bancos o el manejo del tipo de cambio, pero esa afirmación se torna tanto más relevante cuando uno compara la capacidad y disposición de responder ante las crisis que se desplegó en el país en aquellos momentos con lo que ha ocurrido en otras sociedades —desde Argentina hasta Grecia e incluyendo a EEUU— en estos últimos años.
Es evidente que las circunstancias de cada país condicionan y determinan la latitud con que cuenta un gobierno para responder y eso establece el margen de maniobra dentro del que se puede actuar. De esta forma, un país como Argentina, que cuenta con una enorme producción de alimentos, ha podido darse el lujo de correr riesgos que casi ningún otro país del mundo podría manejar. Por su parte, Grecia contó con el apoyo decidido del resto de Europa no porque esas naciones estuviesen contentas con el desempeño griego o con la capacidad de respuesta de su gobierno, sino porque todas veían en riesgo a su propia moneda común. Estados Unidos ha tenido el privilegio de poder posponer su inevitable ajuste fiscal —sobre todo en lo relativo a programas sociales, de salud y de pensiones— en buena medida porque cuenta con una moneda de reserva.
Robert Samuelson, un analista económico del Washington Post, ha criticado mucho al presidente Obama por no asumir el liderazgo que la crisis exige. Según Samuelson, “solo el dueño del púlpito puede obligar a la opinión pública a enfrentar la realidad” porque su función ejecutiva le da la posibilidad de hacerlo, de hecho lo convierte en el único actor político que lo puede hacer. Sólo el presidente, insiste el estudioso, tiene la capacidad de ejercer el liderazgo que la situación reclama. El resultado de no hacerlo, y que afecta severamente a la economía mexicana, es que Estados Unidos enfrenta una crisis de confianza que se refleja en bajos niveles de inversión y, por lo tanto, en la prolongación de la crisis.
Más allá de una situación crítica, otra forma de desperdiciar tiempo y recursos es no aprovechando las oportunidades. Quizá la principal diferencia entre el éxito de buena parte de los países del sudeste asiático y el relativamente pobre desempeño de nuestra economía en las últimas décadas yace menos en lo que se hizo que en lo que dejó de hacerse. Por ejemplo, con la liberalización de las importaciones, en los ochenta se dio un giro radical en la dirección de la economía mexicana. Sin embargo, tomó veinte años para que esa decisión comenzara a tener un impacto notable en la tasa de crecimiento de la economía. Como dice Andrés Velasco, un ex-secretario de hacienda de Chile, tuvo que primero lograrse una masa crítica de exportadores para que el beneficio fuese perceptible. Sin embargo, dice él, como en Chile una década antes, una vez que las empresas llevan a cabo el ajuste a las nuevas circunstancias, la economía se torna mucho más flexible y su capacidad de adaptación a un mundo cambiante crece.
Aunque es explicable que el proceso de adaptación sea dilatado, no lo es la ausencia total de políticas públicas diseñadas para acelerarlo. Quizá el mejor ejemplo positivo al respecto es la impresionante industria aeronáutica que nació, prácticamente de la nada, en Querétaro. Aunque menos visible que su contraparte brasileña (que tiene aviones con su propio nombre) según algunos estudios esa industria agrega hoy más valor en México que en aquel país. Lo interesante es que su nacimiento está directamente relacionado con la decisión del gobierno estatal de crear una carrera universitaria en ingeniería aeronáutica, generando con ello al personal que ha hecho posible el surgimiento de la industria. Por supuesto, no hay garantía de que el establecimiento de una carrera se vaya a traducir en el desarrollo de una industria tan importante, pero no sobra la pregunta de cuántas oportunidades se han perdido por falta de visión, previsión y conciencia gubernamental a todos los niveles.
Lo impactante del ejemplo queretano es que el costo incurrido en el desarrollo de la industria no fue extraordinario: se aprovechó un vehículo existente (la universidad) y se construyó una carrera que, aún de no haber cuajado en la localidad, habría provisto mano de obra calificada para otras latitudes. En otras palabras, se trató de una apuesta moderada que ha tenido un beneficio extraordinario. Desafortunadamente, lo común —sobre lo que desafortunadamente hay muchos ejemplos— es de enormes apuestas sin beneficio alguno.
Al país no le han faltado buenas decisiones, pero sí ha adolecido de poca claridad en su liderazgo sobre las oportunidades que podrían acelerar su transformación. Así como las crisis obligaron a la cautela fiscal, la gradual reconfiguración de la economía nacional y la de la región norteamericana abre oportunidades que no deberíamos dejar pasar, una vez más. La clave no reside en más gasto sino en una promoción inteligente, aunque sea sólo desde el púlpito.
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Luis Rubio es Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo A.C.