Una oportunidad para Obama
Hay que ver todavía qué podrá hacer Obama en este nuevo contexto, ya que su margen de maniobra en el frente interno es acotado
La era de Estados Unidos como superpotencia llegó a su fin, y los políticos estadounidenses se enfrentan a preguntas difíciles respecto del lugar de su país en el contexto internacional. ¿Debe Estados Unidos seguir actuando conforme a la idea tradicional de ser la encarnación de un destino excepcional en y para el mundo, o más bien retirarse al aislacionismo?
Por supuesto, la retórica de la “excepcionalidad” estadounidense es algo que todos los presidentes de Estados Unidos deben honrar. El presidente Barack Obama lo hizo por última vez en septiembre, en un discurso que incluyó estas palabras: “lo que nos hace excepcionales” es el hecho de actuar “con humildad, pero a la vez con determinación”. A pesar de su intención de desinvolucrar a Estados Unidos de las guerras de Medio Oriente, Obama parece decidido a mantener viva la idea de excepcionalidad.
Hubo prueba de esto hace poco, cuando Obama y el presidente iraní Hasán Rohaní mantuvieron la primera conversación entre líderes de ambos países en más de tres décadas. Rohaní (un hombre con reputación de moderado, que durante la semana que duró su visita a Nueva York para la Asamblea General de las Naciones Unidas mantuvo una seguidilla extraordinaria de encuentros diplomáticos) presentó ante su homólogo estadounidense una retórica sumamente conciliadora. Y a pesar de la ruidosa desaprobación que recibió de medios de prensa y políticos conservadores estadounidenses, la respuesta de Obama a Rohaní fue la de un estadista.
Justo cuando Rohaní se preparaba para regresar a Irán, Obama lo llamó por teléfono. La conversación fue breve, pero un funcionario de alta jerarquía del gobierno de Obama informó que ambos líderes tienen “un sentido de urgencia compartido” respecto de las inminentes conversaciones sobre el programa nuclear iraní, y que un acuerdo en ese tema “podría abrir la puerta a una relación más profunda”.
Para reparar la larga ruptura en la relación bilateral, ambas partes deberían superar una intensa oposición interna. Cuando Rohaní volvió a Irán, un grupo de manifestantes conservadores le arrojó huevos y zapatos. Y en Estados Unidos, en vez de darle a Obama tiempo para negociar el programa nuclear iraní en un clima más propicio, referentes de los sectores más conservadores, como Marco Rubio (senador por Florida), pidieron una nueva ronda de sanciones económicas.
Sin embargo, los diplomáticos estadounidenses con experiencia parecen más favorables al nuevo intento de fortalecer la relación bilateral. Suzanne Maloney, ex funcionaria del Departamento de Estado, expresó un cauto optimismo y señaló que “todavía es demasiado pronto, y harán falta muchas pruebas, pero el Sr. Rohaní fue más allá de lo que yo hubiera esperado”.
El periodista Steve Clemons no se quedó corto, al afirmar que “un reacercamiento con Irán sería el mayor avance en política exterior desde el final de la Guerra Fría y la normalización de las relaciones con China”. Agregó que desaprovechar esta oportunidad sería para Estados Unidos el “peor error estratégico desde la invasión a Irak”.
Hay que ver todavía qué podrá hacer Obama en este nuevo contexto, ya que su margen de maniobra en el frente interno es acotado. El avance sostenido del programa nuclear iraní desaconseja hacer caso a los conservadores que piden un regreso a la hostilidad y al antagonismo. De hecho, en este caso, negarse a conversar equivale a no tener ninguna estrategia, lo cual es una alternativa muy arriesgada. Incluso aunque la relación no deje de ser glacial, es preciso mantener abiertas las nuevas líneas de comunicación entre ambos países.
Por supuesto, la desconfianza y el resentimiento mutuos son de larga data y no desaparecerán de un día para el otro. Los iraníes no olvidan que Estados Unidos patrocinó el golpe de estado que hace seis décadas derrocó al líder nacionalista Mohammad Mosaddeq, y los estadounidenses aún se resienten por la toma de la embajada de Estados Unidos en Teherán en 1979, cuando más de 50 diplomáticos y empleados estadounidenses estuvieron de rehenes durante 444 días.
Los estadistas no pueden cambiar el pasado, pero pueden cambiar el futuro. Y hoy, la cuestión histórica es el programa nuclear iraní. Como firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear, Irán tiene derecho a desarrollar sus capacidades nucleares, siempre que lo haga con fines pacíficos. Dentro de este marco, Estados Unidos e Irán tienen margen para hallar coincidencias, si ambas partes encaran la cuestión con realismo.
La otra opción para Obama (lanzar un ataque militar contra las instalaciones nucleares iraníes) no conduce a ninguna parte, ya que las probabilidades de éxito son escasas (sobre todo, a la luz de las costosas y contraproducentes desventuras protagonizadas por Estados Unidos en Afganistán, Irak y Libia).
Felizmente y a pesar de que ambas partes han puesto límites a lo que consideran negociable, los últimos acontecimientos son muy favorables a una mejora de las relaciones. Aunque para Irán, el límite pasa por la exigencia de que entregue sus reservas de uranio enriquecido al 20%, el ministro de asuntos exteriores, Mohammad Yavad Zarif, expresó el deseo de acordar una “hoja de ruta” para hallar una solución. Zarif ha dicho también que la crisis nuclear se puede resolver en un año, y que poner plazo a las conversaciones garantizaría que ninguno de los dos lados “piense que el otro lado está haciendo tiempo para lograr otros objetivos”.
En estas circunstancias, se necesita lo mejor de la excepcionalidad estadounidense. Irán, hogar de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, tal vez esté dispuesto a poner fin a décadas de hostilidad, algo que podría influir profundamente en el contexto regional de Medio Oriente. Estados Unidos no debe permitir que sus impulsos aislacionistas (o sus sectores más conservadores) le impidan aprovechar esta apertura diplomática.