México no tiene piedad con “dreamer” peruana

Catheryn Jara lleva 11 años en el país y solo le faltan dos semestres para completar sus estudios universitarios, pero por falta de papeles le acaban de exigir que se regrese a Perú

Catheryn Jara tenía ocho años cuando se mudó junto a sus padres a México.

Catheryn Jara tenía ocho años cuando se mudó junto a sus padres a México. Crédito: Gardenia Mendoza Aguilar / La Opinión

ECATEPEC, México – Catheryn Jara es tan mexicana como cualquier chica de 19 años de su escuela o su colonia en este municipio conurbano de la capital mexicana. La única diferencia es que sus padres son dos trabajadores peruanos emigrantes que la trajeron aquí cuando ella tenía ocho años.

A Catherine le gustan las tortillas y el chile, bailar la música grupera y salir de paseo con sus compañeros de la universidad mientras se gradúa en administración de empresas porque lo suyo es crecer en los negocios del país que acogió a su familia cuando la economía de Perú se iba en picada a principios del 2000.

Pero los sueños de esta “muchacha 10”, como la llama su madre, Violeta Moreno, comenzaron a derrumbarse desde el día que recibió un documento del Instituto Nacional de Migración (INM) en el cual se le solicitaba que saliera del país por ser indocumentada.

“Quieren que me vaya a Perú y pida una visa de estudiante”, cuenta con el rostro ensombrecido: Sabe que en cuanto ponga un pie rumbo al sur sería casi imposible regresar, por su historial sin papeles. “Voy a dejar mi carrera cuando me faltan sólo dos semestres para terminar”.

Catherine es una versión mexicana de los jóvenes “dreamers” en Estados Unidos; los inmigrantes indocumentados que llegaron al país siendo niños obligados por decisiones que no tomaron ellos, sino sus parientes.

Sólo que en México no existe una Acción Diferida para que esos jóvenes puedan aspirar a la residencia sino una Ley de Migración que desde 2011 sólo permite la regularización por vínculo familiar o causas humanitarias y las autoridades migratorias son inamovibles.

A pesar del crecimiento de la inmigración en México, en el país se otorgan cada año sólo alrededor de 175,000 visas de residente temporal o permanente.

Los Jara Moreno emigraron a México en busca de “una mejor calidad de vida” en 2002, cuando vivir Perú se volvió una pesadilla entre las alzas de precios conocidas como “paquetazos”, el narcotráfico y la extorsión que siguieron a los 10 años de gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000).

Un hermano de Violeta Moreno, la madre de Catheryn, los convenció de emigrar al Distrito Federal donde él estaba becado por la Universidad Nacional Autónoma de México y enamorado de la vida cultural, de las opciones para escalar en el ámbito profesional con un poco de tesón en el mismo idioma.

“Vengan”, les dijo por teléfono.

La familia comparó la situación que en el momento vivían los dos países y unas semanas después se convencieron de que México sería su segundo aire y, tras algunas diligencias, se mudaron a este municipio del Estado de México conurbado del Distrito Federal.

“Vimos que tenía las ventajas de la Ciudad de México, pero con rentas más baratas”, cuenta Moreno desde una casita de dos pisos que han construido con años de trabajo.

El padre se ubicó como electricista en una empresa constructora que le daba papeles de residencia legal a cambio de trabajar horas extra por el mismo sueldo, disponibilidad 24 horas al día y fidelidad a los jefes.

Cada año renovaba la estancia para toda la familia hasta que el trabajo decayó, las contrataciones bajaron y sus hijos se quedaron sin documentos.

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