Bloomberg, Bloomberg, ¿por qué me persigues?

Cuando llegué a este país, desde Santo Domingo, República Dominicana, en noviembre de 1987, quedé impresionado con todo lo que veía a mi paso por la ruidosa, pero esplendorosa ciudad de Nueva York.

Edificios gigantes que casi tocaban al cielo, como las famosas “Torres Gemelas”, el Empire State Building, las grandes vías de acceso entre ciudades y ciudades como el Cross Bronx Expressway, el FDR e incluso la histórica Interestatal 95 que conecta con la ciudad de Miami.

También me fascinaban cómo lucían los autos policiales, lo impecable que viste sus agentes, con pistolas modernas, sirenas bonitas y el cuerpo de bomberos.

Muchos de nosotros soñábamos con ser policías o bomberos, pero al crecer, el deseo iba cambiando.

Esto es normal en la etapa de la adolescencia cuando uno sueña con ser doctor, policía, bombero o pelotero de Grandes Ligas, e incluso convertirse en periodista destacado.

Debo confesar que Nueva York me cautivó desde que pisé el aeropuerto John F. Kenneddy, vía American Airlines, la línea favorita de los dominicanos, dizque porque era puntual, contrario a la otrora Dominicana de Aviación.

Esta babel de hierro me abrió sus puertas, y no puedo quejarme de sus oportunidades. Y, aunque es una ciudad de alto consumo, la más cara del mundo, te permite crecer y triunfar.

Dicen en el mundo entero que el que no viaja a Nueva York “muere ciego”. Bueno, yo lo creo.

Nueva York es un arcoiris de etnias. Aquí usted puede encontrar de todo, y por ser parte de los Estados Unidos el sistema democrático y de libertades civiles se cumple en casi su totalidad.

Aquí el que la hace la paga, sin importar su estatus, por eso es bueno vivir en este país, que le hace honor al lema de Joaquín Balaguer “sin injusticia ni privilegios”. Parece que el doctor Balaguer concibió ese pensamiento para Estados Unidos y no para la República Dominicana.

Empero, a pesar de todas esas atribuciones positivas de la Gran Manzana, su reputación de tierra de libertades está por desaparecer.

Primero, los funcionarios estatales y locales están tomando leyes discriminatorias contra el pueblo. El pleno del Senado estatal aprobó el matrimonio gay, y más recientemente el alcalde Michael Bloomberg le dio una puñalada por la espalda a Dios, sacándolo de las escuelas públicas.

Dos medidas que atentan totalmente contra los fundamentos cristianos de esta gran nación, que establece en su papel moneda, el dólar, “In God We Trust”, o “En Dios confiamos”.

El alcalde Bloomberg le dio plazo hasta mediados de febrero a más de 60 congregaciones religiosas para que salgan de los espacios públicos que rentan, como escuelas y auditorios.

Con esta acción injusta y atea, la iglesia de Dios está siendo perseguida como en aquellos tiempos cuando Saulo de Tarso acosaba a “los del Camino” para matarlos, solamente porque publicaban que Jesús era la Verdad y la Luz del Mundo. (Hechos 9:4).

Hoy, el alcalde de Nueva York está librando su peor batalla, contra el propio Dios, y Dios todavía no ha perdido una.

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