En Israel, un asunto conocido

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Por ser alguien que escribe frecuentemente sobre estos temas en su relación con los latinos en Estados Unidos, imaginen mi sorpresa al llegar a Jerusalén y encontrar que los mismos temas me estaban esperando. Soy miembro del grupo de periodistas latinos invitado a visitar la Tierra Santa por la organización con sede en Nueva York, America’s Voices in Israel, la que financió nuestro viaje.

Díganme si esto les suena parecido a algún país que ustedes. conocen: Israel es un lugar racialmente diverso que gusta considerarse -para tomar prestada una frase- una nación de inmigrantes. Pero su pueblo lucha con todo los requisitos de esta denominación y trata de cumplir altas expectativas. Le preocupan los cambios demográficos y odia la posibilidad de que el país -debido a la alta tasa de natalidad- se transforme. Muchos les dirán que los que están tratando de ingresar en el país hoy en día están menos especializados, tienen menos educación y una cultura más retrasada que los inmigrantes que vinieron hace una generación. Y por tanto, con cada leve acto de discriminación contra estos recién llegados, se enfrenta la posibilidad de que, al menos parte de la hostilidad, esté alimentada por el racismo y etnocentrismo.

Debo preguntar: ¿Estoy en el Medio Oriente o en el Sudoeste de Estados Unidos?

¿Saben a quién me gustaría llevar a Estados Unidos, donde los inmigrantes latinos a menudo son tratados como convenientes señuelos, villanos y chivos emisarios? Al presidente israelí, Shimon Peres.

Recientemente, Peres -que también fue primer ministro- causó alboroto cuando condenó rotundamente lo que describió como un creciente problema de racismo en Israel.

Ha habido informes de israelíes lanzando epítetos racistas a inmigrantes etíopes, y de propietarios de viviendas que se negaron a alquilarles departamentos. Esto provocó protestas mayores en Jerusalén, entre ellas una manifestación fuera del parlamento que atrajo a más de 1,000 inmigrantes y sus defensores.

Como respuesta a las quejas de los manifestantes, la ministra de Absorción del Inmigrante, Sofa Landver, empeoró la cosa al decir, torpemente, que los inmigrantes etíopes deberían estar “agradecidos” por todo lo que Israel ha hecho por ellos, incluyendo los esfuerzos del gobierno israelí para transportar en avión a los judíos etíopes de África a Israel, en el curso de las últimas tres décadas.

Tomando cartas en el asunto, Peres visitó una escuela en Jerusalén con una gran población etíope. Según el Jerusalem Post, cuando un estudiante de sexto grado preguntó al presidente qué pensaba él sobre la forma en que se trataba a los etíopes, Peres se despachó.

“Todos en Israel deberían estar avergonzados de los que hemos presenciado en días recientes”, expresó a los estudiantes. “Todos debemos estar agradecidos a los inmigrantes etíopes porque escogieran venir a Israel y no a la inversa. No hay lugar para el Hitlerismo o el racismo en Israel.

“Sé que hay muchas situaciones desagradables, pero no tenemos nada de qué avergonzarnos. Los racistas deben avergonzarse. Ustedes no deberían tener que dar las ‘gracias’. Ellos deben darles las ‘gracias’ a ustedes”…

“Cuando establecimos este estado, nuestro sueño era que atraería a los judíos de Etiopía, Rusia, Libia -de hecho, de todo el mundo. Todo el que vino tuvo dificultades de absorción, pero están los que simplemente no saben cómo comportarse con los inmigrantes”.

Bravo. Gracias a Dios, Peres tuvo la valentía de decir esto. Qué pena que no oigamos un tono parecido en respuesta al racismo y la intolerancia dirigida hacia los inmigrantes latinos, de más políticos en Estados Unidos.

La espinosa pero necesaria conversación, en este país, sobre los cambios demográficos y la diversidad ha tenido lugar durante más de una década, y continuará. Vino tras lo que se denomina como la Segunda Intifada, el levantamiento palestino en septiembre de 2000, que puso punto final a la tradición de que los palestinos laboraran en trabajos poco especializados y actuaran como servicio doméstico en los hogares israelíes. Para llenar ese vacío, trajeron trabajadores de Vietnam, Tailandia y las Filipinas. Hoy en día, muchos inmigrantes están viniendo de países africanos como Etiopía y Sudán. De hecho, 120,000 de los 7.8 millones de habitantes que viven en Israel son de Etiopía.

Esas cifras representan un desafío para los israelíes. Se puede mirar al desierto y casi oír el refrán que define cómo reaccionaron los estadounidenses a cada ola de inmigración: “Es el fin de nuestro barrio”.

Éste es un país mágico. Los israelíes pueden comportarse mejor. Y dado todo lo que han padecido, deberían saberlo.

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