Patrones de migración cambian, la Casa del Migrante también

Antes albergaba a jóvenes de hasta 25 años que viajaban a EEUU por primera vez; hoy da hogar a hombres de hasta 40 años que tenían una vida ahí y fueron deportados.

Un migrante llamado Erubiel en la Casa del Migrante, en Tijuana, México.

Un migrante llamado Erubiel en la Casa del Migrante, en Tijuana, México. Crédito: AP Photo / Alex Cossio

TIJUANA, México (AP) – Martín Soto, deportado por Estados Unidos luego de vivir 20 años allí, es una de las almas en pena que deambulan por un refugio para migrantes de Tijuana.

“Para mí el sueño americano fue una pesadilla”, comenta Soto, quien tiene 38 años y estuvo dos años preso en Estados Unidos por vender drogas. “No pude hacer nada allá. Regreso vacío, sin nada”.

En Estados Unidos dejó un hijo adolescente que vive con su madre. “Es quizá lo único bueno que hice allá”, expresó el mexicano al ser entrevistado en la Casa del Migrante, un refugio que en sus orígenes asistía a personas que se aprestaban a cruzar la frontera con Estados Unidos ilegalmente y que hoy cumple una función muy distinta.

La Casa del Migrante acostumbraba a recibir jóvenes de 18 a 25 años que iban a Estados Unidos por primera vez y estaban llenos de esperanzas. Hoy, predominan los hombres de 30 a 40 años, casi todos repatriados, que ya conocieron “el otro lado” y sienten que el sueño americano terminó. Para muchos de ellos, México es un país extraño, ya que se fueron a Estados Unidos de niños.

“La mayoría no tiene raíces aquí” porque han vivido mucho tiempo en Estados Unidos, dijo Luiz Kendzierski, director de la Casa del Migrante, pionera en México y Centroamérica en este tipo de instituciones. “Están desorientados, quizá con la misma incertidumbre que tenían antes. Ya no ven a Estados Unidos como una ilusión”.

Esta posada que alberga a miles de migrantes es una radiografía de los cambios en los patrones de migración causados por la evolución de los sistemas económicos y las políticas de México y Estados Unidos en el último cuarto de siglo.

La dinámica en la frontera comenzó a cambiar en 1993, cuando el gobierno estadounidense formuló una nueva estrategia de control fronterizo incrementando la vigilancia a través de la instalación de muros y equipo electrónico en las rutas que tradicionalmente habían usado los migrantes sin papeles.

El aumento de la vigilancia en la frontera, que se acentuó tras los ataques del 11 de septiembre del 2001, combinado con la recesión económica y la creciente persecución de extranjeros sin papeles que residen en Estados Unidos, han desalentado el flujo de inmigrantes que cruzan la frontera ilegalmente, según los expertos. Paralelamente aumentaron las deportaciones.

De acuerdo al Instituto Nacional de Migración (INM), en 2001 fueron repatriados de Estados Unidos a México 791,256 mexicanos, y durante los siguientes diez años un promedio de 527,055 mexicanos anuales.

“México se ha convertido no sólo en un país de inmigración, emigración o de paso, sino también en un país de deportados”, afirmó Luis Escala, coordinador del Seminario Permanente de Migración Internacional del Colegio de la Frontera Norte (Colef).

Es a partir del 2001 cuando el INM percibe un cambio en la composición de los deportados; advierte que se incrementa la proporción de quienes son repatriados desde el interior de Estados Unidos y no necesariamente de los detenidos en la frontera con México. El INM tiene registrado que durante los tres primeros meses de este año fueron repatriados de Estados Unidos 103,222 mexicanos.

Actualmente pocas personas están intentando cruzar de forma ilegal a Estados Unidos debido en parte al desempleo en ese país, el peligro para ingresar al país vecino sin papeles a causa de la amenaza constante de cárteles mexicanos y el cambio de condiciones económicas en México, indicó el centro de investigación Pew Hispanic Center.

La institución dijo que se generó así una coyuntura caracterizada por una merma en la cantidad de gente que ingresa ilegalmente a Estados Unidos y un aumento de las deportaciones de ese país, en la que la tasa de migración de los mexicanos cayó a cero, de acuerdo con la comparación de cifras estadísticas de los censos de población y vivienda de ambos países. El Pew Hispanic Center apuntó que en un periodo de cinco años, de 2005 a 2010, cerca de 1.4 millones de mexicanos emigraron a Estados Unidos, mientras igual número regresaron a México junto a sus hijos nacidos en Estados. El contraste es notable con lo sucedido de 1995 a 2000, en que emigraron 3 millones de mexicanos a Estados Unidos y menos de 700,000 regresaron a México.

El centro de estudios, por otro lado, apuntó que en el 2005 hubo un millón de aprehensiones fronterizas de mexicanos que intentaron cruzar la frontera ilegalmente y que esa cifra disminuyó a 286,000 en 2011.

Rafael Alarcón, de Colef, acotó que los deportados de hoy son a menudo “hombres que han vivido muchos años en Estados Unidos y por tanto tienen esposas e hijos, por lo que su expulsión rompe lazos familiares”.

“Es una crisis de derechos humanos muy fuerte, especialmente para los que entraron a los Estados Unidos como niños, porque crecieron allá, hablan inglés, y no tienen ni un sendero para escapar”, dijo Douglas Massey, profesor de sociología y políticas públicas de la Universidad de Princeton. “Muchos no entienden la cultura (mexicana), son norteamericanos después de vivir toda su vida en el norte, pero no hay posibilidad de avanzar en los Estados Unidos con su cargo de ilegalidad”.

La nueva dinámica de la frontera la experimenta en carne propia la Casa del Migrante, que cuenta con 48 centros de asistencia y que según Escala es la única red de seguridad social y asistencial para la población migrante.

Fundada en abril de 1987, la Casa inicialmente ofreció refugio a migrantes de México y otros países de Latinoamérica que intentaban ingresar a Estados Unidos ilegalmente, aprovechando una frontera porosa. Hoy, en cambio, con la frontera casi sellada, la Casa acobija más que nada a migrantes repatriados.

Desde el 2009 esa población representa más del 90% de los residentes en el refugio de Tijuana, de acuerdo con un estudio de Alarcón (Colef) y Macrina Cárdenas (México Solidarity Network), titulado “El control de la frontera de Estados Unidos y su impacto en los migrantes atendidos en la Casa del Migrante de Tijuana”.

“No sólo los protege de las redes criminales, sino también de la misma policía, que a menudo los arresta por no tener credencial de elector”, expresó Escala.

La Casa proporciona al migrante en tránsito hospedaje y alimentación de forma gratuita durante 15 días. También ofrece asesoría legal, atención médica y presencia de trabajadores sociales y de derechos humanos.

La Casa surgió cuando a principios de 1985 el padre de ascendencia italiana Flor María Rigoni recibió una misión de la Congregación de los Misioneros de San Carlos Borromeo, un organismo católico inspirado en la labor que el Beato Juan Bautista Scalabrini hizo con los migrantes italianos que salían de su país rumbo a América a finales del siglo XIX.

Kendzierski dijo que la misión de Rigoni era atender un llamado de la iglesia local de Tijuana, preocupada por la asistencia social y pastoral de cientos de personas que diariamente llegaban a esta frontera con la intensión de cruzar a Estados Unidos.

“El padre Flor María se dio cuenta que miles de migrantes llegaban a la ciudad todos los días y que, a pesar de que en ese tiempo era muy fácil el cruce a Estados Unidos, muchos llegaban heridos, cansados; eran asaltados y no tenían protección. Por eso pensó en hacer un lugar de descanso para esos migrantes para que luego pudieran seguir su jornada”, explicó.

Inicialmente la Casa albergó a personas que se dirigían hacia Estados Unidos, pero a partir del 2000 hubo un cambio en el perfil de los refugiados y empezó a percibirse un aumento en el hospedaje de repatriados que llevaban mucho tiempo viviendo en Estados Unidos, de acuerdo con el estudio de Alarcón y Cárdenas, basado en 89.766 encuestas de ingreso al albergue.

Unos 16,000 deportados atendidos de 2003 a 2011 tan solo en la Casa del Migrante de Tijuana tenían entre diez y 25 años residiendo en el país vecino, mientras que casi 19,000 migrantes repatriados en el mismo lapso de tiempo habían permanecido de uno a nueve años, según datos de la propia institución.

Uno de los migrantes deportados que se encontraban en el refugio durante una visita reciente fue Rodrigo Navarro, de 26 años y quien llevaba cinco días en el albergue. Relató que había llegado a Estados Unidos a los 4 años y que había vivido 22 años en Tacoma, estado de Washington, donde trabajaba en la construcción y había formado una familia.

Navarro, nacido en Zacatecas, dijo que hablaba mayormente inglés. Se casó y tuvo dos hijos, Leonardo, de 5 años, y Jocelyn, de 2. Un hijo más está en camino, agregó. Su mujer tiene cinco meses de embarazo, pero se acaba de enterar que la gestación no va bien y que ella no quiere comer desde que a él lo repatriaron.

“He hablado con ella por teléfono, me dice que está triste; mi hijo también me dice que cuándo voy a regresar. Me pongo muy emocional (llora). Es que yo aquí qué voy a hacer, no tengo una identificación, mi español aquí no sirve, no sé qué hacer. No quiero salir a la calle aquí por miedo”, dijo.

Navarro explicó que fue detenido por la policía en Tacoma, conduciendo un automóvil que no estaba a su nombre y en el que le encontraron una bachicha de marihuana. Lo arrestaron y pagó una fianza de 4.000 dólares. Sin embargo, al día siguiente lo esperaron afuera de su casa agentes estadounidenses de inmigración para deportarlo.

“No me dieron oportunidad de hablar siquiera con mi abogada. No quise comer desde el martes, hasta el viernes probé algo (en el centro de detención). Me miraron como si me fuera a suicidar, me dieron pastillas antidepresivas; el sábado me dijeron que me pusiera mi ropa, que me iba a ir a un lugar mejor. Fue cuando me deportaron”, dijo.

Otro migrante que permanecía en la Casa era Julián Gutiérrez, de 42 años, nativo de la Ciudad de México. Dijo que luego de vivir 22 años sin papeles en California, había sido detenido a principios de abril por oficiales del servicio de inmigración afuera de su casa, en el centro de Los Ángeles, pocos días después de que su primera esposa lo denunciase por violencia doméstica y sus huellas apareciesen en la red del sistema penitenciario.

Lo que más le apenaba y le causaba angustia, dijo, era la situación de sus hijos de 4 y 2 años, frutos de su actual pareja. Su hijo mayor al parecer es autista y lo estaba llevando a clases especiales; su otro hijo era muy apegado a él. Gutiérrez y su mujer trabajaban ambos y estaban pagando la compra de una casa.

“Me siento aislado, muy triste porque no estoy con mis hijos, que me necesitan; pero sé que tengo que adaptarme a esta sociedad porque quiero quedarme aquí, para estar más cerca de mi familia”, dijo.

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