Migrantes ahorran de una forma muy peculiar

Las 'cundinas' o 'tandas' son prácticas financieras muy comunes entre la comunidad de inmigrantes.

Daniel Morelos (der.), dueño de una taquería donde la mayoría de sus empleados participan en la 'tanda'.

Daniel Morelos (der.), dueño de una taquería donde la mayoría de sus empleados participan en la 'tanda'. Crédito: J. Emilio Flores / La Opinión

En el complejo de apartamentos donde vive Rocío Reyes, prácticamente todos son familiares o amigos. Se conocen de años y se tienen suficiente confianza como para darles semanal o quincenalmente una cantidad fija de su dinero y así participar de una cundina o tanda.

Reyes no recuerda con exactitud desde cuándo participa en esta minicooperativa o asociación que, dependiendo de las necesidades de cada quien, igual sirve como ahorro que de préstamo a cero interés, pero lo que sí está segura es que lo viene haciendo desde que vivía en México, más de 20 años atrás.

Son las llamadas “tandas” o “cundinas”, una práctica financiera que se ha convertido en un recurso muy utilizado en tiempo de crisis entre la comunidad inmigrante.

“Es de donde uno se ayuda cuando tiene una necesidad de dinero”, dice Reyes. “Son préstamos que nos hacemos entre nosotros. Si piden un préstamo en otra parte te cobran 10, 15 y hasta el 30% de interés”, asegura Reyes.

Carmen Mata, residente del Este de Los Ángeles, desde hace cinco años “juega” en la cundina que hacen entre ella y sus 10 hermanos aportando $150 cada domingo.

“Terminamos una cundina y empezamos otra, de ahí saco cada mes para el pago de la colegiatura de mis dos hijos, para comprar las llantas del carro cuando las necesito…no tengo buen crédito y lo que puedo comprar en efectivo lo hago”, explica Mata, una madre soltera, quien reconoce que, de no ser por las cundinas no tendría una buena disciplina de ahorro, porque “si tengo 20 dólares en el banco voy y los saco”.

Para una “cundida” se juntan grupos de 10 personas comprometidas a pagar una cantidad fija que puede ser de $20, $50, $100 o hasta de $200, semanales o quincenales, incluyendo a la persona que la organiza y que incluye el colectar el dinero de cada uno de los participantes y entregarlo a quien le corresponde en turno.

Como ocurre con la economía subterránea, las cundinas son un sistema financiero informal que los economistas aún no incluyen en sus estudios; los antropólogos y sociólogos las consideran una práctica de cultura popular propia de la comunidad inmigrante y para las autoridades representan una forma de “estafas tipo pirámide”, señalan varios.

Oficialmente no hay estadísticas que indiquen el alcance de este sistema de ahorro, porque estas no se registran en ninguna parte ni requieren el permiso de las autoridades para realizarse, pero se estima que son miles y miles de cundinas las que están activas cada mes sólo en el Sur de California.

De hecho, ni el mayor acceso que las instituciones bancarias han dado a la comunidad inmigrante aceptando la matrícula consular como documento de identificación, ha logrado mermar la práctica de ese sistema.

Carlos Velez-Ibañez, profesor de estudios chicanos en la Universidad del Estado de Arizona y autor del libro An Impossible Living in a Transborder World, en el que analiza el fenómeno de las cundinas, considera estas como asociaciones de crédito y ahorro rotativo en la sociedad inmigrante.”Sin una disponibilidad de compromiso basado en una relación de confianza recíproca, la asociación no podría funcionar”, dice Velez-Ibañez.

Entre los latinos, quienes participan en las cundinas son inmigrantes que ya conocían de este sistema de ahorro en su país porque su madre, su tía o su abuela participaba en ellas. Y todos conocen muy bien el sistema, incluyendo ventajas, desventajas y riesgos.

Mata explica, por ejemplo, que antes de que la familia empezara su propia cundina su madre participaba en una en la que la organizadora era la primera en recibir el dinero sin hacer las aportaciones periódicas posteriores, algo que dentro de la práctica se considera “normal” como pago por la administración de la “tanda”, también asume la mayor parte del riesgo y su reputación en la comunidad está en juego.”Hacer una cundina tiene su trabajo”, señala Daniel Morelos, residente de North Hollywood, quien desde 1998 ha organizado cundinas.

“Unos me quedan mal, me han dejado a medias la cundina, pero salgo adelante, lo pongo de mi dinero, ahí yo pierdo”, dice Morelos, agregando que su único propósito es ayudar a la gente a hacer una alcancía. “Si ahorras 100 dólares a la semana, de repente ya tienes mil dólares para mandar a México, más ahora que está la situación tan dura hacemos hasta dos cundinas al año con compañeros de trabajo y gente que conocemos”.

Las cundinas a escala de familiares o compañeros de trabajo no son perseguidas por la policía o tampoco llegará alguna autoridad a interrumpirlas porque no hay ningún tipo de regulación sobre éstas. “En este tipo de cundinas raramente hay quejas de que una persona que recibe el dinero desaparace. En cinco años he visto dos o tres casos”, explica Rigoberto Reyes, jefe de investigadores de Departamento del Consumidor del Condado de Los Ángeles, quien agrega que las cundinas no son exclusivas de la comunidad latina en Los Ángeles y cita como ejemplo a la comunidad coreana donde se hacen cundinas de hasta $50,000 para comprar negocios, casas, carros, etc.

Sin embargo, agrega el investigador, “el problema es cuando este modelo de cundina se aplica en escalas más grandes, tipo pirámide, las cuales son ilegales. Aunque son distintos modelos, el concepto es el mismo y en términos legales la cundina también es ilegal y es muy difícil que un juez vaya a querer escuchar el caso de alguna persona que se sienta defraudada en una cundina.

También se dan los casos como el de Rosaura Mejía, quien después de aportar su cuota de $200 por tres semanas consecutivas, para una cundina de 10 semanas en la que debía recibir $2,000 en la sexta semana de la rotación, quien organizaba la “tanda”, simplemente desapareció.

“Era amiga de una comadre mía que me invitó a la cundina, ahora ni ella sabe dónde encontrarla”, dice Rosaura. “Varios quedamos colgados, pero ni hablar, ese es el riesgo. Yo pensaba usar el dinero para ir de vacaciones a México con mis hijos, pero no se pudo”.

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