¿Sí o no a las balas de azúcar?

“Las armas de fuego no matan a la gente. La gente mata a la gente”. Ese es el eslogan de los proponentes de la adquisición ilimitada de armas de fuego que están en contra de todo tipo de regulación.

Bueno, si vamos a ser precisos, las armas de fuego en sí no matan a nadie, a no ser que el rifle o la pistola se use como una macana para partirle el cráneo a la víctima en cuestión. Técnicamente, son las balas las que matan.

Por eso es que algunos de los grupos que abogan por un control más estricto sobre la venta de armas de fuego, han sugerido que se regule y se aumente el costo de las balas, ya que la segunda enmienda a la Constitución sólo habla del derecho a portar armas, pero no dice ni pío sobre los proyectiles.

Ahora, con la controversia sobre la propuesta del alcalde Michael Bloomberg de prohibir la venta de refrescos azucarados mayores de 16 onzas para controlar la obesidad y los males que genera, como la diabetes, entre los neoyorquinos, nos encontramos ante una disyuntiva similar.

“El azúcar no causa obesidad. Los malos hábitos de la gente causan la obesidad,” pudiera ser el eslogan de los que están en contra de prohibir la venta de sodas gigantescas en ciertos establecimientos. Los que están a favor, dicen que cualquier regulación, por mínima que sea, contribuye a disminuir el problema de obesidad.

De cierta manera, ambas posiciones están correctas. No es sólo el azúcar lo que nos hace engordar. Hay otros culpables. Por ejemplo, comer demasiado pan o pasta u otros carbohidratos, que el cuerpo convierte en azúcar, también contribuye a la obesidad. Y más que nada, en esta sociedad sedentaria, la falta de ejercicio carga gran parte de la culpa.

Pero por otro lado, si hubiera habido una ley, que por insignificante que pareciera, que limitara la venta de cartuchos de a los que tienen solamente 10 balas en vez de 20 ó 30, el asesino de Aurora, Colorado, quizás hubiera matado a seis personas en vez de una docena. Cada bala cuenta, cada vida cuenta.

La concejal Melissa Mark Viverito ha tomado un rol de liderazgo en la controversia sobre los refrescos azucarados. Su posición en contra de la prohibición es totalmente razonable cuando señala que el alcalde pierde el tiempo con esta tonta ley, pero no hace nada para crear más gimnasios en las escuelas ni subvencionar grupos y actividades físicas para que nuestra juventud queme calorías.

Pero lo cortés no quita lo valiente. Yo pienso que deben hacerse las dos cosas. Cada poquito ayuda. Sé esto muy bien porque he tenido libras de más desde que nací (tampoco se puede negar el papel que juegan los genes) y mi profesión de escritora me mantiene sentada ante la pantalla de una computador demasiadas horas al día. El resultado es que hoy, a una edad madura, soy diabética y sufro enormemente por no poder comer todo lo que me gusta. A veces me descarrilo y pago las consecuencias.

La carne es débil y caemos en tentación. Para muchos adultos es un poco tarde, pero los niños están a tiempo y corresponde a sus padres ofrecerles una dieta sensible y actividades físicas que les aseguren un futuro feliz y saludable en que puedan comer de todo -con moderación.

Cada bala de azúcar que no esté a la venta puede contribuir a salvar una vida. Y cada cancha de basquetbol o parque de pelota disponible en cada barrio, también.

prida@aol.com

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