dos décadas de desencuentros

ANÁLISIS

Desde que en 1989 el escritor británico Salman Rushdie fuera condenado a muerte por su libro “Los versos satánicos”, varios incidentes relacionados con la religión han desatado la indignación del mundo musulmán.

Fue el ayatolá Rujola Jomeini quien poco antes de morir, emitió una fatua (edicto religioso) en el que condenaba a muerte al autor, que hubo de esconderse, e incluso puso tres millones de dólares de precio para su cabeza.

El pecado fue su reflexión sobre unos versículos que desaparecieron de El Corán porque según la propia tradición mahometana fueron inspirados por Satanás al Profeta para confundirlo.

Más beligerantes e incisivas fueron las obras publicadas por la periodista italiana Oriana Fallaci, quien también hubo de sufrir la intransigencia de los más radicales.

En 2002, la reportera sacó a la luz “La rabia y el orgullo”, en el que comparaba a los “hijos de Alá” con las ratas.

Dos años más tarde, Fallaci azuzó la pira inquisitorial con otra obra, “La fuerza de la razón”, criticada por aquellos que considera que existe una cruzada intelectual desde occidente contra los mahometanos.

Algunas asociaciones internacionales como el Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los Pueblos incluso decidió llevarla ante los tribunales por algunas sentencias despectivas de carácter xenófobo.

Menor suerte tuvo el director de cine holandés Theo Van Gogh, apuñalado hasta la muerte por un joven musulmán marroquí el 2 de octubre de ese mismo año a causa de su documental “Sumisión”, en el que denunciaba la situación de la mujer en el mundo islámico.

Un año después, el 30 de septiembre de 2005, decenas de miles de musulmanes se echaron a las calles de todo el mundo para protestar por la publicación en el diario danés “Jyllands Postem” de una serie de caricaturas en las que se representaba a Mahoma con una bomba disimulada en el turbante.

Azuzadas por clérigos radicales de Irán y Arabia Saudí, las protestas devinieron en asaltos a embajadas danesas en diversos lugares del planeta, que se repitieron durante dos años y segaron la vida de 48 personas.

El autor de las viñetas, Kurt Westergaard, se vio obligado a vivir desde entonces en clandestinidad, hecho que no evitó que en 2009 un joven musulmán lograra penetrar en su domicilio y amenazarle con un hacha.

En diciembre de 2008, el nivel de alarma terrorista alcanzó su punto más alto en Holanda cuando el diputado ultraderechista Geert Wilders produjo una película crítica con El Corán, en la que alertaba sobre los peligros del Islam y que fue difundida por internet.

Dos años después, un diálogo en la serie de dibujos animados “South Park” en la que se aludía a Mahoma propició que los responsables de la web Revolutionmuslim.com lanzaran en abril de 2010 una agresiva campaña de denuncia.

En 2011, la espita de la indignación la abrieron dos pastores de una iglesia de Florida, Terry Jones y Wayne Sapp, que emitieron vídeo en el que se quemaba un Corán.

La divulgación de la cinta, unida a unas provocativas declaraciones de Jones, tuvo como consecuencia una serie de atentados y ataques que segaron la vida de varios ciudadanos de Estados Unidos y funcionarios de la ONU destacados en Afganistán.

En 20 de febrero de 2012, una fotos en las que se podía observar a soldados estadounidense en la base de Bagram, en Afganistán, quemando ejemplares del Corán causaron graves protestas, en la que murieron numerosas personas, pese a las disculpas del presidente de EEUU, Barack Obama.

Cuatro meses después, Túnez fue escenario de otra movilización en contra una exposición de arte considerada ofensiva para el Islam, en la que pereció una persona, más de un centenar resultaron heridas y 160 detenidas.

El último de estos incidente ocurrió el pasado 12 tras la divulgación de un vídeo burlesco sobre la vida de Mahoma que al parecer fue producido en el Sur de California.

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