Tras salir de la cárcel, busca limpiar su nombre

Puertorriqueño insiste en su inocencia a pesar de que cumplió 25 años en prisión

El puertorriqueño William Quiñones que cumplido 25 años de prisión por un crimen que alega que no cometió y está resuelto a demostrar su inocencia.

El puertorriqueño William Quiñones que cumplido 25 años de prisión por un crimen que alega que no cometió y está resuelto a demostrar su inocencia. Crédito: Victor Matos / EDLP

Nueva York – En su pequeña oficina como encargado de un edificio en Brooklyn, William Quiñones toca apasionadamente su guitarra y describe con una canción la vida tras las rejas. Su rostro expresa dolor y coraje al recordar el frío escenario que le inspiró la letra: Su celda en la prisión de Sing Sing.

El puertorriqueño purgó una condena de 25 años por el homicidio de James Kelly, ocurrido en agosto de 1986 en las inmediaciones del Cuartel 19.

Durante este cuarto de siglo, el hombre no perdió la esperanza de demostrar su inocencia. En innumerables ocasiones solicitó pruebas de ADN y someterse al detector de mentiras, pero antes de conseguirlo sus peticiones fueron ignoradas durante años.

Quiñones, de 60 años, recuerda que su inferno comenzó al medio día de ese 16 de agosto que nunca olvidará.

“Estaba sentado en un parque pensando en mi primera esposa que había muerto días antes”, comentó Quiñones. “Vine desde Georgia y no conocía bien la ciudad”.

El hombre indicó que su mano derecha estaba hinchada por una infección, a raíz de una herida mal cuidada luego de ser víctima de un asalto. Un policía se acercó para cuestionarlo acerca de su condición y le pidió que lo acompañara a la comisaría.

“Me dijeron que era sospechoso de una muerte y me golpearon con el palo de una escoba”, recordó.

Varios testigos, entre ellos el hispano Luis Valentín, coincidieron que el sospechoso era un afroamericano de 5’8”, descripción que no coincide con Quiñones, pues es de raza blanca y mide 5’10”.

“Kelly murió de 47 puñaladas. Yo no podía asesinar a nadie cuando mi mano derecha esta inhabilitada (sic)”, dijo Quiñones.

Pese a reportes médicos que confirmaban su versión y testigos que no lo vinculaban con el homicidio, Quiñones fue sentenciado. De 1989 a 1995, el hombre solicitó pruebas de ADN, pero fue hasta 1996 cuando se aceptó la petición.

Se encontró sangre en una uña y cabellos en la mano de Kelly. Las muestras no coincidieron con el ADN de la víctima, ni de Quiñones.

En prisión, Quiñones realizó estudios como paralegal, asistente médico en casos de VIH/sida, concejero para presos con tendencia al suicidio, entre otros. Fue voluntario para asistir a los enfermos, además de ofrecer consejería legal y enseñar música.

“Un día vino un enfermo con VIH para decirme que el hospital conoció a Luis Valentín, uno de los testigos”, recordó Quiñones ahogado en llanto. “El hombre me envío un mensaje porque estaba muriendo. Me pedía perdón y confesaba que él era el homicida”.

Quiñones pidió a su segunda esposa Rebeca Moscovici, una profesora de la universidad de Columbia, que buscara a Valentín para solicitarle ADN, pero el hombre había muerto.

“Perdoné a Valentín”, indicó con tristeza. “Ese suceso no me dolió tanto como la muerte de mi esposa en 2008. Ella esperaba verme en la calle a su lado”.

Libre desde noviembre de 2011, Quiñones ofrece ahora consejería legal gratuita a presos hispanos que alegan su inocencia. Antes de salir de prisión, el hombre sometió una moción para que su caso se revise y asegura que no descansará hasta limpiar su nombre y el de otros latinos tras las rejas injustamente.

Pese a sufrir múltiples enfermedades, Quiñones dice tener la fuerza suficiente para luchar por él y por otros sin voz.

“Sólo Dios sabe cuántos inocentes se consumen en las cárceles de Nueva York gracias a un sistema podrido”.

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