Veto a las domésticas

La trabajadora doméstica sigue sujeta a la buena voluntad de sus empleadores

Decenas de activistas y trabajadores salieron a las calles de Los Ángeles para protestar por los vetos del gobernador Jerry Brown a varias medidas que beneficiaban a los inmigrantes, como la medida AB889, que protege los derechos de las trabajadoras domésticas en su lugar de empleo (sean o no inmigrantes legales).

Similares a la ley que aprobó Nueva York el 1 de julio de 2010, que garantiza el pago de horas extras después de 40 horas de trabajo semanal o de 44 horas si la empleada vive en el hogar, un día de descanso cada siete días o el pago de ese tiempo si ésta lo prefiere y tres días de vacaciones anuales después de trabajar para la misma familia después de un año.

También le garantiza los beneficios de compensación por discapacidad, al igual que otros trabajadores en el estado, y el derecho a iniciar una acción legal si son víctima de hostigamiento o racismo en su lugar de empleo, entre otros beneficios.

En California pasó lo contrario. “Brown le quitó la oportunidad de protegerse a los trabajadores domésticos y de campo, para aliarse con la Cámara de Comercio”, que había etiquetado las medidas de campo como asesinas de empleo, acusó Angélica Salas, Directora de la Coalición para los Derechos Humanos de los Inmigrantes, CHIRLA.

“Es inconcebible que por la decisión del gobernador más de 200 mil trabajadoras domésticas tengan que seguir trabajando sin derecho a un receso para alimentos. Pero no nos damos por vencidos, regresaremos y seguiremos en la lucha”, agregó.

Al vetar la AB889, el gobernador dijo que esta ley perjudicaría económicamente a los grupos con discapacidades y a los ancianos que contratan a trabajadoras domésticas.

El veto de Brown se emparenta con el veto de los años 30 del presidente Franklin Delano Roosevelt, para que las trabajadoras domésticas -al igual que los trabajadores rurales- , quedaran fuera de la Ley de Condiciones de Trabajo Justo. El entonces presidente Roosevelt lo dispuso así para asegurarse el apoyo de los senadores blancos y segregacionistas del sur.

La “Ley de Derechos de las Trabajadoras Domésticas” de Nueva York terminó en el estado con esa situación heredada de los años 30. Su aprobación beneficia a unas 250,000 personas que han estado excluidas del código laboral, y es la culminación de siete años de lucha de los activistas por los derechos de las trabajadoras domésticas.

Luego del primer Foro Social estadounidense, celebrado en junio de 2007, la organización Trabajadoras de Casa Unidas, con sede en Nueva York, se unió a otros 13 sindicatos para formar la Alianza Nacional de Trabajadoras Domésticas.

Hoy sabemos el resultado. A fuerza de presiones por parte de las mujeres organizadas en Nueva York, “la legislatura ha tenido que tomarlas en cuenta y hacer lo que debían haber hecho muchos años atrás”, dijo Jill Shenker, coordinadora nacional de la Alianza Nacional de Trabajadoras del Hogar.

Se estima que alrededor de 2.5 millones de personas trabajan en hogares en Estados Unidos, siendo la inmensa mayoría mujeres inmigrantes, de América Latina, el Caribe y Filipinas, una población vulnerable por su género, estatus migratorio, confinamiento en su lugar de trabajo y su bajo nivel de educación, según la Red Internacional de Trabajadores del Hogar.

Tradicionalmente ha sido difícil evaluar el alcance de la explotación a este sector de la fuerza laboral, debido a que el trabajo doméstico se realiza a puertas cerradas, en la intimidad de las casas, y eso ha contribuido a que sea una ocupación invisible, difícil de medir y de controlar.

Lo que se sabe de ellas es que se las hace trabajar de más y se les paga de menos.

Las activistas creen que la explotación del personal doméstico está arraigada en la cultura estadounidense.

Ninaj Raoul, directora ejecutiva de la organización Mujeres haitianas para refugiados haitianos, explicó que “la sociedad ha sido condicionada para pensar que una trabajadora doméstica no es una trabajadora real, y que el trabajo doméstico no es trabajo real”.Esto equivale a una “esclavitud moderna”, dijo, que se origina en que los empleadores no ven a su personal doméstico como un ser humano, sino “como un inmigrante que simplemente debería estar feliz de tener un trabajo”.No olvidemos que el sector del trabajo doméstico hunde sus raíces en la esclavitud africana, dice Carmen Duarte.

El sector de trabajadoras domésticas, explica, surge con la trata trasatlántica de esclavos africanos y las plantaciones que proveían recursos materiales para la industrialización del país. Tras la abolición, esta ocupación fue desempeñada predominantemente por mujeres de origen africano.

Luego, en los años 70, el movimiento por los derechos civiles expandió las opciones laborales para las mujeres negras, éstas comenzaron a sumarse a las filas del trabajo doméstico, buscando escapar de la pobreza reinante en sus lugares de origen.

Después, con el auge de la inmigración latina y asiática a Estados Unidos, el sector de las trabajadoras domésticas diversificó su composición étnica.

A causa de su tensa historia, el trabajo doméstico nunca estuvo sujeto a ninguna protección legal.

Por lo tanto, hasta hoy (fuera del territorio neoyorquino), la trabajadora del hogar sigue sujeta a la buena voluntad de sus empleadores, y a la desidia de sus gobernantes.

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