Hillary y Bill

La salida de Hillary Clinton hace recordar con nostalgia al ex presidente.

Papeles

Termina el periplo de Hillary Clinton, 65 años, como Secretaria de Estado de Estados Unidos en los últimos cuatro años. Visitó 112 países, permaneció fuera de Washington 401 días, según datos de su oficina.

Su trabajo fue tan intenso que tuvo que ser recluida en un hospital de Nueva York donde se recuperó de una conmoción cerebral. Hace poco retomó su actividad. No se descarta que vuelva a aspirar a la presidencia de su país.

Su esposo, Bill Clinton, se ganó los garbanzos como presidente de Estados Unido en una gestión accidentada por sus amoríos con una becaria de la Casa Blanca. En lo más duro del escándalo, le sugerí que leyera unas palabras para salvarse de que lo echaran a escobazos. No me hizo caso (pero se quedó). Este es el texto:

Gringuitos y gringuitas:

Pillado con las manos en la masa, confieso humildemente que he pecado de la cintura para abajo contra mi familia y contra todo el pueblo de los Estados Unidos. Sorry. Yo creí que lo pasaba al sur de mi ombligo pertenecía a mi intimidad. No hay tal.

No es por desmontarme por las orejas pero la culpa la tiene el poder que es el viagra de la época. De todas las épocas. No hay mandatario sin glamour. El poder no alborotará la libido.

Confieso que mentí sobre mi relación inapropidada con la señora Mónica. Fue la clásica mentira piadosa. Me dejé llevar por una ironía de Wilde quien dijo que el hombre (¿o sería la mujer?) que no miente no tiene futuro.

Eso sí, debo aclarar para la historia que no sé de dónde saco la señora Mónica un vestido con semen supuestamente mío. Eso me tiene indignado. A mí que me esculquen. Me remito al ADN y me someto al detector de mentiras porque nunca suelo dejar las cosas olvidadas en cualquier parte. Ni siquiera el semen. La gente puede creer que confundo mi facilidad de expresión para bajarme la cremallera con el botón nuclear. Y eso sí que no.

Lo lamento por la señora Hillary, mi señora. Ella ha puesto la patria por encima de los cuernos. Le estoy muy agradecido. Tiene razón el que dijo que hay mujeres que se merecen el estatus de viudas. Si salgo de ésta, prometo convertirme en polígamos de una sola mujer: la madre de Chelsea.

Paisanos: ¿Por qué a John Kennedy la prensa sí lo protegió? ¿Ha cambado la moral en la primera nación de la tierra? ¿O nuestra moral consiste en no tenerla, pero sí imponerla a los demás? ¿Cómo así que somos los primeros exportadores de pornografía y se me asustan porque la señorita Mónica solía realizar parte de sus pasantías en un despacho que tengo a un lado del Despacho Oval?

Ya verán cómo este pueblo grande —y amnésico— me absuelve en las encuestas. El país quiere que en vez de distraerme en aclarar si hago el amor de pie o sentado, con ropa o sin ella, con o un sin un puro cubano a la mano, me dedique a indagar en qué república bananera hay que desfacer entuertos con nuestros valerosos infantes de marina.

Lo repito: no lo vuelvo a hacer. O al menos, no me dejaré pillar in fraganti. Dulces sueños, como decía Hitchcock. No les quito más tiempo.

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