Verdades al descubierto en Guatemala

Mujeres indígenas usan aparatos que traducen del español al idioma ixil,  durante el juicio por genocidio contra  Ríos Montt y  el exjefe de Inteligencia José Rodríguez, en Ciudad de Guatemala.

Mujeres indígenas usan aparatos que traducen del español al idioma ixil, durante el juicio por genocidio contra Ríos Montt y el exjefe de Inteligencia José Rodríguez, en Ciudad de Guatemala. Crédito: EFE

Cuando era adolescente, pasé el conflicto armado de mi país de noche. Ninguno de los cursos en el colegio sobre la historia de Guatemala hacía una mínima mención de las atrocidades que los militares cometieron, los abusos de la guerrilla, ni los miles de vidas perdidas. Y estos eran los años 80, la etapa más dura de la guerra interna.

En ese tiempo, algunos temas parecían intocables, y quienes se salían del guión, lo pagaban caro—como la periodista Irma Flaquer, acosada por su columna “Lo que otros callan”, y víctima de desaparición forzosa en 1980.

El 23 de marzo de 1982, cuando un golpe de estado llevó al poder al General Efraín Ríos Montt (actualmente juzgado por genocidio en Guatemala), mi colegio suspendió clases ese día. Recibimos una explicación escueta: unos militares querían sacar al presidente Romeo Lucas García y otro quería ocupar su lugar.

La mayoría de las alumnas nos encogimos de hombros. En mi caso, porque crecí en un ambiente apolítico. Nadie en mi familia tenía relación con el gobierno, partidos políticos u organizaciones populares. Las conversaciones políticas se limitaban a los chistes del presidente de turno. Las noticias en la televisión de los reductos guerrilleros desmantelados, o del asesinato de una figura pública, parecían de otro mundo.

En 1988, la burbuja en que yo vivía se reventó. Cayó en mis manos el libro “Guatemala: Eterna primavera, eterna tiranía”, de la fotoperiodista y escritora estadounidense Jean-Marie Simon. Ahí, en historias y fotografías asombrosas sobre lo más abominable de lo que es capaz un ser humano, estaba la verdad tan quirúrgicamente removida de mis textos de colegio, eludida en las conversaciones de familia.

En 1998, me percaté que poco había cambiado cuando una encuesta entre estudiantes de universidades privadas y la estatal reveló que la mayoría desconocía quién era Ríos Montt, o Lucas García, y sólo tenía una vaga idea acerca del conflicto armado.

Hoy, no hay excusas para no conocer la verdad, salvo el negarse a hacerlo.

Para el juicio contra Ríos Montt, que comenzó 31 años después que el general retirado tomó el poder, la fiscalía consiguió documentar la muerte de 1,771 indígenas ixiles (de 5 mil denunciadas) en 17 masacres—todos, casos que el Ejército perpetró durante el gobierno de Ríos Montt (marzo 1982-agosto 1983) por considerar a estos indígenas colaboradores de la guerrilla.

El abogado del general, el ex guerrillero Danilo Rodríguez, dice que la fiscalía no puede probar que su cliente (hoy, de 86 años de edad) tuvo la intención de exterminar a las víctimas por ser ixiles, ni que participó en las operaciones.

Pero en su libro “El proyecto político de los militares”, publicado en 1998, la antropóloga Jennifer Schirmer explica que le preguntó al General Héctor Gramajo (ministro de la Defensa del presidente Vinicio Cerezo, 1986-1990) si se elaboraban listas para matar gente, y el militar le respondió: “Tal vez. Lucas daría órdenes directas, y Álvarez era muy importante en esta actividad”, refiriéndose al ministro de Gobernación Donaldo Álvarez Ruiz durante la administración de Lucas García (1980-marzo 1982)—la época cuando Flaquer desapareció, una historia que narra la periodista June Erlick en su libro “Desaparecida”.

Gramajo (quien murió en 2004) también le dijo a Schirmer esto: “En lugar de matar al 100 por ciento [en 1982], proveíamos alimentos para el 70 por ciento…matábamos al 100 por ciento antes de esto.” Según Schirmer, Gramajo, después de leer un borrador de la entrevista que ella grabó, sugirió cambiar la palabra “matar” por “reprimir violentamente” y, después, por “coaccionar”.

Hoy el sol ya no se puede tapar con un dedo. La verdad está al descubierto, si estamos preparados para buscarla, leerla o escucharla.

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