El próximo paso en la lucha

Mi hijo Saulito es uno de los cinco millones de ciudadanos norteamericanos y 1.5 millones de “soñadores” cuyas vidas han sido limitadas, torcidas, retadas y transformadas por las injusticias del holocausto de deportaciones durante la mayor parte de sus vidas. Pero ahora, hay motivo para una esperanza de que las cosas cambien en una forma positiva.

Si los actuales borradores de proyectos de ley en la Cámara de Representantes y el Senado, que deben presentarse en las semanas que vienen indican algo: el camino a la residencia legal y luego, 5 años después a la ciudadania, será larguísimo. Pero el lado positivo, la gente tendrá seguridad, podrán trabajar, además de estar unida con sus familias.

Se anticipa que el tiempo que tomarán los “soñadores” de un estado de aplazamiento temporario a la legalización sea más breve. Aun así, tomará varios años.

Me doy cuenta que para algunos, esto puede parecer injusto, pero conviene mantener nuestra perspectiva. Esta ley no es como la “Proclamación de Emancipación” que otorgó libertad a los esclavos y les prometió 10 hectáreas y una mula (lo de la parcela y la mula jamás se cumplió). Ni siquiera es la ley de Derechos Civiles de los 60, que prohibió la discriminación y eliminó la segregación legal en contra de los afronorteamericanos y otras minorías.

Debemos ver esta ley como los organizadores sindicales ven un intento de organizar un sitio de trabajo. Antes de todo, tienes que establecer el derecho de organizar para una vida mejor sin ser deportado, además del derecho de nuestras familias de permanecer unidas.

¿Acaso darán la espalda los unos a los otros para meterse completamente en la competencia para el “sueño americano?”. ¿Darán la espalda a los millones de latinoamericanos, entre ellos muchos de sus parientes, que sufren por las políticas de los Estados Unidos?

Cuando se aprobaron las leyes de derechos civiles y de proteger al sufragio para las minorías, muchos políticos babeaban de placer, anticipando la cosecha de votos. Se aprobaban programas del gobierno federal, y mucho dinero entró en las comunidades afroamericanas y de otras minorías. Muchos, que antes habían sido privados de todas las oportunidades, se aprovecharon de la nueva situación para asistir a las universidades, conseguir empleos bien pagados y establecer negocios nuevos. Pero la mayoría de los afroamericanos todavía tienen que aguantar tazas de pobreza mucho peores que las de la gente blanca.

Mi esperanza es que este periodo inicial de “acción aplazada” y “estatus temporario” les dé a nuestros jóvenes la oportunidad de quedarse unidos, de recordar de donde vinieron, y de organizarse. Cuando a mi me deportaron con mi hijo, un ciudadano estadounidense, de inmediato vi las condiciones infrahumanas aguantadas por los migrantes centroamericanos en México. Vi la lucha de nuestro pueblo en el campo y las grandes ciudades de América Latina. Integrarme en aquella lucha fue para mí una cosa completamente natural porque era una extensión de la lucha en que había participado en los EE.UU.

En ese sentido, hay algo muy positivo que podemos aprender de la lucha de los afroamericanos en los Estados Unidos. Los norteamericana de raza negra desempeñaron un papel importantísimo en la lucha para poner fin al apartheid en Suráfrica, y para bloquear la ayuda estadounidense a aquel régimen racista. La próxima generación puede hacer lo mismo para América Latina. Al hacer eso, mantendrán su consciencia de quienes son.

Mientras tanto, debemos seguir luchando para que se apruebe una ley que incluye a todos, y para que se pongan fin a las deportaciones ahora mismo.

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