Transparencia: Vital para la paz en Venezuela

En 1992, gobernaba en Venezuela, por segunda vez, Carlos Andrés Pérez, líder de Acción Democrática, -AD-, partido de tendencia social demócrata, alineado a la Internacional Socialista. Aunque Pérez era un político con ciertas características populistas, las que había puesto en práctica en su gobierno anterior; era considerado por la izquierda radical, como un “neoliberal”, al servicio del “imperio”.

Esa apreciación de neoliberal, se acentuó, cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez, decidió aplicar ajustes a la economía venezolana. Ajustes, que fueron recomendados por el Fondo Monetario Internacional, organismo financiero, odiado por los grupos de izquierda, a nivel global.

Lamentablemente, el resultado de esos ajustes fue, una fuerte devaluación monetaria, junto con una escalada inflacionaria, que exacerbó los ánimos de la población, desatando una espiral de violencia callejera, con un saldo trágico de cientos de muertos y destrucción de propiedades; en un hecho conocido tristemente como, “El Caracazo”, ocurrido el 27 y 28 de febrero de 1989.

En ese contexto, grupos sediciosos, que operaban silenciosamente, al interior de las fuerzas armadas; liderados por un teniente coronel llamado, Hugo Chávez Frías; decidieron poner fin al gobierno democrático del presidente Pérez, por medio de un cruento golpe de Estado, que dejó un saldo trágico de violencia y decenas de muertos y heridos.

Aunque dicha acción golpista no logró su objetivo inmediato, o sea, el derrocamiento del régimen democrático; si consiguió catapultar a la fama a su autor. Así fue como, el hasta ese momento desconocido soldado, logra casarse con la gloria y, más aún, su proyección hacia la toma del poder político; ya utilizando el medio pacífico de la democracia: las elecciones.

Chávez, con una alta popularidad, se impone fácilmente en las elecciones celebradas en 1998; dando inicio a un gobierno de corte personalista y autoritario. Así, consiguió reelegirse en tres ocasiones más, logrando el triunfo en sendos intentos. Pero, un cáncer mortal, lo llevó a la tumba, después de su último triunfo electoral, el pasado 5 de marzo. No sin antes nombrar, un heredero político: Nicolás Maduro.

Maduro, acaba de ganar las elecciones celebradas el 14 de abril en curso. Esto, con un margen estrecho, que ha llevado a Henrique Capriles, el candidato opositor, a ilegitimar los resultados, por considerar que estos no son exactos. Debido a que, según pruebas que dice poseer, se cometieron en el proceso más de tres mil irregularidades, que si se auditan, pueden, eventualmente, revertir el resultado del certamen electoral.

El propio Nicolás Maduro, luego de conocer el resultado, declaró a la nación, que estaba dispuesto a aceptar el recuento de los votos, pedido por Henrique Capriles. Pero más tarde renegó de esa promesa, y aceleró su proclamación como presidente electo; hecho que se produjo, antes del tiempo previsto, con el beneplácito de la presidenta del Consejo Nacional Electoral.

Aunque varias naciones, apresuradamente, ya han felicitado a Maduro, por su aclamación como el candidato electo; los Estados Unidos y La Unión Europea, todavía no lo han hecho, porque alegan que mientras no se transparenten los resultados, no están dispuestos a reconocer a un ganador que no sea el legítimo.

Sería saludable, para el proceso democrático, y la preservación de la paz social, que las autoridades encargadas de organizar las elecciones, en este caso el Consejo Nacional Electoral, -CNE-, se aboquen a cumplir lo que contempla la ley electoral venezolana. Llevando a cabo fielmente, el reconteo exigido por Capriles; transparentando de esta forma el certamen, y legitimando así, al ganador.

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