La obesidad infantil es responsabilidad de los padres

Son los padres quienes deben procurar una alimentación equilibrada para los pequeños.

Los calificativos que Alberto, de 9 años de edad, tiene que tolerar por parte de sus hermanos, amigos y familiares, son interminables: desde “gordito” hasta otros más sofisticados y ofensivos como “mastodonte”, entre otros muchos que sus padres no solamente no se esfuerzan por detener.

Sus padres participan activamente para hacer sentir mal al chico y provocan que cada vez se mantenga más lejano de todos ellos, sin perder el ánimo de comer de una manera compulsiva.

Lo que sus papás no se detienen a ver es que esa condición física que tanto critican en el chico es, en primer lugar, responsabilidad de ellos, pues son quienes se encargan de proveerlo de alimentos y establecer las cantidades que él debe consumir.

Aún así, en muchas ocasiones son ellos quienes se convierten en los principales críticos y promotores de la violencia verbal y psicológica hacia el hijo que sufre de obesidad.

Indiscutiblemente el problema de la obesidad conlleva una serie de efectos negativos en lo que corresponde a la salud, pero existe otro daño que de no tratarse con oportunidad, puede convertirse en un daño perpetuo que impactará al niño, al núcleo familiar y en un futuro, también, en su oportunidad, a su descendencia.

La psicóloga Martha Alicia Chávez, autora del libro Hijos gordos, Editorial Grijalbo, afirma que los padres deben darse cuenta de los graves problemas que implica la obesidad en todos los niveles: “Somos nosotros los que propiciamos y perpetuamos la obesidad. Compramos y preparamos alimentos ricos en grasas saturadas, carbohidratos; los enseñamos a comer en exceso y les promovemos una vida sedentaria que les deteriora a nivel muscular y óseo, pero a pesar de eso los criticamos, juzgamos y humillamos por gordos”.

Este tipo de comportamientos afectan para toda la vida, porque de acuerdo a la autora, los padres son los primeros seres con quienes un niño desarrolla los patrones de relación para el resto de su existencia, de tal manera que no se puede esperar que mantenga lazos sanos en el presente y el futuro.

En estas condiciones, el niño se sentirá inconscientemente atraído por el rechazo, pues lo habrá aprendido en su familia y creó un autoconcepto de no ser digno de recibir amor, en este caso, por su condición de obesidad.

Darse cuenta de que como padre, uno es responsable de darle al niño educación nutricional e influir en la formación de hábitos es un paso importantísimo para modificar su alimentación y procurarle la más sana y equilibrada para garantizarle un desarrollo pleno.

También es necesario evitar las críticas y la hipervigilancia, ya que está comprobado que estas actitudes perpetúan la dificultad para perder peso y mantenerse en el adecuado.

Una vez que el problema está detectado y el niño empiece un régimen para adelgazar, es prioritario que la familia se sume a este esfuerzo no solo en lo que corresponde a la dieta; además, hay que ser empáticos con él y hacerle saber que el amor por él no está condicionado a su físico. Este simple hecho rompe barreras y lo ayuda a apegarse a su objetivo.

Por último, también hay que tomar partido en lo que se refiere a la relación afectiva con él. Una forma de hacerlo, recomienda Martha Alicia Chávez, es impulsarlo a desarrollar sus talentos: “si hace algo en lo que tiene éxito, equivale a contactarlo con sentimientos positivos, esto va de la mano de darle retroalimentación que destaque sus habilidades, ambos aspectos son factores que fortalecen la autoestima”, concluye la especialista.

Colaboración de Fundación Teletón México

“La prudencia empodera las palabras”

Bojorge@teleton.org.mx

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