Capitana latina probó el amargo de la muerte

Cada Día de los Caídos, Sandra Espada reafirma su compromiso de servir al país

Sandra Espada, capitana del Ejército, dejó el arte para abrirse camino en el mundo militar y servir a su país. En el círculo, ella  en uno de los convoyes de suministros médicos que organizó en la zona de guerra.

Sandra Espada, capitana del Ejército, dejó el arte para abrirse camino en el mundo militar y servir a su país. En el círculo, ella en uno de los convoyes de suministros médicos que organizó en la zona de guerra. Crédito: <copyrite>EDLP</copyrite><person>Mariela Lombard< / person>

Nueva York — Sandra Espada aún se estremece cuando recuerda la llamada de su comandante, anunciándole que sería enviada a Irak. En su dura infancia en El Bronx, mientras con su familia vencía a la pobreza para labrarse un futuro, esta capitana del Ejército de sangre puertorriqueña nunca imaginó cómo llegaría a vivir esa experiencia.

Ese día, la actual Comandante de Compañía del 4420 U.S. Army Hospital, de 48 años, supo no sólo de su destino en zona de guerra, sino que viajaría con una unidad distinta a la de ella. Sin embargo, comentó, el orgullo de servir a su país borró el miedo de un plumazo.

Su madre, en cambio, no las tuvo fácil, aunque la impulsó a seguir su larga pasión por lo militar.

“Y es que cuando te envían a la guerra, es como si tu familia también fuera”, expresó. “No puedo imaginar cuando escuchaba de la muerte de americanos y pasaban los días para saber que no era yo”.

Como antídoto contra la tristeza, “la pobre iba casi todos los días a Walmart a comprar oreos y tostones para mandarme”, dijo con nostalgia.

La primera militar de cuatro hermanos cambió su vocación de artista por un uniforme en 1989, cansada de lo costoso de su carrera. “El Ejército fue mi primera opción por la variedad de trabajos que puedes hacer”, agregó quien se ha entrenado en países como Alemania e Italia.

Poco después, ingresó a la Policía del Estado de Nueva York, donde al momento de su viaje al Medio Oriente ya había logrado ser investigadora.

“Es siempre importante mantener el profesionalismo para ser respetada”, respondió sobre su fórmula para derrotar la discriminación en su profesión.

El giro de su vida no pudo ser más marcado. En el Ejército se le enlistó como especialista médica y así adquirió destrezas en operaciones, logística, inteligencia, gerencia de salud y seguridad.

Gracias a esa preparación, en Irak su misión fue garantizar la distribución eficiente y expedita de medicamentos y utensilios médicos.

Eso la llevó a organizar cientos de convoyes en el desierto y participar en la creación de hospitales móviles en la prisión de Abu Ghraib y en Camp Bucca, donde “debíamos asistir a soldados, civiles y enemigos, que en su mayoría eran heridos por dispositivos explosivos”.

Aunque viajaban de noche, esas caravanas eran un blanco fácil para el enemigo y eso grabó en su mente heridas imborrables.

A pocos meses de llegar, una expedición fue bombardeada. Y aunque no era su equipo, conocía a quienes iban en él, explicó.

Cuando trasladaron a las víctimas, “en la sala de trauma vi dos cuerpos en el piso que creí eran muñecos que usábamos para entrenar; pero entonces vi una mano muy pequeña y pálida que era de una joven de 19 años con la cabeza volada y el cuerpo también sin cabeza de su sargento”, dijo con voz entrecortada.

“Tuvimos que improvisar porque sólo teníamos un congelador pequeño para medicamentos y no teníamos ni una caja para poner los cuerpos y los restos que recolectamos para transportarlos”.

Al final de cada día amargo debía siempre refugiarse en “la extraordinaria relación que tienes con tus compañeros, en la satisfacción de cumplir tu misión y, por supuesto, en la idea de que regresarás a casa”.

Previo a su regreso, “el envío de los medicamentos y materiales médicos ya se hacía directo a los campamentos desde Alemania o Estados Unidos, sin tener que usar convoyes”, destacó como uno de sus principales logros.

A la vuelta, la transición fue difícil, “porque en realidad no había nada previsto para ponernos a trabajar”.

Por suerte, por su experiencia como investigadora de la Policía estatal y en el teatro de operaciones, ella pudo sumarse al FBI Joint Task Force Counter Terrorism Division en Nueva York, una unidad estratégica en la lucha contra el terrorismo nacional e internacionalmente.

También como oficial del Comando Médico de la Reserva del Ejército, un cuerpo que agrupa a más de 10,000 soldados y cerca de 50 unidades de salud en el país, entrena frecuentemente con su unidad en el centro CW2 Kerry P. Hein de Long Island, por si en cualquier momento la envían de nuevo a un área de conflicto.

“No creo que la gente realmente aprecie el sacrificio que hacemos cuando vamos a la guerra”, manifestó quien piensa en seguir escalando posiciones para servir a su nación. En ese camino, uno de sus retos es preparar a dos de sus primas que siguen sus pasos.

Por eso, mientras unos celebran el feriado que anuncia la llegada del verano, para ella cada Día de los Caídos es un tiempo en que “sólo quiere honrar ese sacrificio y sentirse conectada con quienes aún están haciéndolo”.

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