Muro para proteger inmigrantes de “La Bestia” en México es mortal (fotos)

En México, un poblado construyó unas vallas para dificultar el ascenso y descenso de los trenes en que viajan los centroamericanos

Vista de la llegada del tren al pueblo de Apizaco, México, donde se ha construido una valla junto a la vía para impedir que los migrantes desciendan.

Vista de la llegada del tren al pueblo de Apizaco, México, donde se ha construido una valla junto a la vía para impedir que los migrantes desciendan. Crédito: La Opinión - / Gardenia Mendoza

APIZACO, México.— A vista rápida, cada una de las vallas de concreto que separan al ferrocarril de carga del resto de este pueblo del estado de Tlaxcala, parecen inofensivas, pero apiladas una tras otra forman un muro mortal contra miles de indocumentados que viajan sobre “La Bestia” rumbo a Estados Unidos.

Son las 3:00 de la tarde y el salvadoreño René Márquez, de 59 años, está a punto de recibir una lección de horror sobre el significado de estos “durmientes” que la empresa Ferrosur colocó a lo largo de dos kilómetros para evitar que los inmigrantes suban y bajen de los vagones que transportan granos.

Él todavía va arriba del tren después de librar la ruta de secuestros y extorsiones por el sureste (Tabasco y Veracruz) cuando se da cuenta de que no podrá bajar a descansar aquí como eran sus planes porque los bloques de cemento de metro y medio de alto por medio de ancho están tan cerca del furgón que casi lo rozan.

Márquez se desliza entre los carruajes y abre sus piernas para colocarlas, una en un vagón y otra en otro. Mientras sostiene sus manos en ganchos metálicos, analiza las posibilidades de brincar sin quedar estampado como una mosca en las vallas o ser arrastrado o muerto o mutilado.

No sería el primero ni el último. Desde la construcción de los durmientes en junio de 2012, los vecinos de Apizaco, ubicado a 120 kilómetros al oriente de la Ciudad de México, dan cuenta en promedio de dos accidentes cada semana.

La organización civil Un mundo, Una Nación — que opera en la región— calcula al menos un accidente cada mes que han denunciado a la alcaldía, a la Comisión Estatal de Derechos Humanos y a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; sin embargo, hay casos de los que nadie se entera.

“A veces ya muy noche o de madrugada vemos pasar a los paramédicos con camillas y personas que no sabemos si murieron o están heridas”, cuenta Jorge Enrique Vázquez, quien vive a unos pasos de las vías férreas, cerca del albergue La Sagrada Familia.

Esta casa para inmigrantes es el objetivo del salvadoreño Márquez: si no descansa ahí tendría que esperar hasta el siguiente refugio en Lechería, Estado de México, y esa travesía podría terminar muy mal porque sin comer ni dormir su cuerpo se debilitaría y podría caer cuando el tren esté en marcha.

Por eso está desesperado. Quiere bajarse, pero sólo mira pasar vallas y vallas mientras maldice el momento que decidió emigrar. ¿Qué necesidad? Sus cuatro hijos ya son adultos, casados, y ni siquiera se preocupa por una mujer porque es divorciado.

Él es un hombre fuerte para su edad. Desde que cruzó a México por el fronterizo estado de Chiapas, debió dejar atrás a compañeros ocasionales que enfermaban de diarrea, vómito, infecciones, deshidratación o hipotermia. Solo se quedó con José, un hondureño de 17 años que en este momento viaja unos vagones atrás.

“En El Salvador sentía cada minuto que me marchitaba y aquí que me muero”, piensa Márquez todavía colgando de los fierros, con las piernas abiertas.

De pronto observa que no hay más muros y sin pensarlo salta. La velocidad del tren lo hace rodar, pero se levanta pronto. Así alcanza a observar que unos metros adelante vuelven los “durmientes”, que otros migrantes no se atreven a bajar y que José lo intentará con la mochila al hombro.

El jovencito no es tan rápido, el bulto en la espalda lo azota contra una valla y Márquez corre para jalarlo del brazo y evitar que lo arrastre el tren. Lo alcanza, lo avienta hacia atrás. Respira con alivio cuando de reojo mira pasar entre los rieles a un hombre cuyos ojos concentran el dolor más grande que jamás ha visto.

“Quedó partido en tres”, solloza Márquez.

Márquez llora durante tres días en el albergue La Sagrada Familia y cuenta su testimonio del muro que separa la tragedia de la solidaridad: el tren de la casa que ayuda a los migrantes.

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