Encuentro cercano con un guitarrista y una soprano

La soprano Camille Ortiz-Lafont y el guitarrista Francisco Roldán pulen sus 'Canciones de Amor,' el espectáculo que presentarán este miércoles en Montauk.

La soprano Camille Ortiz-Lafont y el guitarrista Francisco Roldán pulen sus 'Canciones de Amor,' el espectáculo que presentarán este miércoles en Montauk. Crédito: Foto: Silvina Sterin Pensel

De cada puerta sale un sonido distinto y el edificio, de grandes ventanales, parece tener vida propia: hay músicos que van y vienen; algunos acompañados por enormes instrumentos prefieren el elevador, otros suben y bajan por las amplias escaleras de mármol. Es el Mannes College, el conservatorio de la Universidad The New School ubicado en el Upper West Side y que, durante casi un siglo, ha venido formando a músicos neoyorquinos.

En el tercer piso se oye el repicar de castañuelas y al abrir la puerta de la sala de ensayo 309, en un pequeño cuartito, la soprano Camille Ortiz-Lafont y el guitarrista Francisco Roldán interpretan ‘El Café de Chinitas’. Su voz, sublime, nítida y sus cuerdas, pulcras y certeras, hacen toda la magia y los artistas se entregan como si se tratara del propio espectáculo que presentarán el miércoles próximo en la biblioteca de Montauk, Long Island. “Es una colección de canciones latinoamericanas”, explica ella dejando descansar por un momento las castañuelas. “El show se llama ‘Canciones de Amor’ y es un recorrido por temas de grandes próceres como el brasilero Villa-Lobos y de compositores maravillosos como Ernesto Cordero que es de mi tierra, de Puerto Rico”, agrega.

“No mucha gente sabe que ésta es de Federico García Lorca”, dice Francisco mostrando la partitura como evidencia de que el español escribió los versos de ‘El café de chinitas’; un poema donde honra a ese local de Málaga, mitad café, mitad burdel.

Se conocieron allí, hace unos cinco años, en este mismo lugar donde hoy ensayan cuando él, que enseña guitarra clásica desde 1985, la escuchó cantar. “Era el festival de voz del Mannes y recuerdo que ella me pareció espectacular y le propuse cantar conmigo porque para mí no hay otra forma mejor de hacer lucir la guitarra que con una bella voz”.

El es de Medellín y ella de Vega Baja y afirman que tanto su música como todo lo que hacen está teñido de sus raíces boricuas y colombianas. “Creo que uno es inseparable de lo que mamó de chico; de aquellos ritmos con los que uno creció”. Entre canción y canción intercalan algunos recuerdos como cuando ella era la niña extrovertida que cantaba en la iglesia protestante a la que iba su familia o cuando se reunían a pasar la Navidad y aquello era pura fiesta. “Todos tocábamos tambores y el güiro que, es como una especie de calabaza que raspas con un palillo. Nos unía mucho la música”, sostiene con cierta nostalgia ahora que la adultez los tiene a todos desperdigados.

Francisco, de tez bronceada, cabellos plateados y bermudas –lo único que delata que se trata de un ensayo- llegó a Nueva York en 1971 y recuerda su etapa de adolescente, en Queens, escuchando a Pink Floyd y Jimi Hendrix. Todo eso quedó un poco relegado una tarde en que su padre lo sorprendió con un regalo. “Me trajo un disco de Segovia y me acuerdo de pensar, ¿en verdad esto es una guitarra? No podía creer que sonara así y de allí en más sólo quise tocar la guitarra clásica”.

Como todo músico, ambos coinciden en que Nueva York es terreno fértil para las oportunidades pero también una ciudad donde la competencia es durísima. “Aquí vienen las mejores óperas del mundo pero somos miles de sopranos. Tengo amigas sopranos, pero trato de no hacer buenas migas con otras ‘coloratura ligera’ como yo, confiesa riendo y haciendo referencia a su propio registro de voz.

Cuando no están ensayando para algún show o adicionando, cada cual se dedica a lo suyo. Camille es organista en la Iglesia Santo Tomas de Aquino y canta en todas las misas especiales desde Pascuas hasta la celebración en honor a la Virgen de Guadalupe y Francisco toca con su cuarteto ZigZag.

Camille entona ‘Madrugada’ del poeta Luis Llorens Torres y la música fluye sin necesidad de parar; sin nada que repetir o corregir. Guitarrista y soprano se miran. ¿”Estamos listos?” Yo creo que sí. El ensayo concluye, el show comienza.

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