El factor miedo en la reforma bancaria

Casi cinco años después de la peor crisis financiera desde el decenio de 1930 y tres años después de la promulgación de las reformas financieras Dodd-Frank en los Estados Unidos, todo el mundo se hace una pregunta: ¿por qué hemos logrado tan pocos avances?

Se han prometido nuevas normas, pero se han aplicado muy pocas en realidad. Aún no hay una “norma de Volcker” (que limite las operaciones de los bancos por cuenta propia), las normas sobre los derivados siguen en preparación y los fondos de inversión en el mercado monetario continúan sin haber sido reformados. Peor aún: nuestros bancos más grandes se han vuelto aún mayores. No hay señal de que hayan abandonado la estructura de incentivos que fomenta la adopción de medidas excesivamente arriesgadas y las grandes distorsiones provocadas por el principio de “demasiado grande para quebrar” se ciernen sobre muchas economías.

Hay tres posibles explicaciones de lo que ha salido mal. Una es la de que la reforma financiera es inherentemente complicada, pero, aunque aún hay que precisar muchos detalles técnicos, algunas de las personas más inteligentes del mundo trabajan en los organismos reguladores pertinentes. Están más que capacitadas para formular e imponer el cumplimiento de las normas… es decir, cuando eso es lo que se les pide de verdad.

La segunda explicación se centra en el conflicto entre organismos con jurisdicciones superpuestas, tanto nacionales como transnacionales. Una vez más, hay algo de verdad al respecto, pero también hemos visto mucha coordinación incluso en relación con los asuntos más complejos, como, por ejemplo, la cantidad máxima de fondos propios que deben tener los bancos grandes o cómo se debe abordar la posible quiebra de semejante empresa.

Nos falta la última explicación: los encargados de la reforma financiera no querían en realidad lograr avances rápidos. Tanto en los Estados Unidos como en Europa, los dirigentes gubernamentales son presa de un pánico primordial: el de que sus economías vuelvan a deslizarse hasta la recesión… o algo peor. Los bancos grandes juegan con ese miedo, al sostener que la reforma financiera hará que dejen de ser rentables y les impida conceder préstamos o que haya alguna otra consecuencia nefasta e involuntaria. Ha habido una auténtica avalancha de cabildeo a ese respecto, a consecuencia de lo cual los altos funcionarios avanzan despacio por miedo a dañar la economía.

Pero se trata de un error grave, basado en un desconocimiento de cómo pueden dañar la economía los bancos grandes. La obligación de que cuenten con un mayor capital propio, por ejemplo, exige que los bancos se financien con relativamente más fondos propios y una deuda relativamente menor. Así resultan más seguros, porque tienen más capacidad para absorber las pérdidas y es menos probable que se conviertan en bancos zombie (los que no prestan con sensatez).

Los bancos afirman que unas mayores necesidades mínimas de capital y otras reglamentaciones aumentarán el costo del crédito, pero no hay señal alguna de ese efecto, afirmación hecha, con bastante retraso, en el informe de política monetaria de la Reserva Federal presentado al Congreso la semana pasada. Al contrario, los mayores bancos estadounidenses están notificando muy buenos resultados correspondientes al último trimestre.

Lamentablemente, una gran parte de los beneficios de dichos bancos proceden de las operaciones con valores: precisamente la clase de actividad muy arriesgada que les provocó los problemas en el período inmediatamente anterior a la crisis financiera mundial de 2008. Se trata de empresas muy apalancadas, que por lo general financian sus balances con tan sólo un 5% de fondos propios (y, por tanto, un 95% de deuda).

Para entender por qué se trata de un problema, pensemos en lo que ocurre cuando se compra una casa con tan sólo una entrada del 5% (o menos del 3%, analogía mejor en el caso de algunos bancos europeos). Si suben los precios de la vivienda, se consigue un buen beneficio sobre el capital propio (y un mejor beneficio que si la entrada hubiera sido del 20%), pero, si los precios de la vivienda bajan, se puede perder el capital propio (eso es lo que significa tener una hipoteca sobrevalorada).

Unos requisitos más estrictos de capital para los bancos son buenos para la economía en sentido más amplio: hacen que las crisis financieras (y el síndrome de los zombie) sean menos probables, menos graves o ambas cosas. Los bancos de los Estados Unidos están financiados actualmente con más capital que antes de la crisis financiera y les está yendo bien.

Aun así, debemos seguir preocupándonos por su capacidad para echarse a perder de una forma nueva y creativa: eso explica la necesidad de la norma de Volcker, la reforma de los derivados y nuevas normas para los fondos de inversión en el mercado monetario. Y los requisitos de capital propio correspondientes a las entidades financieras sistémicamente importantes siguen siendo poco estrictos.

Según los últimos indicios, las autoridades estadounidenses están empezando a centrarse por fin en ese aspecto. Sin embargo, muchos bancos europeos tienen menos fondos propios que sus homólogos de los EE.UU., lo que crea una importante fuente de vulnerabilidad para el futuro. Para que haya una amplia recuperación europea, los bancos deben recaudar más capital, con lo que fortalecerán su capacidad para absorber las posibles pérdidas. Lamentablemente, hay pocas señales de que las autoridades europeas entiendan este aspecto.

En cambio, los funcionarios superiores de Europa piensan y hablan como las autoridades de los EE.UU. hace tres años. Dan muestras de prudencia para no complicar la situación financiera, por lo que no son demasiados estrictos con la reforma financiera y se niegan a insistir en la necesidad de que los bancos cuenten con más capital propio. Se trata de un error que pueden llegar a lamentar y posiblemente todos nosotros también.

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