Una pérdida de tiempo

El Congreso partió de vacaciones por cinco semanas, la Cámara de Representantes —fiel a sus prioridades— votó antes de partir por vez 40 un proyecto en contra de la reforma de salud conocida como Obamacare.

Esta medida tiene las mismas probabilidades, cero, de convertirse en ley que las 39 veces anteriores. La única diferencia en esta ocasión es que se ligó el odiado Servicio de Recaudación de Impuestos (IRS) con la reforma médica para evitar que uno pueda trabajar con el otro.

La tentación fue demasiado grande para dejar pasar la oportunidad de rasgarse las vestiduras clamando que el IRS persigue a las organizaciones conservadoras —cuando ya se sabe que aplicó las mismas exigencias a grupos liberales; y también para asegurar que el Gobierno está por intervenir en la relación del paciente, como si esa relación ya no estuviera en manos y regida por las compañías de seguro médico.

Este interés primordial en el liderazgo de la Cámara Baja de cosechar puntos políticos baratos, en vez de atender las prioridades económicas que preocupan a los estadounidenses, es el mejor ejemplo del porqué el Congreso goza en la actualidad de la peor reputación popular dentro del Gobierno federal.

Como si esto fuera poco, un grupo de senadores republicanos encabezados por Ted Cruz y Marco Rubio —entre otros— están promoviendo una estrategia para el regreso destinado a rechazar asignaciones de fondos ligados al Obamacare, aunque esto signifique el cierre del Gobierno federal.

La derrota de noviembre pasado no ha hecho comprender a los republicanos que su obsesión de atropellar contra la reforma de salud no es compartida por la mayoría de los estadounidenses. No cabe duda de que sirve para movilizar su base, pero el control de la Cámara Baja es para gobernar para todos en vez de perder el tiempo en proselitismo como las 40 votaciones en contra de una ley que ha sido reafirmada por la Suprema Corte y está siendo implementada.

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