‘No van a caber los muertos’

Un empleado del cementario Valle de La Luz, en Acapulco, limpia las lápidas.  Este y otros cementerios  están agregando secciones por el gran número de  muertos por la violencia.

Un empleado del cementario Valle de La Luz, en Acapulco, limpia las lápidas. Este y otros cementerios están agregando secciones por el gran número de muertos por la violencia. Crédito: <copyrite> La Opinión - </copyrite><person>Isaías Alvarado< / person>

“Papá te extraño”, se lee en una de las cientos de lápidas en el Valle de La Luz, un panteón que ha experimentado un acelerado crecimiento a consecuencia de la ola de violencia en Acapulco.

El mensaje está escrito a mano y la letra delata que el autor ha sido un niño de unos seis años. La tumba es de Said Radilla Corona, asesinado a balazos mientras conducía un autobús de pasajeros. Pasaba por la peligrosa colonia La Laja cuando lo interceptó “La Maña”, la delincuencia organizada de este puerto.

Los restos de Said descansan en una de las nuevas secciones del Valle de La Luz; a un costado, albañiles laboran a marchas forzadas construyendo nuevas fosas que atiendan la enorme demanda.

“Mucho ha crecido este panteón, hacia los lados, al rato no van a caber los muertos aquí”, dice un muchacho que se dedica a limpiar lápidas por unas monedas.

Cada lote tiene capacidad para tres ataudes en este cementerio. “Todos los que ya estaban ya se llenaron”, dice el empleado, quien vive cerca de ahí, en una de las colonias donde los muertos salen a todas horas. El panteón está localizado en la entrada de la carretera de cuota Acapulco-México.

Este año, en otra área ampliada del camposanto, fue sepultado Rafael Antonio Arizmendi Barreto, un ingeniero en computación de 22 años. A él lo balearon sicarios en el poblado de Tunzingo por razones que no están del todo claras. Según reportes periodísticos, el joven y otra persona supuestamente robaron galletas, helados y otros productos en una tienda de autoservicios y a la salida se toparon con los matones, quienes les dispararon con armas de grueso calibre. A los dos les dieron el tiro de gracia.

Los fines de semana, los familiares de decenas de caídos en esta pelea del gobierno contra las mafias se congregan en el Valle de La Luz. Les llevan flores, los recuerdan, les lloran y rezan por ellos. A veces hay música. Pero la inseguridad les impide velar ahí en el Día de Muertos.

La propietaria de una funeraria reconoce que también este tipo de negocios están prosperando en la ciudad, aún cuando sufren por los extorsionadores (irónicamente, ellos son parte de los grupos que están elevando sus ingresos). “Hay muchos clientes”, asegura esta mujer, quien cerró una de sus sucursales en la violenta colonia Emiliano Zapata después de que la balearon.

Al menos, la violencia en Acapulco no ha llegado a los niveles en estados del norte de México, donde los sicarios han tiroteado y matado en velorios y entierros. Aquí los dejan partir solos al más allá.

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