El mejor ejemplo

Como muchos otros dominicanos me eduqué y crecí en un colegio católico. Quise mucho y aún quiero a mis antiguos profesores, quienes eran sacerdotes, monjas y laicos. Buenas personas, autoridades morales. Verdaderos amigos en el caminar temprano de la vida fuera de casa.

Agradezco la educación, el respecto, el cariño y el sentido de importancia que todos ellos me dieron de manera incondicional. Me dieron además sus miradas nobles y su actitud correcta y solidaria. Me dieron también su decisión de apego a la verdad sin temor a los “dueños del mundo”.

Mi primera comunión y mis tardes de confesiones, mis tareas, mis horas de biblioteca y mis escasos minutos de recreo cada día no pasaron en vano, permanecen en mí y han iluminado muchas situaciones oscuras en mi vida.

De adulto debo mucho a la iglesia. Mis momentos más difíciles de mis relaciones de pareja, la muerte de mi padre, la ingratitud, desde mi punto de vista, de socios o patrones profesionales, y otras más situaciones hubiesen impactado mi vida muy negativamente si no hubiese contado con el fresco del domingo después de misa y la conversación con amigos religiosos, sacerdotes, monjas, laicos y laicas.

Agradezco todas estas cosas. No podría ser diferente. Quiero de una manera tierna a esa gente, a esos templos a sus patios y a sus escuelas. Me tocó vivir esas experiencias con religiosos humildes, pero también traté en momentos importantes de mi vida con religiosos con posiciones importantes, como Monseñor Nicolás López Rodríguez o como Monseñor Agripino Núñez Collado. Confieso que encontré en ellos el mismo valor humano que en mis monjas y curas parroquiales.

Esta ola de atrocidades perpetrada por sacerdotes y otros miembros de la iglesia contra niños inocentes y en muchos casos sin ninguna otra protección que las de sus propios verdugos me ha destrozado el corazón.

Hace unas semanas hablé con mi esposa sobre el colapso de una parte importante de mi vida y le dije sobre mis preocupaciones acerca de nuestros hijos pequeños y su participación en las cosas de la iglesia. Le dije que tal vez su fe ciega e ingenua en la iglesia debía ser revisada. Fue una conversación triste y desalentadora.

La actitud de la iglesia Católica Dominicana expresada recientemente de manera oficial no se anda con paños tibios. No es que perdono esos abusos porque pidan perdón y ya. No es que les admiro porque ahora inviten a la justicia a perseguir a sus delincuentes. No, no los admiro ni los perdono. Me sigue doliendo y atemorizando esa realidad.

Pero preciso es reconocer que estos curas, que esta iglesia que pide perdón y se pone a disposición de la justicia es el mejor ejemplo que como país podemos tener. Una sociedad de moral disoluta, alérgica a la verdad y a la disciplina como la que hemos construido necesitaba de ese buen ejemplo.

Si los cabezas de familia, si los sindicatos y agrupaciones profesionales, si los banqueros y sus amigos, si la Policía Nacional, si las Fuerzas Armadas, si los hombres de negocio, si el sector público, si el sector privado, si la Justicia, si los partidos políticos hiciéramos lo mismo.

es profesor honorífico de Utah Valley University.

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