Jardín comunitario busca voluntarios latinos

"El Jardín de Maggie" tiene 62 voluntarios y sólo 20 son latinos.

"El Jardín de Maggie" tiene 62 voluntarios y sólo 20 son latinos. Crédito: Fotos: Zaira Cortés

Nueva York — Decidida a que su hijo no crecería en un lugar sucio y plagado de ratas, la inmigrante boliviana María Magdalena Amurrio logró convertir un terreno abandonado al lado de su edificio, en un oasis verde en El Barrio.

El terreno, en 1574 de la Avenida Lexington, es un jardín comunitario donde se siembran flores, vegetales y frutas de temporada. Además, también sirve como un campo de conocimiento.

“Ofrezco clases gratuitas de alfabetización y talleres, desde joyería y bordado hasta diseño de velas y tocados de novia”, indicó Amurrio, de 63 años, a quien en el vecindario suelen llamar Maggie. “Algún día la comunidad cosechará el trabajo de estos 20 años”.

El “Jardín de Maggie”, que este sábado celebra su vigésimo aniversario, se ha enfrentado a diversos desafíos, como la falta de agua o pocos recursos para mejoras. Por suerte, cuenta con un ejército de voluntarios que se esfuerza por mantener uno de los pocos espacios verdes en East Harlem.

El puertorriqueño Caesar Cruz, quien acude hace dos años, comentó que cuando empezó pesaba unas 280 libras, pero el trabajo de siembra y mantenimiento lo ayudaron a perder peso.

“Antes de conocer este jardín yo pasaba mis tardes en casa viendo televisión, sin comer vegetales o fruta. Mi vida cambio para bien, ahora peso 225 libras”, dijo.

La colombiana Lolita Arias, de 29 años, destacó que el lugar le permite fortalecer su relación con la comunidad: “Es una experiencia única al interactuar con un grupo que se caracteriza por su diversidad. El jardín es acogedor y siempre tiene las puertas abiertas”.

Los voluntarios son desde adolescentes y niños hasta personas mayores de 70 años.

“Tenemos dos reglas importantes, el respeto por el otro y el trabajo duro”, indicó la argentina Alejandrina Herrera, de 63 años. “Si hay esfuerzo, hay recompensa. Nadie se va con las manos vacías”.

La cruzada de Maggie empezó hace dos décadas, cuando estaba recién llegada al país. Preocupada por la salud de los chicos del área, compró raticida con sus propios ahorros para eliminar la creciente plaga de roedores que anidaba en el sitio.

Solicitó ayuda a sus vecinos, pero la negativa de los residentes latinos no le impidió continuar con su lucha.

“Me dijeron que no le hiciera el trabajo a la ciudad, pero no podía quedarme de brazos cruzados”, apuntó Maggie, quien fue profesora en su país.

Pese a su limitado inglés, no tuvo reparo en tocar las puertas de varios funcionarios y logró llamar la atención del Departamento de Sanidad. Luego de meses de insistencia, el terreno fue despejado de escombros y muebles viejos.

Hoy en día, el jardín cuenta con 62 voluntarios de Connecticut, Nueva Jersey, Staten Island, El Bronx y Manhattan. La mayoría son inmigrantes de países como Polonia, Irán, China y Pakistán, pero sólo 20 son latinos.

“Cada verano recorro los edificios cercanos buscando jóvenes que se unan al cuidado del jardín, pero la mayor parte del tiempo la respuesta es un ‘no me interesa’, ‘me duele la espalda’, o ‘no tengo tiempo’”, dijo la activista con frustración. “Más triste es que el jardín sea víctima del vandalismo. Nuestros árboles y plantas han sido destruidos en varias ocasiones”.

Zaida Rodríguez, una residente del vecindario por 50 años, lamentó que pocos latinos contribuyan en un proyecto que busca mejorar la calidad de vida en El Barrio.

“No podemos esperar que la ciudad nos resuelva todo, debemos ser parte activa en las mejoras para nuestro propio beneficio”, dijo.

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