La lección del narco

En algunas comunidades la gente respeta o teme al narco lo suficiente para desafiar a policías y soldados

En 2010, el entonces Fiscal General de Costa Rica, luego el segundo en dirigir la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), Francisco Dall’Anese, dijo algo cargado de razón: “mientras los criminales van por el ascensor, nosotros [las autoridades] vamos por las escaleras”—algo fácil de visualizar en Centroamérica y el Caribe. Desde que la región es puente del narcotráfico del sur al norte del continente, los narcos ocupan espacios que el Estado abandonó. Así surgieron comunidades donde el narco comanda más respeto, o temor, que las autoridades.

El 16 de octubre, en Izabal, Guatemala, las autoridades capturaron a José Ranferí Ponce Rodríguez por narcotráfico (hermano de un narco guatemalteco condenado a 25 años de cárcel en EEUU, en 2012). Minutos después, varios hombres fuertemente armados liberaron a Ponce y vapulearon a los policías y soldados que lo custodiaban. No es la primera vez que sucede algo así en el país.

La politóloga alemana Hannah Arendt decía que el verdadero poder lo otorgaba la validación popular; no se tomaba a la fuerza. Ese poder prevalecería mientras los gobernados creyeran que se velaba por sus intereses. En cuanto se sintieran abandonados, el grupo gobernante perdería legitimidad (reconocimiento popular). Esta pérdida luego llevaría a la violencia, o a la promesa de usarla, como único mecanismo para controlar a quienes desconocen la autoridad gubernamental. Y esta es una consecuencia que el narco aprovechó.

En algunas comunidades la gente respeta o teme al narco lo suficiente para desafiar a policías y soldados —como en el caso de Ponce— porque no demostrar esa lealtad tiene consecuencias.

¿Por qué en 2010, en un vecindario de Kingston, Jamaica, los residentes recibieron con barricadas y balazos a la policía que llegó por Christopher “Dudus” Coke, cuya extradición por narcotráfico pedía EEUU? El enfrentamiento dejó 70 muertos, en un lugar donde la policía antes no entraba sin el permiso de Coke. Quienes sobrevivieron estaban paralizados de miedo, no de la policía, sino de la gente de “Dudus”, y no abandonaron el vecindario ni siquiera después de la refriega, para no ser tildados de traidores.

En Ceiba, Honduras, el asesinato en 2009 del principal distribuidor de drogas local, Donaldo James Cobarn, alias Begué, arrancó un minuto de silencio en el primer partido de la liga mayor de fútbol en Ceiba después del hecho. Begué era una suerte de héroe local—temido y admirado—que sabía quién estaba atrás de las desdichas de la ciudad. Si alguien era extorsionado, o le robaban el vehículo, Begué (antes que la policía) sabía quiénes eran responsables, y hasta localizaba el vehículo (por una cuota, claro).

Entonces, ¿tienen los gobiernos algo que aprender del narco? Quizá. Esta no es una apología del delito, pero es una muestra que los narcos aprovechan las debilidades del Estado. No los mueve un espíritu de Robin Hood, sino la intención de ganar “mentes y corazones” a cambio de protección y silencio, de convertir vecindarios completos en una red de informantes, que los blinda tanto como sus guardaespaldas.

En algunos lugares, el narco genera empleo (con empresas para lavar dinero sucio), financia el alumbrado público, construye clínicas, paga funerales imprevistos, y hasta sube al vecindario completo en autobuses para llevarle gratis a la playa. Pero la generosidad no correspondida, con la delación de soplones o de presencia enemiga, se paga con la vida. En 2009, en Guatemala, después de un fallido intento de captura de varios narcotraficantes que EEUU pide en extradición, el empleado de un hotel fue asesinado presuntamente porque no “avisó” que días antes vio en la zona a algunos agentes que participaron en el operativo.

Nada de esto sucedería si los gobiernos no abandonaran a algunas comunidades, contribuyendo así al empoderamiento del narco. Este no avanzaría en ascensor tantos pisos más arriba que las autoridades, y éstas (parcialmente corruptas y con pocos recursos) no subirían por las escaleras, además, en cámara lenta.

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