Padres también buscan a hijos centroamericanos en México

Se unieron a la Novena Caravana de Madres que recorren el país, desde el pasado 2 de diciembre hasta el 18 próximo, en busca de sus vastagos desaparecidos en su ruta a Estados Unidos

La incomunicación entre los familiares de indocumentados  centroamericanos  se vuelve tragedia de vida.

La incomunicación entre los familiares de indocumentados centroamericanos se vuelve tragedia de vida. Crédito: La Opinión - / Gardenia Mendoza

México, D. F. – Sólo son cinco varones entre los 43 familiares de inmigrantes centroamericanos que buscan a sus hijos en México. Pero son igual de aguerridos, persistentes, sensibles y soñadores que las madres porque también los quieren, los vieron crecer y luego partir para extraviarse.

“Debe estar así de grande”, dijo el salvadoreño Francisco Salguero, de 60 años, con los ojos húmedos de imaginar cuánto habrá crecido el crío de 11 años que dejó partir con un “coyote” que, supuestamente, lo llevaría a reunirse con la madre que había emigrado a los Estados Unidos tiempo atrás.

Levanta el brazo a todo lo largo: está seguro que Erick Fernando, extraviado desde el 7 de mayo de 2008, es muy alto ya en la adolescencia, que todavía vive, que estará por ahí en algún lugar y no llama porque olvidó el teléfono de su casa en San Salvador que se sabía de memoria.

No, no quedó tirado en algún desierto a las 4 a.m., a 200 metros de una calle, como dijeron los compañeros de viaje de su hijo a una vecina. Lo rechaza, lo presiente.

Y como “padre responsable” viene a buscarlo a México en la Novena Caravana de Madres Centroamericanas que recorren el país, desde el pasado 2 de diciembre y hasta el 18 próximo, y ahora se encuentra en el Distrito Federal.

“Como la madre no está presente, me toca a mí hacer todo porque regrese a casa”, resume Salguero, para explicar su situación en el universo femenino que predomina el rastreo de 20,000 centroamericanos que se perdieron en este país y que, gracias a las caravanas anuales, se logró la localización de 200; seis en los últimos días.

Luis Alberto López, de 33 años, le hace segunda entre la minoría de género. Este joven, también salvadoreño, tiene una deuda generacional para encontrar a su hermano Juan Carlos desde que, en el lecho de muerte su padre, se lamentó de no haberlo encontrado después de un supuesto naufragio en desconocidas aguas mexicanas.

“Ay, no encontré a Calín”, dijo minutos antes de expirar.

Poco después Luis Alberto tomó las riendas de la misión que comenzó, en febrero de 2001, cuando el hermano mayor dejó de llamar por teléfono. La última vez que lo hizo fue desde la frontera entre Guatemala y México, en Tecún Uman. Dijo que estaba con el traficante de indocumentados. Nada más.

“Mi madre es hipertensa, diabética y tiene deficiencia renal, ella no puede soportar venir y esperar día a día encontrarse o no con él, por eso estoy aquí”, describió.

También enferma por el desgastante de la espera infructuosa, la madre del guatemalteco Alejandro Zelaya, sí recogió ánimo para venir, pero el hijo no la dejó venir sola preocupado por su salud, igual que Adán Humberto Pérez Vázquez, quien acompaña a su madre en busca de los hermanos Esteban y José Vinicio.

Particularmente Zelaya quiere mitigar la culpa que siente por el modo en que respondió a su hermano Rafael Alberto, la última vez que el migrante llamó a casa para reportar que todo iba bien en su camino de indocumentado.”Ya estaba en México, pero quería regresarse, y yo le respondí que si había ‘jodido’ tanto para irse tenía que hacerle huevos y seguir”, recuerda entristecido. “Tal vez sino le hubiera dicho eso estaría con nosotros”.

Pero lo hecho, hecho está. Así responde Santana Espinal, de 55 años, cada vez que regresa a Honduras con los 300 expedientes que guarda en un maletín de la Red de Desaparecidos Comifa.Santana es un campesino que cada año deja sus granos al sol para apoyar a familias que tienen migrantes extraviados y por razones de salud no pueden venir a México. Así carga desde hace tres caravanas un maletín con fotos de muchachas y muchachos que busca como si fuera suyos, aunque él no tiene ningún familiar desaparecido, sólo vecinos e hijos radicados en Estados Unidos “que tuvieron más suerte” de cruzar sin perderse.”Es muy triste cada vez que vuelvo sin novedades, pero yo no dejo de decirles que un día no muy lejano voy a traer buenas noticias“.

El hallazgo de cinco centroamericanos que, hasta el de fin de semana eran buscados por sus familiares en México, resume los primeros frutos del recorrido en el que participan guatemaltecas, salvadoreñas, hondureñas y nicargüenses, que durante 15 días atraviesa este país en búsqueda de pistas de desaparecidos.Cara a cara, en tres de los casos, los familiares pudieron verse después de más de una década de separación; en los otros dos, el contacto fue vía telefónica porque las madres no pudieron viajar a territorio mexicano desde su natal Honduras.

Noemí de León, quien fue separada de su hermana Sonia durante la guerrilla en Guatemala, se desmayó tres veces antes de ver a su hermana en Guadalajara, Jalisco, una de las ciudades visitadas por el convoy que representa a los cerca de 20,000 centroamericanos desaparecidos en territorio mexicano.”Cada caravana recoge los frutos que siembra la anterior porque durante un año la gente llama para dar pistas que nos llevan a los encuentros”, describió vía telefónica Marta Sánchez, coordinadora de la caravana y activista del Movimiento Migrante Mesoamericano.

Narciza Gómez, de 56 años, encontró a su hijo Eugenio Juárez, cuyo rostro de adolescente se transformó, después de 10 años, en uno de un muchacho fuerte que se quedó a vivir en Tijuana y viajó a Guadalajara para ver a su madre. Dos días después, María de los Ángeles Santos vio a su hijo Armando Salgado, quien salió desde Choluteca, Honduras, para encontrar trabajo en los Estados Unidos, pero el destino lo llevó a Matamoros, donde formó una familia con tres hijos.

Las razones por las que la incomunicación entre los familiares se vuelve tragedia de vida son variables, pero todas están relacionadas a ser inmigrante pobre: en el camino les roban documentos, extravían teléfonos y direcciones y tienen miedo de regresar a sus países y perder lo poco que han logrado, describe Sánchez.

“La mayoría sigue indocumentado en México”.

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