Militarizan plaza emblemática de oposición en Caracas (fotos)

El presidente Nicolás Maduro desplegó más de 1,000 agentes para tomar uno de los lugares más significativos para sus opositores

Una manifestante opositora participa en una protesta frente a integrantes de la Guardia Nacional Bolivariana, en la Plaza Altamira de Caracas.

Una manifestante opositora participa en una protesta frente a integrantes de la Guardia Nacional Bolivariana, en la Plaza Altamira de Caracas. Crédito: EFE

Caracas, Venezuela – “Esto parece un golpe de Estado.” Altamira, al mediodía. Cuatro vecinas debaten a pocos metros de una decena de guardias nacionales, que han participado en la toma de este bastión antichavista de Caracas. Una operación realizada de madrugada, cuando la plaza y su entorno, donde todos los días grupos de jóvenes pelean contra la policía, estaba vacía. Más de 1,000 agentes y guardias participaron en su militarización, que anoche era abiertamente desafiada por los manifestantes.

“Esto es terrible, es una represión. Allá abajo nos insultaron, nos llamaron escuálidas, nos gritaron guarimberas. Esto es una dictadura”, se quejó Rebeca Velásquez, de 24 años. Sus amigas comparten la opinión y se atreven a expresarla delante del dispositivo militar, que se acerca y las rodea durante su conversación con este periodista.

El operativo militar estuvo acompañado del aparato de propaganda del chavismo, una vez cumplido el ultimátum realizado por el presidente venezolano Nicolás Maduro el pasado fin de semana.

Al frente, el general Miguel Rodríguez Torres, ministro de Interior: “Nuestra Guardia Nacional hará presencia en Altamira para garantizar el libre tránsito. Ya basta de que a diario sea sometida a la zozobra por un grupo sin rostro”. La plaza “ha sido liberada”, confirmó Diosdado Cabello, jefe del ala militar del chavismo.

Más tarde, el vicepresidente, Jorge Arreaza, cantó victoria en televisión: “Hemos derrotado definitivamente el golpe de Estado”.

Hubo militares, policías y una brigada de limpieza, que hasta pintó de nuevo (aunque no hacía falta) varias zonas de la plaza. El “arsenal” encontrado se exhibía a la vista de los transeúntes: ocho cócteles molotov, botellas vacías, clavos en forma de pincho, un tubo, ropa y un libro. Ningún arma de fuego, pese a que Maduro acusó a los jóvenes de ser “chukys, terroristas y asesinos”.

Guardias, fusil en mano, desplegados en todas las esquinas, revisaban bolsos, pedían documentación, vigilaban los accesos del metro y teñían de verde la vida ciudadana.

Altamira, desde el principio de la crisis, se convirtió en el escenario de una desigual batalla. Jóvenes se enfrentan con guardias nacionales, que los reprimen con gases, perdigones y tanquetas.

La batalla se estira por las calles cercanas, donde las fuerzas gubernamentales detienen a estudiantes de forma indiscriminada y también castigan a la población, invadiendo sus edificios y lanzando bombas lacrimógenas a diestra y siniestra.

“Llevamos cinco semanas fuera de nuestro departamento, porque mi marido se ahogaba. Vengo de allá, de recoger unas medicinas. Ahora estamos donde mi hija. En 55 años que llevamos en Venezuela no vivimos nada igual, este país está arruinado”, se quejó Josefina Restifo, una inmigrante italiana de 76 años.

La militarización de Chacao no resuelve la crisis ni el descontento de los venezolanos. Estaremos en vigilia para exigir que este despliegue no vulnere los derechos humanos ni las garantías constitucionales”, advirtió Ramón Muchacho, alcalde opositor del municipio “liberado” y habitual blanco de los ataques de Maduro.

“Van a tener que sacar a 60 millones de militares para sacarnos de las calles”, desafió por su parte Juan Requesens, uno de los principales dirigentes estudiantiles. Este líder de la Universidad Central de Venezuela, el centro público más importante del país, participa en un encuentro nacional con otros cabecillas universitarios para definir la “agenda estudiantil” para las próximas horas.

Y así fue: el paso de las horas fue ayudando a perder el miedo. Primero llegó un grupo de estudiantes, muy jóvenes, al grito de “guardias, hermanos, nosotros también por ti luchamos”.

Más tarde, un grupo de madres, protegidas por rosarios y por sus oraciones.

Vecinos en calles colindantes aparecían por los balcones. También bajaron hasta la calle. “Fuera la bota militar”, gritaba uno de ellos. Otro grupo se animó a acercarse a la plaza militarizada.

En pocos minutos, cientos de personas entonaban el himno nacional, dirigido a los guardias nacionales. Anoche, en Altamira se respiraban aires inconformes. Las pancartas sustituían al miedo.

Los manifestantes protagonizaban una auténtica rebelión ciudadana contra la militarización: cientos de personas gritaban en las calles, sonaban bocinazos y cacerolas, pese al gigantesco despliegue militar y policial.

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