Los sin papeles

En Estados Unidos viven 41.7 millones de extranjeros. El 28% –unos 12 millones– son inmigrantes sin papeles. Con las elecciones legislativas acercándose y la comunidad latina frustrada por la falta de progreso en la legalización , la reforma de las leyes migratorias se está convirtiendo en el punto clave de la presidencia de Obama. El apoyo por parte de los hispanos podría debilitarse si continúa sin cumplir una de sus principales promesas.

La reforma se parece a la estrategia del palo y la zanahoria. Los palos consisten en reforzar las fronteras estadounidenses y sancionar económicamente a empleadores que contraten a indocumentados. Las zanahorias sería agilizar los trámites de entrada de inmigrantes legales y abrir una vía para que los ilegales puedan acceder a la legalización. Políticos de todos los partidos, además de los propios inmigrantes, reclaman la reforma.

El número de inmigrantes sin papeles se ha disparado desde 1990, cuando apenas había 3.5 millones en todo el país. Actualmente el 52% de los indocumentados son mexicanos: la frontera que cruzan en busca de oportunidades es la misma que, exportando rifles e importando cocaína, hunde a México en una espiral de muerte. Al aumento de indocumentados se añade la hostilidad con que son recibidos. Siguiendo el ejemplo de Arizona, otros estados han adoptado leyes discriminatorias para limitar su presencia.

Obama no tiene las manos limpias en la discriminación. En abril, batirá un récord histórico en deportaciones de indocumentados: dos millones desde el inicio de su presidencia. Detrás de estas cifras hay historias tristes y dolorosas: el 25% de deportados es padre o madre de niños que ya son ciudadanos americanos.

Ante la gravedad de la situación, el Consejo Nacional de la Raza, calificó a Obama como “deportador en jefe”. La respuesta del presidente no se ha hecho esperar, calificándose como “campeón en jefe de la reforma migratoria”. Aunque no lo es, sus rivales hacen que lo parezca.

Muchos republicanos se muestran incapaces de adaptar su discurso a las exigencias de un electorado cada vez más diverso. El partido permanece anquilosado en una retórica orientada exclusivamente al votante blanco masculino.

Parte del problema lo es el Tea Party, núcleo duro y militante del partido republicano que ha puesto sus esperanzas en senadores como Ted Cruz, quien insiste en limitar el acceso de inmigrantes indocumentados a cualquier beneficio social.

El peso del Tea Party en el Congreso arrastra a los republicanos más moderados A esto se une el recelo que ha suscitado entre la oposición el último discurso del Estado de la Unión. En él, Obama amenazó con ignorar al legislativo si se limita a entorpecer sus iniciativas. El resultado es una Cámara Baja convertida en el principal obstáculo de la reforma migratoria.

En este tema los republicanos tienen un oscuro futuro. Los demócratas han contado con el respaldo casi unánime de los afroamericanos desde que Johnson aprobó la Ley de Derechos Civiles. Los republicanos respondieron apropiándose de los votantes blancos del sur, conservadores y, anteriormente, demócratas.

El voto latino va camino de seguir al afroamericano (un 66% de los hispanos votó por Obama en 2008; en 2012 un 75%) sin que el partido republicano se abra a nuevas bases capaces de suplir su desventaja electoral. Si esperan hacerse con el voto hispano, los republicanos tendrán que renovar su discurso. Obama debe cumplir sus compromisos electorales.

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