Gramática Márquez

Los avances hacen que las recomendaciones de las academias de la lengua tengan cada vez menos peso

La cresta de la lengua

La muerte de Gabo nos dejó en soledad. Harto de lidiar con indeseables ges y jotas pidió ductilidad para la escritura. Hace ya años que lo hizo y nada cambió para mejor. Gabo no era visionario sino escritor. Los que escribimos sabemos lo que quería decir.

Hay ortografías inútiles. Dejar al que escribe que decida si la palabra “guion” se pronuncia con una sílaba o dos para, según así sea, marcarlo gráficamente es una inocentada. Se parte del error de que cualquier hablante tiene esa capacidad natural. No se cuenta con que nuestro conocimiento de la lengua, por la forma cómo se desarrolla, pertenece al subconsciente.

Gabo se revelaba contra la complejidad innecesaria de la representación escrita: le distraía al escribir. Detestaba la ortografía actual, la veía como una pesada armadura, un disfraz, un aguijón paralizante. Hoy, para bien o para mal, el presente y futuro de la lengua ya se ha trazado, y está más en poder de la industria tecnológica que en cualquier otro poder. La tecnología escuchó a Gabo.

La discusión de por dónde achicar el agua (o la tinta, que es más certero) ya no pasa por quitar haches o unificar bes y uves: ya es tarde para eso. No se puede esperar a la ignorancia; por ello, a partir de la inmediatez de lo necesario: escribir un mensaje en el teléfono, o en cualquier otro medio, la tecnología se lanza a hacerle la vida más seductora al consumidor, que es quien paga.

La creación de algoritmos que predicen la escritura a partir de su habitualidad nos adelanta el pensamiento y nos da opciones en formato de palabra completa, lo que incluye tildes, haches y fruslerías varias. Esto ha simplificado de raíz el texto escrito en su apariencia ornamental. De paso, ha acabado con las simplificaciones asilvestradas surgidas de la economía de representación.

Todo no está hecho todavía pues el teclista en los casos de doble elección debe aún deliberar por cuál decidirse. Por ejemplo, en la frase que acabamos de escribir se pondrá a nuestra disposición “cual” y “cuál”. El teclista debe saber elegir. No es como en el caso de “elegir”, en que nunca se nos presentará “elejir” con jota.

Que la escritura se va a empobrecer es indiscutible, pero eso ya está previsto por razones independientes. No se le va a poder achacar al sistema de “palabras predecibles”. Tampoco será muy útil para escribir poesía. Pero se podrá innovar con tan solo escoger lo más contradictorio. Al fin y al cabo es un tipo de desviación de los estímulos persistentes, que diría Carlos Bousoño.

Estos avances hacen que las recomendaciones de las academias de la lengua tengan cada vez menos peso. Por más que se quiera presentar la letra “eñe” como símbolo independiente, no se va a cambiar la tecnología. Y la “ñ” se seguirá escribiendo a partir de la “n” como la “é” con tilde se escribe a partir de la “e”. La falsa creencia de que la “ñ” es un tipo de “n” arraigará aún más. Algo tendrá que incorporar la educación para frenar los efectos indeseables de esta tecnología utilitaria.

Todos, por ello, somos responsables de llamar la atención sobre los hechos y contribuir a sus soluciones. Gabo así quiso hacerlo; no como gramático, que no lo era, sino como ciudadano de Macondo. En su memoria escribimos. Por todo lo que nos hizo disfrutar, incluso con “haches”, “ges” y “jotas” arrebujadas.

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