Decisión difícil para Julian Castro

El alcalde San Antonio debe medir el impacto político de sumarse al Gabinete de Obama como Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano

Julián Castro. Getty Images

Julián Castro. Getty Images Crédito: Getty Images

Demócratas

En la comunidad latina, ser una figura pública lo convierte a uno en propiedad pública.

Esto se aplica particularmente al caso de una estrella política mexicoamericana, que fue invitado a tener reuniones en la Casa Blanca, apareció en eventos con ex presidentes, pronunció el discurso principal en la Convención Demócrata de 2012, firmó un contrato para escribir sus memorias, y cuyo nombre ha surgido como potencial primer presidente latino.

Cuando se es Julián Castro, los grandes sueños y las altas expectativas vienen con el territorio.

Pero también lo hacen los consejos no solicitados. Parece que todos los latinos del país tienen una opinión sobre si el alcalde de San Antonio, que tiene 39 años, debe convertirse o no en Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano. Castro o bien está dando un paso hábil en su carrera o está dañando su futuro político.

No lo puedo decidir. Conozco a Castro hace tiempo y, en general, me alegro cuando un amigo obtiene un nuevo trabajo. Ahora me siento ambivalente. Parece que lo mismo les está ocurriendo a otros mexicoamericanos en el sudoeste, muchos de los cuales sienten un vínculo emocional con Castro.

En un bando, están los que ven esto como una promoción para figurar en la escena nacional, colocando a un posible candidato a vicepresidente en un papel en que viajará por el país y llamará la atención de Hillary Clinton o del que resulte ser el nominado demócrata para 2016.

En una entrevista con CNN, Henry Cisneros —que fue también alcalde de San Antonio y Secretario de Vivienda en el ámbito nacional— sugirió que mudarse a Washington podría facilitar el salto de su protegido a una fórmula presidencial para “convertirse en un talento de calibre nacional”.

Además, en la política las novedades se gastan. Pronto, los electores lo miran a uno con cinismo o hasta desprecio.

“No puede ser alcalde para siempre sin meterse en problemas”, dijo Cisneros.

Es cierto. Si uno es un funcionario electo, y desea mantener su historial limpio y su imagen impecable, no debe permanecer demasiado tiempo en medio de las duras rencillas políticas del Gobierno de una ciudad grande. En ese terreno, uno se hace enemigos y atrae críticas.

Castro se habría presentado para su reelección el año próximo y habría ganado otro período de dos años. Tras completarlo, habría abandonado su cargo en junio de 2017. Para ese momento, habría perdido muchas oportunidades. A pesar de las exageraciones de los medios de la Costa Este sobre la manera en que un par de demócratas —la candidata a la gobernación, Wendy Davis, y a la vicegobernatura, Leticia Van de Putte— están tornando el estado de Texas azul, las encuestas indican que es probable que ambas pierdan la contienda. Si Castro se quedara en Texas, su actuación política podría tener los días contados.

Sin embargo, existe otra línea de pensamiento. Este argumento sostiene que incorporarse al gabinete significa pasar la mayor parte del tiempo en Washington, lejos de las preocupaciones cotidianas de la mayoría de los estadounidenses. Castro podría encontrarse pronto incapaz de conectarse con los electores de su estado de Texas, lo que dificultaría el reinicio de una carrera política, una vez finalizado el trabajo en Vivienda.

También, algunos seguidores de Castro consideran que pasar de un puesto en el gabinete a una fórmula nacional es un camino largo e incierto. La escena política nacional no solo crea carreras. También las destruye.

Finalmente, servir en el gabinete significa defender al Presidente que lo colocó a uno allí, y la relación de Barack Obama con los latinos es incierta, debido al número récord de deportaciones de inmigrantes ilegales. Según una reciente encuesta del Pew Hispanic Center’s Hispanic Trends Project, desde la elección de 2012, la tasa de aprobación de Obama con los latinos ha caído de un 73% a un 54%. La encuesta también halló que, si las deportaciones prosiguen a la tasa actual, una porción significativa de hispanos —el 34%— echará la culpa a Obama y los demócratas.

El mes pasado, en un evento en la Biblioteca Presidencial Lyndon B. Johnson, en Austin, Castro se declaró “no cómodo con el número de deportaciones” y expresó su esperanza de que Obama utilice su autoridad ejecutiva para aminorar el ritmo de las remociones —algo que el Presidente se ha negado a hacer. Si Castro entra en el gabinete, sus críticas públicasal Gobierno se acabarán. Aún así, podemos esperar que las protestas airadas de los activistas que defienden los intereses de los inmigrantes continúen.

Mi abuelo mexicano solía decir: “Dime con quien andas y te diré quién eres”.

Si Julián Castro profundiza su asociación con Obama, ¿cómo se sentirán sus seguidores latinos? Respuesta: Como yo me siento ahora —ambivalente.

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