La nueva máquina

Alemania flota como lo hace la imaginación. Su exhibición de poderío sobre el anfitrión Brasil es la demostración de los nuevos tiempos en el balompié: mientras la Verdeamarela decidió olvidarse de su pasado para mecanizar su juego, los habituales dueños del músculo dieron tregua al físicoconstructivismo a cambio de abrir la puerta a la poderosa sutileza del talento y el resultado es el 7-1 con el cual los alemanes se instalaron en la final de la Copa del Mundo.

Esta inscripción del vigoroso equipo europeo resulta una bocanada de aire esperanzador en beneficio del fútbol lúdico, aquel donde la premisa es el pase constante hasta llegar al gol, el mismo que Brasil encumbró durante décadas, pero se ha empeñado en dejar atrás justo cuando otros lo han adoptado y enraizado en sus campos juveniles.

La Alemania construida por Joachim Löw desde 2006 ha alcanzado su punto más fulgurante tras el difícil proceso transformador emprendido en una nación acostumbrada a una base de futbolistas más parecidos a un bulldozer, con la cual habían conquistado ya tres títulos mundiales.

Löw dio continuidad a la visión de Jurgen Klinsmann, hoy técnico de la selección de los Estados Unidos, de quien fue auxiliar en 2004 y heredó el puesto tras la Copa del Mundo de Alemania. Klinsmann lo había buscado para ayudarle en el cambio de rumbo de la selección teutona: deseaba más ligereza, velocidad y creatividad. Mayor apego por el balón y los espacios a construir a través del pase y la imaginación.

Y la transformación se ha conseguido. Los niños alemanes ya tienen otros referentes. Futbolistas como Thomas Müller, no en vano apodado el ‘Intérprete del espacio’, Bastian Schweinsteiger, como lúcido líder de la zona medular, el mago Mesut Özil, el incansable y visionario Toni Kroos, el alucinante Philipp Lahm o el imponente e infranqueable Mats Hummels son los nuevos referentes e intérpretes de un fútbol progresista en el país de mayor avanzada.

Alemania presume sus líneas repletas de jugadores dinámicos y efectivos. De hecho, tan completo es en estructura que su principal zaguero y el iniciador de sus ataques es Manuel Neuer, un líbero vuelto arquero o viceversa, el mejor portero del planeta y, por supuesto, de la Copa del Mundo.

Si esta selección no rebosa de títulos en sus vitrinas es porque en el camino de su metamorfosis se encontró con otro combinado de vanguardia: la España concebida por Luis Aragonés y consolidada por Vicente del Bosque, campeona del mundo y mejor equipo del orbe desde 2008 hasta este 2014, cuando sucumbió al tiempo y a la monotonía de ganar.

De hecho, Löw es un admirador confeso del fútbol español. Viajero frecuente a los campos de entrenamiento del Barcelona, sobre todo en su época brillante con Pep Guardiola en el banquillo, hoy técnico del Bayern Múnich, son innumerables las ocasiones en las cuales el estratega del ‘Mannschaft’ (equipo, en alemán) ha manifestado su gusto por el estilo bautizado y registrado por los españoles como ‘el tiki-taka’.

Ignoro cuál sea el equivalente en alemán, si éste existe, del término tiki-taka, pero lo justo es reconocer el éxito en la obra de Löw. Alemania goleó a Brasil porque ha hecho suyo el romántico pensamiento de aquella tesis defensora de que mientras mejor se juegue se está más cerca de alcanzar el resultado.

Porque Alemania no es sólo toque. También es presión. De hecho, esta parte es donde comienza la receta del éxito. La querencia y posesión del balón es inexplicable si no se accede a la pelota. Alemania no es como el Brasil, la Holanda o la Argentina de hoy en día. Los teutones desean la pelota, presionan en campo rival para tenerla y luego se la pasan con gusto unos a otros hasta encontrar el espacio para ser frontal.

Esta ideología ha permitido a Miroslav Klose ser leyenda viva del fútbol. Con la receta de Löw, el delantero alemán ha capitalizado, hasta ahora, 11 goles en tres Mundiales, que sumados a los cinco conseguidos en la Copa de 2002 lo encumbran como mayor romperredes en la historia del máximo torneo futbolístico.

Alemania es elegante y precisa con Özil, Müller y Göetze (un lujo de relevo) y asfixiante con Schweinsteiger, Khedira, Hummels y Kross. Una nueva máquina en busca de su cuarto campeonato mundial, título que no consigue desde 1990, cuando aún presumía de ese fútbol vertical y físicamente demoledor. Era la época de la división panzer, la del estilo que regaló tantos triunfos como derrotas dolorosas (cuatro subcampeonatos).

El domingo Alemania intentará coronar su nueva identidad. Es el paso que resta para culminar su exitosa transformación y enviar el mensaje acerca del camino correcto a seguir, tal y como sucedió con España tras ganar el Mundial de 2010. El fútbol está en deuda con esta selección porque reafirma la idea de que al balón se le debe querer, no apartar y éste debe jugarse al ras del césped, no en las alturas como si se tratase de piedras al vuelo.

El 7-1 sobre Brasil es la lección más cruel en la historia del fútbol. Un castigo fortísimo sobre una selección que hizo del juego su alma, su motivo para reír, bailar y soñar, pero como decía el recién fallecido Alfredo Di Stéfano: “El balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto; así que hay que echar el balón a la hierba”. Esto lo olvidó y desterró la Verdeamarela desde hace ya varios años; no así la Alemania, primero de Klinsmann y ahora de Joachim Löw. Por ello el domingo buscará levantar el trofeo FIFA de campeón del mundo.

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