A los 100 años se hace ciudadana

Una mujer nicaragüense jura lealtad a su país adoptivo; ahora quiere votar

Leticia Muñoz, de origen nicaragüense, obtuvo su ciudadanía  luego de varios intentos.

Leticia Muñoz, de origen nicaragüense, obtuvo su ciudadanía luego de varios intentos. Crédito: <copyrite>La Opinión - </copyrite><person>Maria Peña< / person>

WASHINGTON, D.C.— Acompañada por cuatro generaciones de su familia, Doña Leticia Muñoz celebró ayer sus 100 años de vida con un “regalo” especial: después de casi tres décadas en este país, finalmente se convierte en ciudadana estadounidense.

Muñoz, nacida en un hogar humilde en Nicaragua (1914), hace parte de un grupo de 30 inmigrantes que durante una ceremonia en Baltimore (Maryland) jura lealtad a este su país adoptivo, mostrando que nunca es tarde para cumplir un sueño.

Lo hace —dice— por la libertad que brinda EEUU y porque quiere votar.

“Me vine acá para ayudarle a mi hija con su niña. Llegué primero a Los Ángeles y después me vine para esta área… estoy muy contenta, muy agradecida con la oficina de Inmigración, y por supuesto que quiero votar”, dijo Muñoz, en una entrevista con La Opinión y puntualizando sus frases con una sonrisa.

Gracias a una ley que favorece a ancianos que llevan muchos años en EEUU, Muñoz pasó la prueba de ciudadanía en español este año, en su tercer intento desde la década de 1990.

“Me preguntaron cinco preguntas y las contesté todas… estoy muy contenta”, subraya.

“Tita”, como le llaman sus tres bisnietos, camina erguida, sonríe mucho y, sobre todo, muestra una envidiable lucidez al llegar al siglo de vida: recuerda versos del poeta nicaragüense Rubén Darío, su infancia y juventud en las calles de Managua, y su aventura como pequeña empresaria en El Salvador, donde nació su madre y donde ella vivió buena parte de su vida adulta.

Agraciada por buenos genes —ha sobrevivido a sus ocho hermanos— Muñoz ha sido testigo de terremotos y guerras, de carencias y oportunidades, y asegura que sus momentos más felices los vivió en Nicaragua.

Su pequeña casa en Germantown (Maryland), a 50 kilómetros de la capital estadounidense, está repleta de fotos de su hija, su nieta y sus bisnietos, y también fotos en blanco y negro de su juventud en El Salvador.

Allí llegó de adolescente, trabajó durante años en la cervecería La Constancia, y luego estableció su propia tienda de alimentos.

La nostalgia la transporta a los días en que, muy joven, descubrió su pasión por la costura, vocación que continuó en El Salvador y que, según afirmó, continuaría ahora, si la vista no le fallara.

En el armario de su habitación, cuelgan algunos de los vestidos que cosió para marcar hitos en la vida de su nieta: un vestido de chifón para la primera comunión, otro para su graduación de secundaria, y hasta su vestido de novia.

Bajo el cuidado de su yerno, Lawrence Ward, con quien se entiende a señas porque nunca aprendió a hablar inglés, Muñoz pasa el día caminando en su vecindario, leyendo la biblia, o admirando su jardín desde una mecedora.

De vez en cuando, Muñoz prepara sus platos favoritos de la cocina nicaragüense, incluyendo el “gallo pinto” (arroz mezclado con frijoles), el “pinolillo” (refresco a base de maíz molido), o plátanos cocidos con queso. Su única hija, María Antonieta Ward, de 65 años, la enfunda en un abrazo y, tras secarse lágrimas de alegría, asegura que su madre es la “roca” de la familia.

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