Comercio subterráneo por invitación

Algunos son restaurantes clandestinos en los que sólo pueden entrar personas conocidas

En El Bronx hay restaurantes clandestinos donde la comida es auténtica,  como la cocinada en casa   de la abuela.

En El Bronx hay restaurantes clandestinos donde la comida es auténtica, como la cocinada en casa de la abuela. Crédito: <copyrite>gerardo romo </copyrite><person>< / person>

Parte del empoderamiento económico de los ecuatorianos en El Bronx procede del comercio informal, un terreno en el que sólo se entra con invitación.

En las inmediaciones de la Avenida Strafford, ocultos entre edificios de vivienda y calles vibrantes, operan pequeños restaurantes clandestinos en departamentos de familias trabajadoras.

Las puertas están entreabiertas, dejando escapar un incitante olor a comida casera. Los boleros o cumbias emanan de los radios a un volumen discreto. A primera vista parece una modesta celebración familiar, pero algunos sitios están marcados con una pequeña bandera ecuatoriana que avisa a los clientes del servicio.

Al visitar un restaurante clandestino a unos pies del tren 6, los detalles del negocio se revelan de inmediato. El guía pregunta por Doña Meche, una popular cocinera que guisa platos costeños en el vecindario desde hace 34 años.

“Aquí sólo se reciben a los conocidos”, contó el guía. “Si alguien sospechoso quiere entrar, se le avisa que esta es una fiesta familiar. Es una buena forma de evadir a la Policía y a Sanidad”.

En el interior, cuatro mesas decoradas con manteles amarillos y cubierta plástica están distribuidas en una pequeña habitación decorada con espejos, banderas ecuatorianas y artesanía de la costa.

Al fondo hay una cocina atiborrada de cacerolas y trastos. El vapor de los guisos vence el aire fresco del ventilador. Una mujer madura, vestida con delantal blanco, acude a ofrecer el menú especial.

“Hoy tenemos encebollado de pescado a $15 el plato”, dice con una sonrisa. Doña Meche, de unos 70 años, se apresura a limpiar la mesa y ofrece soda o ‘Quaker’, una bebida espesa de maracuyá, jugo de frutas, avena y especias.

Las cuatro mesas están ocupadas por familias y trabajadores de la construcción. Afuera, en el pasillo, hay un portero pendiente de quien entra al lugar.

“En una sola cuadra se puede hallar hasta tres restaurantes clandestinos, todos de la sierra y de la costa. Las familias se ahorran los impuestos y las multas. No tienen opción”, dice el guía. “Todos nos conocemos, somos una familia grande y estos restaurantes son como la cocina de la abuela”

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