Guadalupana ya no es sinónimo de activismo para jóvenes mexicanos

El cambio de actitud respecto a la "Tonantzin" resume la experiencia de dos generaciones muy distintas

Los participantes del recorrido se van pasando de mano en mano la antorcha..

Los participantes del recorrido se van pasando de mano en mano la antorcha.. Crédito: <copyrite>Archivo ED.</copyrite><person>Gerardo Romo< / person>

Nueva York — Aferrada a su máximo símbolo nacional y religioso, la primera generación de inmigrantes mexicanos en Nueva York encontró cohesión, consuelo y pertenencia en la Virgen de Guadalupe, que pasó a convertirse en símbolo de lucha de estos inmigrantes. Sin embargo, los mexicanos nacidos o criados en la ciudad y los activistas ‘dreamers’ abandonaron el manto guadalupano.

El cambio de actitud respecto a la “Tonantzin” (‘nuestra madre venerada’ en Náhuatl) resume la experiencia de dos generaciones muy distintas.

La mexicana Rosa María Téllez (45), quien emigró a Nueva York a principios de los ochenta, recuerda que para entonces los sacerdotes no comprendían la veneración por la Patrona de México.

“Desde mi cocina pude ver a mi gente congregada frente a las puertas cerradas de la iglesia Blessed Sacrament en la víspera del 12 de diciembre”, recordó Téllez, residente de Jackson Heights por dos décadas. “El cura desconocía la tradición de orar y cantar a nuestra madre hasta el amanecer, pero aún sin iglesia fuimos felices porque nos hicimos comunidad”.

Sin espacios de culto, las familias acudían de casa en casa con una imagen de la Virgen Morena, una peregrinación de barrio que pronto se convirtió en defensa de los derechos laborales y civiles.

“Entre rezos nos enterábamos del abuso y la discriminación que sufríamos, y tomamos a la Guadalupana como estandarte para organizarnos y defendernos”, explicó. “En nuestra invisibilidad la fe nos dio esperanza y vimos en la virgen a nuestra protectora”.

Para esta comunidad, el Guadalupanismo no es representación de la iglesia católica sino de la manifestación más profunda de la mexicanidad y de la autodefensa.

“Ser guadalupanos es sentir orgullo de nuestras raíces”, dijo Téllez, quien participa en la carrera de la Antorcha Guadalupana, que reclama la reforma migratoria, desde su primera edición en 2001. “Las batallas de los primeros inmigrantes mexicanos no las pelearon los curas o los clérigos de alto nivel, fuimos nosotros mismos amparados por la virgen”.

Téllez recuerda que en las primeras carreras de la Antorcha Guadalupana, muchos de los corredores eran inmigrantes con pocos días de cruzar la frontera que hacían el recorrido en agradecimiento por salvar la vida y esquivar a ‘la migra’.

Años después la tradicional carrera, organizada por la Asociación Tepeyac, creció en magnitud al igual que la comunidad mexicana. No así la feligresía católica latina.

Algunos sacerdotes no están interesados en las necesidades espirituales y de justicia de sus fieles, tal vez por eso hay menos católicos“, opinó Téllez, cuya madre se convirtió en testigo de Jehová. “Pero la fe guadalupana nos mantiene unidos en nuestras luchas, como una reforma migratoria incluyente”.

Sin embargo, muchos jóvenes nacidos o criados en Nueva York se desvincularon del Guadalupismo de sus padres y se abstienen de un estandarte religioso en sus movilizaciones.

El temor de los primeros inmigrantes mexicanos se reflejaba en las misas dominicales, sentados en las últimas bancas de las iglesias ocultos en las sombras; pero sus hijos, con un nivel de educación superior, son más desafiantes.

Marcos Saavedra (24), quien emigró con sus padres a Nueva York en 1990 cuando tenía tres años, es uno de los nueve jóvenes (Dream 9) que el año pasado encararon a las autoridades migratorias cruzando la frontera con México para protestar contra la política de deportación. Su osadía le valió varios días en aislamiento en un centro de detención, antes de regresar a su hogar en el sur de El Bronx.

“A nuestros padres debemos importantes sacrificios, pero mi generación fue educada en este país y se niega a llevar en sus hombros un trato de ciudadano de segunda clase”, sentenció. “No asociamos la justicia social con la religión”.

Saavedra explicó que los soñadores mexicanos no están arraigados al Guadalupismo porque éstos fundamentan sus convicciones en su historia personal y no en la creencia colectiva.

“Los nuevos activistas hablan por ellos, su activismo es su voz, es más individualista. El activista se define a sí mismo”, explicó. “En la fe guadalupana generalmente hay un líder que habla por su comunidad”.

Marcos, de padres pentecostales, dijo que el Guadalupismo enseña el sentido de comunidad, pero los jóvenes mexicanos prefieren un discurso sin tintes conservadores.

Mientras los estudiantes sin estatus legal buscan un alivio migratorio que también beneficie a sus padres, los nacidos en el país encuentran su motivación en la aprobación del matrimonio gay o en la garantía de los derechos reproductivos de la mujer, temas chocantes para los guadalupanos más tradicionalistas.

Saavedra, quien trabaja en el restaurante de sus padres en Mott Haven, es un firme defensor de una reforma migratoria incluyente. El joven asegura que el Dream Act sólo garantizaría privilegios a un mínimo porcentaje de los inmigrantes sin estatus legal, y que la Acción Diferida (DACA) es un triunfo pero también un hueco entre generaciones de mexicanos, porque sólo los soñadores se benefician.

“En una década nuestros padres serán ancianos, el nuevo rostro de la comunidad mexicana son los hijos de los inmigrantes”, dijo. “Soy oaxaqueño, pero no hablo el mixteco, el primer idioma de mis padres. Nuestra identidad va más allá que el Guadalupismo y se está diluyendo”.

La doctora en antropología Alyshia Gálvez, del Instituto de Estudios Mexicanos y autora del libro “Guadalupe in New York”, destaca que la Virgen Morena como estandarte de lucha social tuvo su auge en la Gran Manzana en la década de los noventa hasta 2005.

Inmigrantes, principalmente de zonas rurales de México, desarrollaron formas de organización colectiva -comités guadalupanos- para la defensa de sus derechos, pero también para reafirmar su identidad.

“Sus objetivos eran muy concretos: derechos de inmigración, servicios sociales, equidad, participación política y poder económico”, explicó Gálvez. “Los jóvenes activistas de hoy fueron los niños que acompañaron a sus padres a las reuniones guadalupanas. Ahí empezó su formación, fue el terreno fértil para la semilla que dio continuidad a la lucha”.

La estudiosa comentó que muchos de los chicos nacidos en el país tienen una idea romántica de las pericias de sus padres inmigrantes sin estatus legal.

“No se dan suficiente cuenta de sus carencias, necesidades y limitaciones”, destacó. “No hay una crisis de fe, pero tampoco comparten el profundo apego a la virgen de Guadalupe en el terreno del activismo”

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