Gentrifición amenaza a organizaciones comunitarias y pequeños negocios

Los negocios icónicos y las organizaciones comunitarias de los vecindarios impactados por el fenómeno conocido como gentrificación, o desplazamiento, están en riesgo de cierre o fueron obligados a abandonar los edificios que ocuparon por décadas ante el incremento de los alquileres y nuevos residentes que no demandan sus servicios.

Nueva York— Los negocios icónicos y las organizaciones comunitarias de los vecindarios impactados por el fenómeno conocido como gentrificación, o desplazamiento, están en riesgo de cierre o fueron obligados a abandonar los edificios que ocuparon por décadas ante el incremento de los alquileres y nuevos residentes que no demandan sus servicios.

La infancia del puertorriqueño Jorge Vargas (68) aconteció entre amuletos y santos piadosos en la botánica de su padre Justo Vargas, un vendedor ambulante que desafío las penurias de la Gran Depresión transitando las calles de El Barrio con un maletín repleto de rosarios y medallas que prometían la protección divina.

La historia de la Botánica Justo comenzó en 1930, cuando su propietario se ganó la fidelidad de los primeros residentes puertorriqueños de East Harlem y logró establecer un próspero negocio en la calle 103 y la Avenida Lexington.

En 1954, Jorge Vargas heredó la botánica que se consolidó como un emblema de la fe latina, pero en noviembre de 2013, ni San Martín Caballero con su espada portentosa pudo ampararlo del desplazamiento. Para entonces, el dueño del edificio expulsó a unos ochos pequeños negocios durante la renovación del contrato de arrendamiento.

“Servir a la comunidad por más de 80 años no fue suficiente para conservar el local de toda la vida”, se lamentó.

Vargas contó que el casero le dio un mes para reubicar la botánica, que ahora está situada en entre las calles 106 y 107. Pero el alto coste de la renta es sólo un rostro de la gentrificación. Los residentes recién llegados de El Barrio no compran en la Botánica Justo.

“Ofrezco esperanza, pero los nuevos vecinos tiene otra forma de creer”, dijo refiriéndose a los universitarios y los trabajadores de raza blanca de altos ingresos. “Mis clientes son los de años atrás. Las caras nuevas son pocas en esta tienda”.

Las grandes cadenas están sustituyendo la dinámica latina de los pequeños negocios que caracteriza a El Barrio. Una sucursal de la cadena 7-Eleven está por abrir en el espacio que ocupó la Botánica Justo, pero la primera tienda de la trasnacional en el vecindario abrió en noviembre pasado en la calle 116 y la Segunda Avenida.

El vendedor de calle Israel Ramírez dice que es notoria la disparidad entre los clientes del 7-Eleven y los negocios tradicionales. Oficiales de policía y estudiantes optan por la cadena, mientras que trabajadores de escasos ingresos eligen las bodegas.

“Pagar más de dos dólares por un café es un lujo que muchos prefieren no darse”, dijo Ramírez. “El 7-Eleven es una alacena de comida rápida. Sus productos no son los que buscan las familias hispanas”.

El escenario de los pequeños negocios de El Barrio es similar para el centro comunitario Fort Greene Council en Brooklyn. El lugar establecido hace 43 años en 966 de la calle Fulton, que provee servicios para ancianos y jóvenes, podría perder su edificio de cuatros pisos ante el alto coste del alquiler.

Según el Departamento de Servicios Administrativos, el propietario del sitio, PV Associates, recibe unos $530.000 anuales en renta. La Ciudad encara dificultadas para financiar el arrendamiento pese a que está por debajo de la tasa de mercado para propiedades similares en la zona.

Un portavoz de la agencia dijo que las negociaciones con el propietario para concretar el contrato de renovación están en curso, pero hasta ahora no hay un acuerdo.

Fort Greene brinda programas a 120 niños y jóvenes de entre 2 a 13 años y a 80 ancianos, la mayoría afroamericanos.  La venezolana Lida Wickham, quien acude al centro comunitario hace ocho años, dijo que los ancianos latinos se mudaron del área al no poder pagar la subida del alquiler.

“Vivo en este vecindario desde 1971 y puedo contar como las bodegas cerraron y sus locales fueron ocupados por los restaurantes gourmet y los grandes supermercados”, apuntó. “Los apartamentos modestos desaparecieron para dar paso a los condominios de lujo”.

Wickham dijo que sólo quedan unos diez ancianos hispanos en Fort Greene. El dominicano Víctor Rodríguez, quien emigró hace dos años de su país, comentó como los precios de la comida se incrementaron en corto tiempo.

“Cuando recién llegué podía comprar una soda por un dólar. Hoy es imposible encontrar una bebida así de barata”, dijo.

Fort Greene es financiado por varias agencias de la Ciudad, como el Departamento para las Personas Mayores, la Administración de Servicios para Niños y el Departamento de Juventud y Desarrollo Comunitario. El lugar es famoso por su club Jazz 966 y sus programas de teatro y arte.

Claudette Macey, directora del centro comunitario, dijo a El Diario que el contrato de arrendamiento expira en septiembre, pero el propietario está recibiendo ofertas para el edificio y amenaza con arrendar a un mejor postor.

El centro para ancianos más cercano está en la Avenida Atlantic, a 30 minutos del área en transporte público.

“Camino a Fort Green, pero si lo cierran, tendría que pagar MetroCard para ir a otro sitio. No es un gasto que puedo hacer con el mínimo ingreso de mi retiro”, dijo Lida Wickham. “Nos estarían confinando a nuestros apartamentos a una vida de soledad”.

Otros centros comunitarios de Brooklyn están enfrascados en la misma lucha. Es el caso de Swinging Sixties Center y Small World Daycare and Learning Center, en Williamsburg, que buscan sobrevivir al incremento de renta luego de que un nuevo propietario adquiriera el edificio.

El asambleísta Joe Lentol (D-Williamsburg) está impulsando una ley que permitiría a la Ciudad para tomar posesión de un edificio donde una organización ha pagado la renta desde la década de 1970.

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