Historias que piden justicia en San Quintín

Los campesinos no reciben beneficios y ganan 10 dólares al día

Jornaleros de San Quintín durante un foro de solidaridad del sindicato magisterial en la Ciudad de México.

Jornaleros de San Quintín durante un foro de solidaridad del sindicato magisterial en la Ciudad de México. Crédito: Gardenia Mendoza | Impremedia.

México
Hace casi una semana que un grupo los jornaleros de San Quintín, Baja California, está dando vueltas por la Ciudad de México. Los trabajadores han visitado desde el Senado a la Comisión Nacional de Derechos Humanos; de estaciones de radio a entrevistas de prensa y foros sindicales que prometen ayuda al movimiento de miles de campesinos que estalló en huelga desde el 25 de octubre pasado.
“Vamos a tener justicia”, repiten una y otra vez.
Están en rebeldía por trabajar para 25 poderosas compañías agrícolas sin seguro médico ni prestaciones sociales por un salario de 10 dólares al día; en jornadas de 12 horas sin pago de horas extra.
Envalentonados, dejan a un lado su timidez de la provincia sureña del país –la mayoría proviene de zonas indígenas de Oaxaca y Guerrero- y abren sus vidas al público porque el próximo 24 de abril volverán a la mesa de negociaciones con los patrones y el mundo debe conocer “quiénes somos”.

Según Encuesta Nacional Jornalera 2009, las condiciones de San Quintín son la punta del iceberg de dos millones de personas en condiciones similares en 17 de los 32 estados del país, de Baja California a Chiapas; 60% de ellos migrantes indígenas del sur del país cuyos representantes volverán este 24 de abril a la mesa de negociaciones.

“Nos rociaban pesticidas”

Luis Alberto García, jornalero de San Quintín desde los ocho años.
Luis Alberto García, jornalero de San Quintín desde los ocho años.

El mundo era como un juego a los ocho años de Luis Alberto García, principalmente cuando se aproximaba la avioneta a bajo vuelo y el ruido de los motores hacía latir su corazón: era el aviso para echarse a correr.
Nadie era alertado previamente, pero los campesinos que trabajaban en los plantíos de tomate del rancho Los Pinos–niños y adultos- sabían que había que era el momento de huir de esa agua amarilla que salía de la panza del pájaro de acero y que no era otra cosa que azufre o pesticida.
“Era amarillo y empapaba los tomates y a quien no corría a tiempo le caía arriba”, recuerda García, quien hoy tiene 30 años, con cierto aire de rencor porque en ese tiempo no sabía de las enfermedades que provocan los químicos: cáncer, hongos y otras que posteriormente presentaron hombres y mujeres sin lugar donde curarse.
“Casi ningún jornalero en San Quintín tiene seguro médico, ni edad para empezar a trabajar”.
Luis Alberto conoció la playa una mañana que el capataz lo montó a un camión junto con otros niños a quienes llevó a Cielito Lindo porque había una auditoria del gobierno contra el trabajo infantil y no quería que los viera.

“Gano 70 dólares a la semana; mis hijos necesitan 500 para la escuela”

Juventino Martínez, de 43 años, oriundo de Oaxaca.
Juventino Martínez, de 43 años, oriundo de Oaxaca.

A los 15 años, Juventino Martínez escuchó en Cañada de Galicia, una minúscula aldea de Oaxaca, que en Baja California había mucho trabajo como jornalero, no sólo tres meses de temporal como en el pueblo.
Era 1986 y sin pensarlo dos veces emigró miles de kilómetros al norte donde el dinero le rendía para sus caprichos de hombre de campo soltero, ya una cerveza, ya un pantalón, hasta que se casó y con tres hijos el salario se le hizo agua.
“Emigré varias veces a Estados Unidos para hacer mi casa pero siempre regresaba para estar con la familia y en algunas de esas idas y vueltas me agarró la migra. La última vez me llevó seis meses preso y dejé de ir”.
Entonces supo lo que era la miseria: “Gano dos salarios mínimos y mis hijos gastan más de la mitad y por eso me he tenido que endeudar”. Cuando su esposa trabajaba como jornalera era diferente, pero ahora tiene quistes y ya no puede.

“Sólo quiero vivir mejor”

Alex Herrera, de 38 años, oriundo de Morelos.
Alex Herrera, de 38 años, oriundo de Morelos.

Alex Herrera no entiende cómo él y sus compañeros se organizaron para hacer las protestas que despertaron al Valle de San Quintin. “ Trabajamos hasta 12 horas y sólo queda tiempo para regresar a casa, bañarse y dormir para el día siguiente”.
Herrera, de 38 años oriundo del estado de Morelos, suelta estas palabras y de pronto cae en cuenta. “Claro- dice- fue a la hora del almuerzo: nadie estaba conforme, todos nos quejábamos hasta que dijimos ‘vamos a hacer algo’”.

  • ¿Se arrepiente de haber emigrado a Baja California?- se le pregunta.
  • No, aquí conocí a mi esposa, también jornalera de Guerrero. Sólo quiero vivir mejor.

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