El legado de las bodegas dominicanas

La suya es otra historia de tenacidad y empeño, aún en los tiempos más difíciles

Setenta mil dólares, divididos en tres pagos. Eso fue lo que pagó Juan Soto, junto a dos socios, al adquirir un negocio que se convertiría en una de las primeras bodegas de El Bronx.
Con 21 años, Soto dejó su natal Santo Domingo para emprender una nueva vida en Nueva York. La fecha: 13 de enero de 1970.
Miguel López era el dueño de aquel negocio que decidió comprar. Corría noviembre de 1975, y tras arreglar los documentos, tenía en sus manos un próspero negocio, aunque no exento de dolores de cabeza e interminables noches de desvelo.
“S y N”, se llamó la bodega, por Soto y Novoa, y estaba ubicada en el 1579 de Watson y Manor.
¿Qué se vendía? Pues lo de siempre, recuerda el veterano bodeguero: cerveza, sodas, cigarrillos, comida para perros, mayonesa… que él supiera no había productos importados de la isla. Todo se limitaba a las necesidades más inmediatas del hogar.
Gusto de vida
El negocio duró 10 años en la familia. Creció y se transformó al ritmo del vecindario. Un lustro después, don Juan decidió venderla a otros parientes, ya que él había comprado otras dos bodegas. La única con la que cuenta es Grocery Corporation, ubicada en el 62 de Manhattan Avenue, esquina de la 103. No fue fácil, recuerda, siempre hubo altas y bajas. “Como decía mi papá, ahora se vive bien, donde él vivía no había ni agua… ahora aquí lo hay todo”, recordó.
Por “todo”, el bodeguero da fe que si se sabe administrar bien, los negocios dan más dinero, aunque las rentas son más altas.
No hay fórmulas para un negocio exitoso, pero una de las claves es el gusto por lo que se hace, expresó. Y algo muy preciado para él es la libertad, no ser empleado de nadie y responder a sus propios tiempos e intereses.
En la cumbre de la pirámide siempre estuvieron su esposa Altagracia y sus cinco hijos… pero confiesa que siempre tuvo miedo de que ellos estuvieran en la bodega, así que el trabajo duro dio sus frutos y todos fueron a la universidad. Los hijos del matrimonio Soto tienen entre 40 y 25 años y cuentan entre ellos a dos psicólogos.
Testigo del cambio
Don Juan Soto fue un testigo privilegiado del cambio de su vecindario. Recuerda que en la época que comenzó el negocio predominaban los afroamericanos y boricuas. “Tuve la suerte de estar en los proyectos (habitacionales) y aunque entonces no era muy bueno, uno se iba familiarizando. ¿Cómo iba a ser malo si donde vive gente siempre va a haber negocio?”, se cuestiona.
Eso sí, él siempre trató de guardar la distancia, no ser demasiado blando y amigo, para que la gente no se aprovechara de su buena voluntad y no los haga caer en ilegalidades.
Y las leyes. También ha visto la evolución de las leyes, ahora más rígidas y con menos margen para cometer errores. Entre lo más delicado siempre han estado los cigarrillos, la cerveza y los cupones de alimentos.
Don Juan, quien mantiene siete empleados en turnos rotativos, cree que su negocio todavía deja un buen porcentaje de ganancia, aunque los gastos se han elevado demasiado. Pronto seguirá los pasos de su esposa, quien decidió retirarse tras 20 años de trabajar a su lado. “Trabajó mucho conmigo y se cansó”, apuntó.
El impacto social
Como Juan Soto, miles de dominicanos dejaron su país debido a la inestabilidad política tras la guerra civil de 1965; “el influjo de Dominicanos fue posible por una complejidad de factores que incluyeron los efectos posteriores a la guerra civil, la interminable búsqueda de mano de obra barata en Nueva York y la flexibilización de las restricciones para la emigración de la era de Trujillo”, explica Gabriel Haslip-Viera, en su ensayo “The evolution of the Latino Community in New York City”.
Muchos de los que vinieron a Nueva York -una ciudad con escasez de trabajo y al borde de la quiebra- “tenían que encontrar trabajos en industrias no tradicionales o crear oportunidades emprendedoras para ellos mismos”, explica en un documental de Immigrant News la historiadora María Cristina García.
Los dominicanos fueron pioneros en la creación de las bodegas en los años 70, un negocio que se expandió con rapidez y evolucionó -algunos en cadenas y supermercados- para beneficio de la comunidad. Pero no fue fácil, ya que no había ayuda y mucho menos subsidios estatales, añade el escritor y periodista Juan González.
En ese contexto comenzó también a escribirse la historia de Eligio Peña, quien a los 20 años, decidió abandonar la isla aunque su padre lo consideraba innecesario.
Las cosas estaban bien para quien estuviera de acuerdo con el gobierno, pero él no lo estaba, declaró Peña, en el documental que narra brevemente su experiencia inmigrante. Su padre quiso persuadirlo diciendo que tenían suficientes propiedades y tierra para todos. “Eso es suficiente para usted y mi mamá… si lo divide entre 17 no es suficiente”, le respondió, razón por la cual le permitió traer a sus hermanos.
Él trabajó una bodega puertorriqueña y después manejaba un taxi por un turno completo. Al cabo de un año -con la ayuda de un tío- compró esa bodega en Woodside, Queens; después del éxito inicial de esta primera tienda, la familia se expandió al negocio de supermercados abriendo tiendas en el Bronx, Manhattan, Queens y Brooklyn. La cadena fue bautizada como “Compare Foods” y oficialmente inició operaciones en 1989.
Otros nombres resuenan de esa época; por ejemplo Ramón Vargas y Primitivo Hidalgo, éste último propietario de las reconocidas bodegas La Antillana (245 E Tremont Ave, Bronx) y el supermercado Tu País.
Ramón Murphy, actual presidente de la Asociación de Bodegueros de EEUU es parte de ese fenómeno económico y social; considera que estos negocios han servido a la comunidad brindando productos de primera necesidad, trabajo y lugares de encuentro.
La suya es otra historia de tenacidad y empeño, aún en los tiempos más difíciles.
Todo comenzó en los años 80, cuando compró la parte que le correspondía a un familiar de la bodega Stop One, que estuvo ubicada en el 134 de Hamilton Place. “Yo seguí y me quedé”, afirmó.
Recuerda cómo, desde entonces, las bodegas han servido lo básico para la comunidad diversa que siempre le ha rodeado y bienes indispensables en la cocina caribeña.
Murphy vendió Stop One en 1985 y mudó el negocio a Coney Island, pero regresó al Bronx en 1996 para abrir una nueva bodega: Chef Linda. Compró Red Apple en 1998, donde ha mantenido tiene un amplio surtido de productos tradicionales de gran demanda entre los latinos.
“Las bodegas fueron la base para el desarrollo económico de El Bronx. Las comunidades se formaron, fueron creciendo y se organizaron. Nosotros con estos pequeños negocios abrimos las puertas a los inversionistas”, destacó.
Esa opinión tiene el respaldo total del Presidente de El Bronx, Rubén Díaz Jr.
“Las bodegas son parte integral de nuestro gran condado y han ayudado al Bronx a crecer económicamente”, declaró a es medio. “La gran mayoría de los dueños de estos negocios son hispanos, que con su éxito han ayudado a transformar El Bronx.
La lucha sigue
Las bodegas constituyen un modelo de negocio que sigue vigente. Los propietarios y el gremio luchan contra situaciones peligrosas como hurtos y asaltos, así como legislaciones y propuestas que tienen efectos adversos como el endurecimiento de los controles antitabaco, las propuestas para cobrar impuestos a las bolsas plásticas y los recortes a los cupones de alimentos.
Pero, ante todo, las rentas cada vez más altas y la gentrificación.
Ramón Murphy, ha dicho que las negociaciones de los contratos muchas veces son unidireccionales, ya que los propietarios quieren deshacerse de los pequeños comercios para ceder los espacios a cadenas que pueden pagar más. l

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