Puerto Rico, la bancarrota, y las lecciones de la década de los 70 en Nueva York

Los neoyorquinos estamos viendo con profunda preocupación la deteriorada situación fiscal  en Puerto Rico.

Para muchos neoyorquinos, la crisis de la deuda de Puerto Rico no es una  cuestión lejana, ni un asunto bizantino de presupuesto municipal o pagos de bonos atrasados. Se trata de la vida real de las madres, padres, hermanos, amigos y vecinos, tanto en la isla como aquí, en Nueva York.

Puerto Rico y la ciudad de Nueva York han tenido durante mucho tiempo una estrecha relación, de familia. Casi uno de cada diez residentes de la Ciudad de Nueva York es puertorriqueño o de ascendencia puertorriqueña. La crisis fiscal es un asunto profundamente personal para la gente de nuestro estado.

Es por eso que es tan importante asegurarse de que las decisiones financieras realizadas en las próximas semanas equilibren las necesidades de los puertorriqueños y sus familias con la necesidad de ayuda fiscal sostenible para Puerto Rico a largo plazo.

El paso fundamental es acabar con la exclusión que impide a Puerto Rico de hacer lo que todos los gobiernos estatales pueden hacer cuando se enfrentan a una crisis.

El Congreso debe conceder inmediatamente a Puerto Rico los mismos derechos que los estados para permitir entidades gubernamentales en dificultades para declararse en bancarrota bajo  el Capítulo 9 y reestructurar sus deudas.

La situación de desigualdad de Puerto Rico cuando se trata de la protección que ofrece la bancarrota ya ha llevado al cierre de más de un centenar de escuelas y una estampida de residentes que han decidido salir de la isla. Proteccionesde quiebra podrían evitar algunos de los peores efectos de la crisis fiscal en espiral.

La simple amenaza de quiebra en sí puede ayudar a Puerto Rico a superar la crisis, obligando a que todas las partes vuelvan a la mesa de negociaciones para evitar la bancarrota. Los neoyorquinos sabemos esto por nuestra propia experiencia porque funcionó para nosotros en la década del 70.

Cuando la ciudad de Nueva York estaba a punto de declarar la quiebra en 1975, esta amenaza fue lo que, en palabras de Richard Ravitch, “llevó a todos a hacer cosas que en el inicio de este proceso juraron no lo harían”.

Cuando la bancarrota – y los reducidos pagos a los acreedores que vienen con ella – se convierte de pronto una posibilidad muy real, los funcionarios y los acreedores locales trabajan  más en el compromiso para encontrar una solución que no sea la quiebra que podría ser aceptable para todas las partes.

Durante la crisis fiscal de los 70, la ciudad de Nueva York se enfrentó a niveles de deuda sin precedentes en el momento. Las autoridades municipales habían utilizado todas las herramientas de contabilidad a su disposición para mantener la ciudad a flote.

En abril de 1975, la ciudad tuvo que tomar un préstamo de tres días sólo para cubrir la nómina. En octubre de ese año, el alcalde Abraham Beame había redactado discretamente una petición que habría declarado la ciudad en mora.

Mientras que la petición no fue invocada, la muy real amenaza de mora – y la cascada de desafíos que seguramente seguirían – llevó a las autoridades municipales y estatales, empresarios, sindicatos, y otros a la mesa para negociar una solución sostenible.

Esa solución no era exactamente lo que quería ninguna de las partes. Se requería de compromisos difíciles de todos en la mesa. Pero, con el tiempo, la amenaza de la bancarrota fue suficiente para ayudar a la ciudad a estabilizar sus finanzas y sobrevivir la crisis.

Como Stephen Berger, el jefe de la Junta de Control de Emergencias Financieras del Estado en el momento, recordó años más tarde, “todo lo que hicimos fue para salvar al niño de ahogarse.”

Tenemos que asegurarnos de que Puerto Rico se salva de ahogarse ahora para que las autoridades locales tengan el tiempo y el espacio que necesitan para diseñar una solución a largo plazo a la crisis de la deuda.

El Congreso debe actuar con rapidez para poner fin al estatus legal desigual de Puerto Rico y dar a Puerto Rico las herramientas necesarias – incluyendo el poder de bancarrota – para llevar a todos a la mesa y resolver esta crisis.

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