Las cárceles del DF cobijan una industria nacional de extorsión

En los penales se planean y cometen asesinatos en un escalofriante negocio de la muerte

Reos.

Reos. Crédito: Suministrada

Ciudad de México

El tipo levanta las cejas y suelta una bocanada de aire, encarrilándose a responder con simplicidad un asunto con demasiados matices. Viste una camisa de mezclilla azul. Siempre viste de azul, aún en libertad, y así lo hizo en el encierro: el azul es el color de los sentenciados en las prisiones del Distrito Federal.

—¿En cuánto se paga un asesinato dentro de una cárcel del DF? —pregunto al hombre que pasó 30 años de su vida en las prisiones capitalinas, incluida la Penitenciaría y los Reclusorios Norte y Oriente. Aún vuelve para visitar a los amigos de siempre y hacer los negocios de toda la vida.

—Puede ser que se ofrezcan 500 pesos y, bueno, cualquiera puede intentar la ejecución, ¿no?, pero no cualquiera la puede realizar. Si es un asunto de otro tipo, uno especial, y se ofrecen 250 mil en los dormitorios de multihomicidas y todos se apuntan para darle piso al indicado. Hasta se genera otro problema, o sea, ¿a quién asignamos? Porque todos lo quieren matar y van rápido antes de que otro se adelante.

—¿Y ofrece esa cantidad otro reo con mayor poder económico?

—Muchos de los homicidios se tramitan desde el exterior de las prisiones. No es necesario que alguien esté preso para pagar por un asesinato. Se dan casos, por ejemplo, en que internos por secuestro durante la comisión de su trabajo lastimaron a la víctima: la mutilaron, la violaron, o que cobraron y aun así la mataron… Esos asesinatos se pagan muy bien. El agraviado sólo tiene que conocer a alguien dentro de la cárcel y esa persona pide una muerte y ofrece un dinero. Digamos que el trato se inicia en la Peni:

—A ver, señores, hay 50 mil, 100 mil, 200 mil pesos por darle pa’bajo a fulano de tal que está en [el área de] Ingresos. Llegó tal día al Reclusorio Sur —el hombre simula que repite la rutina.

—Okey. Sí hacemos el conecte, sí hay gente allá que lo puede tumbar, que le puede dar piso. ¿Para cuándo lo quieres?

—No, pues para… no sé… En un mes.

—No, no, no te preocupes, el fin de semana ya lo tienes. Lo van a sembrar el fin de semana.

—¿Usted puede referir un asesinato cometido de esta manera? —solicito.

—Sí, cómo no. “El Sinaloa” [Roberto Hernández Moreno] vivía en la Penitenciaría del Distrito Federal. Ese cabrón dormía en el dormitorio 6, zona 1, celda 15 o 16 y, un día, organizó un secuestro afuera con otros de adentro. Él mismo lo dirigió y mantuvo las negociaciones con la familia y acordó un rescate. Mandó a alguien de su confianza para que cobrara, pero no repartió nada. Pendejo. Ofrecieron 250 mil pesos por matarlo y eso en la Penitenciaría es un chingo de dinero.

—¿Cómo lo hicieron?

—Primero le atravesaron la garganta, pero, milagrosamente, sobrevivió. Luego, la hermana de Marco Garcés pasó un arma de fuego que entregó al “Brutus” [Hector Daniel Zúñiga Vilchis]. Este güey se la dio al “Chilorio” [Juan Filorio Monroy], quien sabía de un asunto que debía hacer el “Sinaloa” en el hospital, así que se hizo el enfermo y, ya en el lugar, secuestró a un custodio a quien amagó con la pistola y exigió que le entregaran al “Sinaloa” a cambio de no matar al negro [así se llama a los guardias, quienes visten de ese color].

En cifras

Existe un número que dimensiona las palabras anteriores: entre el 1 de enero de 2008 y el 15 de enero de 2015, en las cárceles del DF se cometieron al menos 106 asesinatos.

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